Todavía falta mucho
Recalculando lleva casi un año y me entrevistaron en la TV Pública Argentina. Una buena oportunidad para hacer algunas cuentas, darles la bienvenida a los que recién llegan acá y seguir pensando.
La semana pasada me entrevistaron en Mañanas Públicas, el programa que conduce Ernestina País en la TV Pública Argentina.
Los que llevan un tiempo siguiendo Recalculando ya saben que en el último año me hicieron algunas entrevistas (Radiónica y Oreja Peluda, entre otras) por la newsletter. A diferencia de las veces anteriores —y tras más de 20 años de carrera periodística—, confieso que en esta oportunidad me causaba bastante nerviosismo.
Para variar, me pregunté por qué. Una respuesta fue que, desde mi lugar de varón privilegiado —blanco, clase media, viviendo en Europa, etc.—, iba a hablar con mujeres —además de la conductora, las columnistas también son mujeres— para contarles cosas que ya sabían; incluso, algunas cosas las sabían mejor que yo.
Además del mansplaining (hablé de eso acá y acá), estaba el riesgo de que al contar el por qué de Recalculando, en vez de generar conversación y repensar estereotipos y desigualdades de género, se interpretara que me victimizaba. Un malentendido que no sería la primera vez que ocurre y, más importante, no sumaría nada.
Después me di cuenta de que, por ejemplo, ellas no sabían —y siguen queriendo saber, creo— de qué hablamos los hombres cuando no hablamos de fútbol, política, “minas”... o “llene usted cualquier otro lugar común —autos, etc.—” que implique no hablar de algo más profundo. ¿Acaso nos mostramos vulnerables entre nosotros?
Tampoco, me parece, ellas sabían en general qué le pasa a un varón cuando deja de laburar —sale del lugar de proveedor— y pasa a hacer lo que las mujeres llevan décadas haciendo (en silencio): criar, cuidar, ser amo de casa (y dejar su carrera).
Dado que con la entrevista llegaron varios nuevos suscriptores, esta me parece una buena oportunidad para hacer un repaso de por qué y cómo empecé a escribir esta newsletter.
De paso, contar algunas de las cosas que pasaron en los más de cinco años desde que empecé este proceso. Es decir, desde el embarazo de Lorenzo —hijo mayor, ya de cuatro años y medio— hasta hoy, cuando la newsletter que publico cada dos semanas está por cumplir un año (así arranqué: Ahora sí, acá empieza Recalculando).
El principio
A los 7 meses de nuestro primer hijo, mi pareja, Irene, consiguió un buen trabajo que le demandaba mucho tiempo y energía, y yo dejé de trabajar para cuidar a Lorenzo y ocuparme de la casa. Los roles tradicionales de género se invirtieron.
Al poco tiempo, en lugar de disfrutar de la posición de privilegio —no necesitar trabajar porque alcanzaba con el salario de mi pareja—, me empecé a dar cuenta de que estaba incómodo, a veces muy enojado o frustrado (además de agotado y perdido).
La decisión de quedarme al cuidado de Lorenzo fue consensuada, pero no lo hice por convicciones sobre igualdad de género, ni para unirme a una lucha feminista —de la que no conocía mucho—, ni nada por el estilo. Lo que sí sucedió fue que me di cuenta de que algo no estaba bien. Bueno, algo no, muchas cosas.
Y empecé a hacerme preguntas: ¿por qué?, ¿para qué? Al final, me terminé cuestionando quién era yo como varón si no estaba trabajando para mantener a nuestra familia.
Al final, ese era el problema: sin trabajar, mi función principal era cuidar a hijo y ocuparme de los quehaceres cotidianos. No había mucho para contar en las reuniones sociales, por ejemplo, más que el cambio de pañales y todo el mundo de la paternidad, que no suele generar mucho rating, menos aún cuando el orador es el varón ante su propio género.
Los lugares de realización, fundamentalmente el trabajo, quedaron postergados. Y yo quedé a la deriva.
¿Para qué me sirvió esta crisis?
En estos cuatro años y medio de Lorenzo, la crisis de identidad me sirvió para ver cosas que ahora me resultan obvias pero antes no las notaba o no sabía ponerlas en palabras.
Lo fundamental fue que la experiencia pasó por el cuerpo: padecer la falta de sueño, tener la ropa sucia apenas levantarme porque mi hijo vomitaba cuando creía que lo iba a dormir, el tedio de las jornadas interminables en las que Irene salía a trabajar y yo pasaba diez horas con Lorenzo… Todo eso, en soledad y sin referentes.
Una cosa es llegar a casa a las seis o siete de la tarde y darle un baño al niño. Otra muy distinta es estar corriendo detrás de él desde las siete de la mañana hasta que por fin se duerme. Al final del día aparecía la pregunta: “¿Qué hice hoy? Nada”.
Esa respuesta errónea era parte de mi falta de entendimiento del gran trabajo que demanda cuidar niños y llevar adelante una casa (pensar un menú, hacer las compras, cocinar, calcular la cantidad de pañales que vamos a necesitar, y así).
