Ahora sí, acá empieza Recalculando
¿De qué se trata esto? ¿Por qué y para qué? Con ustedes, lo que sí y lo que no es mi newsletter.
Muy buenas, antes que nada quiero agradecer por las lecturas y devoluciones de del primer envío. Fue bastante más de lo que esperaba y ya se sumó mucha gente. Ah, y quiero aclarar algo. Varios estaban suscriptos hace varios meses pero nunca les había llegado nada. No son ustedes, ¡el problema soy yo! Me tomó mucho tiempo arrancar, pero acá estoy. El de hoy será el punto de partida oficial, así que acá voy.
En febrero de 2019 fui padre de Lorenzo. Al poco tiempo entré en crisis, pero solo logré darme cuenta más de un año después, cuando ya no podía correr (¡mi pie dijo basta!) y mis planes de completar una nueva maratón naufragaron. Entonces, empecé a escribir y reflexionar sobre la tremenda angustia que sentía. ¿Qué me pasaba?
Los primeros meses de Lorenzo coincidieron con un fracaso laboral propio, que resonó aún más porque contrastó con un éxito de Irene, mi compañera, también periodista, que pasó a convertirse en el sostén económico de la familia. Sin pensarlo demasiado, dejé a un lado casi dos décadas de trabajo como periodista para ocuparme a tiempo completo de Lorenzo y de las tareas domésticas.
De pronto, los roles de género tradicionales con los que habíamos crecido quedaron invertidos. En teoría y durante los primeros días, no veía ningún problema. Pero a medida que pasaba el tiempo, fue creciendo una sensación de incomodidad e insatisfacción. Desorientado, apareció una pregunta a la que intenté dar respuesta: ¿quién soy yo si no trabajo para ganar dinero?
Recalculando expectativas
Acepté lo evidente: estaba en crisis y no lo sabía. Descubrí que ya no tenía modelos a seguir —o que habían quedado obsoletos—. Comencé a entender que me sentía aislado y sin carta de navegación. Supe entonces que mi condición de hombre estaba en jaque, pero también que, prestando atención a la confusión y a mis deseos, tal vez podría recalcular mis expectativas.
Todo esto lo fui digiriendo y descubriendo a los tropezones. Me resultó muy útil leer, preguntar e investigar más sobre masculinidades, feminismos y equidad de género. Esa información iba resonando, ponía en palabras algo de lo que me estaba pasando o me daba pistas para identificar sentimientos.
Empecé a comprender que cuando iba a una plaza con Lorenzo me sentía incómodo porque, a las 10 de la mañana, en general era el único adulto varón. Esto no variaba demasiado entre ciudades, estuviera en Buenos Aires, Atenas, Ginebra, Toulouse o Zurich. ¿Por qué eran todas mujeres las que cuidaban a los niños y no había más hombres?
Me hice preguntas que antes no me hacía: ¿por qué hay mujeres que me miran con desconfianza, como un freak, un intruso? ¿Por qué casi no hay baños para hombres con cambiadores para bebés? En más de dos años desde el nacimiento de Lorenzo, solo una vez he encontrado un baño con cambiador que no fuera de uso exclusivo para mujeres.
Con la excusa de que estaba escribiendo sobre la paternidad, hablé tímidamente sobre esto con otros varones. ¡Sorpresa! No, no era algo inédito. De un modo u otro, también le pasaba a muchos más.
Más preguntas que certezas
Empecé entonces a hilvanar razonamientos para entender situaciones, sobre todo algunas dolorosas. ¿Qué significaba escuchar a seres queridos decir sobre mí: “este es un vivo bárbaro que no quiere laburar”? Admití que yo mismo había dicho algo por el estilo años antes, con esa maldita costumbre de juzgar en vez de empatizar: “No labura, la mantienen, ¿y encima se queja?”.
Es una idea con la que crecí y que me señalaba la dirección en la que debía funcionar la vida: el hombre a trabajar para traer el pan, la mujer a cuidar a los pibes y a lavar los platos.
Pero, en mi vida, esto no así. ¿Por qué tenía que ser así? Al cuestionar esto, empecé a intuir que, en parte, mi crisis venía a decirme algo más importante: nunca me había preguntado realmente qué significaba para mí ser un hombre. ¿Y por qué iba a hacerlo si hasta entonces todo había ido más o menos bien?
Entonces, me propuse condensar en un texto mi experiencia. Mi plan inicial era escribir una crónica para contar cómo es ser un padre que cuida de su hijo, es mantenido por su mujer y está rengo —la lesión del pie ocurrió casi al mismo tiempo en que se intercambiaron los roles en la pareja, y nunca se fue—. Cuanto más investigaba, más escribía. Y sentía alivio.
Comprendí que estoy condicionado por haber crecido con unos parámetros específicos de lo que significa ser hombre —no importa qué pase; ante todo, hay que aguantar, no dudar, no quebrarse, tenerla más grande, no pedir ayuda, producir, producir…—.
Noté que en varias situaciones del pasado me había sentido mal por sostener —más o menos conscientemente— un modelo de masculinidad tradicional que, al final de cuentas, no había discutido demasiado. Por ejemplo, a veces simplemente me reía (río) en situaciones grupales cuando se hacen bromas sexistas fuera de lugar —en general, cediendo ante la búsqueda de complicidad de otros— o, incluso, consumía (consumo) alcohol porque era más fácil que decir que no.
Este ejercicio fue un gran desahogo. Tanto que aquella crónica se convirtió en el borrador de un libro. A su vez fue una manera de no publicar nada —¡ambos materiales siguen en un cajón!— y de seguir metido para dentro, rumiando en soledad.
Hasta que, alentado por Irene, me postulé para una beca del ICFJ y fui seleccionado para este proyecto: crear una newsletter (¿o prefieren boletín?) que hable sobre paternidades y masculinidades, inspirado en mi interminable curva de aprendizaje. Lo imagino con un tono personal, por momentos de diario íntimo. El punto de partida es la experiencia de un varón criado en una sociedad sexista y que intenta desaprender, aprender y cambiar patrones. Y acá estoy, pero aviso: tengo más preguntas que certezas y más dudas que respuestas definitivas.
Menos machos, más libres
La intención de este boletín es intentar acompañar a los hombres y padres que se sienten aislados, solos o perdidos, como yo mismo me sentí (y aún me siento a veces). Mi objetivo es ayudar a que dejemos de estar encajonados en un rol de género que no nos hace bien y que genera injusticias. Pero ojo: no somos ni los únicos perjudicados ni las mayores víctimas. Tenemos que ir más allá de nuestra propia comodidad si queremos construir una realidad más justa, igualitaria e inclusiva. Un mundo que sea mejor no solo para unos pocos sino para todos.
Quiero escribir lo que me hubiera gustado leer cuando me sentía raro en mi primer año como padre, cuando no me daba cuenta de que estaba atravesando una crisis de identidad sin modelos a seguir.
Pero además de cuestionar los roles de género en el cuidado de los hijos, Recalculando quiere tratar otras cuestiones que atañen a los hombres. Planeo, por ejemplo, abordar temas como el acoso sexual, la pornografía, la homofobia o el bullying.
De ningún modo pretendo ubicarme como juez de lo que es correcto, como si tal cosa existiera de manera unívoca. El plan es ampliar, criticar y discutir la mirada opresiva que predomina. Sacudir los estereotipos y, un poco como niños, volver a preguntarnos por qué esto o aquello es así o asá.
Parto de aceptar lo que no sé, intentando ser transparente y honesto. Hago esto porque quiero y porque puedo y desde mi lugar privilegiado: el de un hombre blanco, de clase media, al que siempre le atrajeron las mujeres, está casado y tiene un hijo.