Con mi condición de varón en jaque, en estos años también hice el Diplomado de Masculinidades y Cambio Social de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Apenas vi que se realizaba la primera edición, quise participar. Hacerlo fue un acierto, y no solo por la calidad del cuerpo docente encabezado por Luciano Fabbri y Daniel Jones.
En lo grupal, durante seis meses conocí a un montón de personas interesadas en la temática. Las expectativas de los propios organizadores fueron superadas, ya que se inscribieron más del triple de las personas que esperaban y tuvieron que hacer una selección (finalmente fuimos algo más de 100 alumnos).
En lo personal significó acceder a un caudal de lecturas y estudios académicos que me dieron un entendimiento de más cuestiones, que hasta el momento me pasaban por al lado. Ahora, todo eso me gustaría transmitirlo acá, en esta comunidad que cada semana sigue creciendo (hablar del Diplomado es otra newsletter pendiente).
Entendí cosas básicas como el reparto de los roles de género en la sociedad: la mujer tiene un lugar destinado dentro del sistema reproductivo (tener hijos) y de cuidados (cuidar a los hijos y a los familiares que lo necesiten), mientras que el hombre tiene su lugar en el sistema productivo (trabajar, traer el pan a casa) y protector (como un león que cuida a su hembra y su cría: se pelea, discute, se impone).
Pese a que en los últimos años pueden verse algunos cambios me temo que, en general, las mejoras son más superficiales que profundas; casi como una adaptación a las exigencias de la época. Basta mirar las investigaciones, los artículos en la prensa y las estadísticas (en América Latina, España, Italia y en Occidente en general).
El secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, dijo que “en el camino actual, la igualdad de género está a 300 años de distancia”.
Resistencia
Una anécdota de abril pasado, durante mi último paso por mi Buenos Aires natal. Allí, un amigo me comentó que no sentía que ocurrieran algunas de las cosas que yo contaba en mi newsletter y que en Argentina sí había cambios: “Por ejemplo, acá no veo eso que decís de que los baños tienen cambiador para bebés solo en el baño de mujeres”.
Estábamos en Martínez, en un restaurante concurrido de la avenida Santa Fe con varios entretenimientos para niños. Es decir, un lugar que apunta a las familias con hijos. Fui al baño y cuando volví le dije: “1-0. Solo hay cambiador de bebés en el baño de las mujeres”.
Esto sigue pasando no solo en Argentina sino también en los países de Europa en los que viví en los últimos años, mayormente alrededor del Mediterráneo. O sea, fuera de los países escandinavos, donde las políticas de equidad de género son más fuertes.
La anécdota me llevó a algunas preguntas. Contexto: mi amigo está separado y pasa la mitad de la semana con las hijas. Se ocupa de ellas, no hay deudas económicas con su ex pareja. De hecho, sé que la ex pareja está agradecida porque él se ocupa como corresponde de las niñas.
Creo que puedo decirlo así: en el sentido de la responsabilidad, es un padre que muchas mujeres quisieran para sus hijos. ¿Por qué? No porque sea un héroe sino por hacer lo que muchos hombres no hacen cuando se separan: se ocupa de sus hijas.
Entonces, lo que me llamó la atención —aunque no tanto—es que aun así, y siendo además un varón sensibilizado con buena parte de la agenda feminista, su primera reacción fuera discutir, con disimulo, la problemática que plantea esta newsletter.
¿Por qué poner en duda algo tan obvio como que los cambiadores de bebés están mayormente en los baños de mujeres? No basta con que ahora empiece a haber baños neutros o de vez en cuando un baño para varones con cambiador. La excepción no es la regla, ni tampoco la tendencia dominante.
Su observación, salvando algunas distancias, es familiar de un comentario que solemos hacer los varones: “No todos los hombres son iguales”. Aparece en los hechos de violencia de género pero también en muchas otras discusiones o conversaciones en las que parece ponerse en riesgo el prestigio de ser varones.
¿Por qué esta tendencia —acá sí hay tendencia, como mínimo— a defender al gremio masculino, lo que en última instancia es también defenderse a uno mismo ante afirmaciones tan obvias como que el machismo opera de manera tangencial en todos los estratos de la sociedad y que necesitamos una perspectiva de género en cada rincón? En la política, en la justicia, en la educación…
Hoy, casi igual que antes
Ahora, como cuatro años atrás, sigo repitiendo la misma pregunta en las charlas: ¿Por qué hay pocos varones o casi ninguno en las mañanas en una plaza? ¿Por qué hay más varones después de las seis de la tarde o los fines de semana? ¿Por qué casi no hay lugares públicos con cambiadores de bebés en un baño que no sea el de la mujer? ¿Por qué nunca encontré un cambiador para bebés únicamente en el baño destinado a los varones?
La lista de preguntas es interminable: basta mirar alrededor y contar la cantidad de varones que vemos a la salida del jardín de infantes o del colegio yendo a buscar a los niños, ver quién y cómo organiza las fiestas de cumpleaños, quién y cómo se ocupa de la carga invisible…
¿Más fácil? No solo observar cuántos varones hay en los grupos de chat de padres y madres, sino quién es la primera persona a la que llaman (sesgo de género) cuando pasa algo con los niños.
Hay problemas estructurales que permanecen ahí y es necesario un cambio urgente, tanto en países desarrollados como Estados Unidos o en gran parte de Europa y, claro, también en América Latina. Hablo de las licencias por paternidad, asunto en el que la Argentina es uno de los más atrasados de la región. Esto es un cambio central si queremos impulsar que los hombres nos involucremos más en los cuidados.
También sigue habiendo muchos mitos, como por ejemplo, que los hombres no podemos hacer casi nada durante el embarazo y el primer año de vida, porque es la mujer la que está más capacitada.
La verdad es que hay miles de cosas que se pueden hacer, más allá de amamantar, que tampoco es algo que todas las mujeres hagan siempre (o ni siquiera durante todo el primer año).
¿Qué podemos hacer los varones? Aunque tengo en proceso una newsletter sobre el tema, va un adelanto: todo lo que tenga que ver con la casa, el cuidado de los niños y el funcionamiento de la familia (organizar, planear, limpiar, cuidar, hacer, hacer, hacer, y no esperar indicaciones). Es decir, podemos hacer exactamente las mismas cosas que nuestras parejas —excepto dar la teta.
Creo que es importante, como varones, no situarnos como víctimas sino como parte importante del problema principal: el sistema patriarcal. En mi caso, no hubo un gesto de generosidad hacia el feminismo. Incluso, tal vez hubiera eludido el rol que ocupé si realmente hubiera sabido lo que se venía.
Recién entendí lo que significa cuidar y criar un hijo cuando lo hice: cuando la experiencia me atravesó. No es lo mismo escuchar ideas que pasarte un día entero con un bebé que llora mucho, que te pide upa, que se despierta varias veces en la noche… Y que lo único que hacés es prácticamente eso todos los días, dejando de lado tu carrera.
En los últimos dos años, progresivamente, al compás de Lorenzo yendo al jardín de infantes, empecé a tener más tiempo para hacer cosas que no fueran criar y ser amo de casa.
Hice una beca que me posibilitó lanzar Recalculando, retomé algunos trabajos freelance y, de algún modo, volví a tener una pata en el sistema productivo. Ante la llegada de León —según hijo, de ocho meses—, la perspectiva y las decisiones fueron distintas.
Por un lado, tuve claro que no quería volver a dejar todo lo que estaba haciendo. Así que encontramos la manera de hacerlo. Pero, desde hace un tiempo, apareció otro pensamiento: ¿Y si me doy una segunda oportunidad para disfrutar todo lo que no pude con el primero porque estaba agobiado con mi crisis de identidad?
En eso estoy, Recalculando y tomando decisiones. Y algo está muy claro: todavía falta mucho (por hacer, por pensar, por cambiar, por aprender).
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Quedé más que agradecido a Ernestina País, Lupita Rolón, Julieta Ruíz, Dani Nirenberg, Fabiana Solano, Lucía Ríos y todo el equipo de Mañanas Públicas por la entrevista que me hicieron en la TV Pública. La pueden ver completa acá:
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Cuando terminamos de charlar, me quedé viendo el programa. Lo que siguió fue una entrevista a Hernán Casciari. Me gustó esto que dijo el escritor:
“Creo que sí, que soy rebelde sobre todo a las cosas que hacemos sin pensar. Detecto muy rápidamente cuando determinados integrantes de la sociedad hacen determinadas cosas rutinarias o sistemáticas sin pensar por qué, solamente porque les dijeron que había que hacerlas. ¡Me da una bronca!”.
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Suficiente. Hasta acá llegué hoy. Muchísimas gracias por leer.
Muy bienvenidos a todos los que se sumaron en los últimos días. Me da mucha alegría que cada vez seamos más.
Como suelo decir, me gusta mucho cada devolución que recibo por correo, mensaje o en redes sociales (ya sé que debo varias respuestas de la newsletter anterior, prometo ponerme al día).
Me encanta que a veces comparten conmigo historias personales —y muy íntimas—, otras me muestran un contrapunto a mis planteos o les dan una vuelta de tuerca a los textos de Recalculando con una mirada propia o, también, me agradecen por algo que leen acá.
El agradecido soy yo por recibir esta atención y parte de tu tiempo. También, muchas veces, por el cariño que me llega. Me dan satisfacción y alegría el intercambio y las conversaciones que se generan desde Recalculando.
Gracias, muchas gracias por estar ahí.
Un abrazo,
Nacho
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Un gracias enorme 🙏 a Marta Castro por la generosa edición 🙌 de esta newsletter. Los errores son míos (sabrán perdonarme). Marta no tiene redes sociales: no le gustan. Pero si quieren contactarla, me avisan 😉