Ojalá que este sea un espacio para abrir puertas y posibilidades, un lugar que nos ayude a pensar cómo y por qué hacemos las cosas los hombres. Para cuestionar qué clase de hombres queremos ser y corregir comportamientos. Para recalcular y encontrar rutas que nos hagan menos machos pero más libres.
Aspiro a que mi desorientación e incomodidad personal sean el disparador de una revisión y un cambio individual que, ojalá, colabore en un proceso colectivo. Porque, sobre todo, imagino que será algo colectivo lo que nos orientará hacia un destino inclusivo, más justo y equitativo. Para eso, la suma de las voces es fundamental.
Así empieza Recalculando. Como una invitación permanente al diálogo. Me lo tomo como un viaje en el que espero conocer gente. Deseo que me cuenten cosas y aprender mucho, escucharlos, saber de ustedes, que me escriban, que me corrijan. En definitiva, que nos comuniquemos. Crear una comunidad que nos ayude a mejorar. ¿Me ayudás? ¿Cómo?
Respondiendo este correo con lo que se te cruce por la cabeza, como en una charla de café.
Pasándole este correo a otras personas. Esta newsletter se publica en español y también en inglés.
Compartiendo la newsletter en redes sociales.
Enviándome críticas, ideas, sugerencias, películas, libros, estudios, etc.
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Un montón de gracias por haber llegado hasta acá (¿te pareció muy largo?). A veces creo que es un milagro que alguien se pueda concentrar para leer con tanto ruido a nuestro alrededor.
Si algo de lo que leíste te quedó resonando —y tenés ganas— me encantaría leerte. También podés escribir en la sección comentarios.
Gracias, nos vemos en la próxima :)
Un abrazo,
Nacho
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Hola Nacho!!! Muy bueno!!! Ya se los estoy pasando a mis hijos (dos varones con hijas y criados casi por mi nada mas desde muy chicos). Las mujeres tambien tenemos nuestros rollos (a pesar de los avances en derechos que hemos peleado, si si peleado y, conseguido a fuerza de señalamientos y duras criticas a nuestro rol) y, tambien tenemos parte en esa mirada sobre los varones que "no trabajan?". Hemos tenido que soportar (y tenemos aun) comentarios y miradas juzgando nuestro rol Y CUAL ES ESE ROL? el que nos dieron los varones. Mi hijo mayor ha criado a su hija desde pequeñita (hoy preciosos 18 años) que aun vive con el y ha enfrentado "esas miradas" de mamás del cole hacia un papá que vivia solo con su hija. El menor casado y con dos solcitos de 8 y 2 años. Su pareja y el trabajan ambos y estudian ambos y comparten crianza, tareas domesticas y todo lo que se pueda compartir en un hogar. Cuanto rollo para cortar hay !!! Un abrazo!
Muy buena propuesta hermano. Creo que tu caso pueda no ser tan habitual (padre que cuida a su hijo, se ocupa de las tareas domésticas y la mujer trae el pan). Pero sin ir tan lejos, creo que hay casos un poco mas habituales, en los que trabajan ambos (hombre y mujer) y ambos se ocupan, en forma repartida, de la crianza de los chicos y las tareas domésticas. Y creo q esto tmb se da más en casos de padres separados, donde el padre está mas obligado a hacerse cargo 100% de estas tareas (ojo, se que hay muchos padres varones q no se ocupan ni estando en pareja o ni estando separados). Creo q en mi caso me ocupo bastante de las tareas domésticas y de la crianza, y comparto que muchas veces me he sentido que ese rol q desempeño no cuadra con como fuimos educados en esta sociedad, inclusive en nuestra familia.
Y estimo que tmb le debe pasar a los casos que comentaba antes: varones q se ocupan (en parejas donde ambos trabajan, y en padres separados). Nos vemos en la próxima publicación. Abrazo!