¿Cuál es el trabajo invisible que a los hombres nos cuesta ver?
Los varones podemos mejorar la cotidianeidad de quienes nos rodean. Hay tareas que representan una enorme carga mental y que acaban convirtiéndose en una mochila cada vez más pesada.
A los varones, en general, nos cuesta comprender la importancia de la carga mental o tendemos a subestimar su dimensión. No fuimos socializados para ello y, en general, hasta que una experiencia no nos atraviesa no la sentimos. A veces, relacionar dos momentos diferentes puede ayudar a entender o explicar mejor una idea. Algo así me pasó el último invierno en Grecia.
Llevaba varios días completos con Lorenzo, mi hijo de tres años, porque había estado enfermo y sin ir al jardín de infantes. Cuando mejoró, fuimos a un café en las afueras de Atenas. Mi plan era un win-win donde yo podría tener un descanso —almorzar, revisar correos, responder alguno de los mensajes acumulados…— y él jugar en un área específica para niños —un pelotero, mesas para dibujar y pintar, libros, etc.; ¡qué importante es tener estos espacios!—.
Mientras Lorenzo corría y saltaba, además de comprobar que ya estaba listo para retornar al jardín de infantes, noté que aparecieron tres mujeres con globos, carteles y comida: estaban preparando un cumpleaños. Tal vez por el contraste —¡no había ni un varón!—, la escena me hizo recordar un artículo que había leído en el Washington Post (en inglés). Allí, el psicólogo estadounidense Joshua Ziesel dice que se propuso ser más igualitario y decidió organizar el cumpleaños de su hija. ¿Qué tan difícil podría ser?
Un elefante en casa
La historia de Ziesel es la de un psicólogo que le habla a sus pacientes sobre la carga invisible en el hogar y que, de pronto, se da cuenta de que realmente no sabe de lo que habla. En realidad, no es que tuviera un despertar; sólo hizo un comentario y su mujer se lo hizo notar.
Cuenta Ziesel: “Confiado en que no era uno de esos maridos poco solidarios, compartí mis observaciones con mi esposa (...). Ella se echó a reír, maravillada de que estuviera dando lecciones a mis clientes sobre cargas mentales cuando no entendía cómo se desarrollaba el concepto en nuestra propia casa”. Entonces, descubrió el elefante en su hogar y se sinceró: “Aunque pensaba que estaba viendo muy bien las tareas que necesitaban hacerse, en verdad estaba obviando gran parte de las necesidades de mi familia”.
Ziesel estaba actuando como lo hacemos muchos varones: sin darse cuenta de que no destacamos por anticiparnos a aquello que hay que hacer en la dinámica familiar. Mientras, las mujeres no solo se adelantan en la planificación y ejecución de las tareas domésticas y de cuidados en general sino que, además, se ocupan también de recordar (y organizar) al resto de la familia: “¿llamaste al pediatra?”, “¿averiguaste si podemos llevar al perro o dónde dejarlo en las vacaciones?”, “¿hiciste los deberes para la escuela?”, y un largo etcétera. Esto conlleva a lo que se denomina “carga mental invisible”.
No, no, amigo, olvidate de eso de que las mujeres “vienen de fábrica” mejores que nosotros para estas tareas. ¡Simplemente no es así! No tiene tanto misterio: son habilidades que se adquieren y se desarrollan con la práctica. No hay una biología femenina especial —negada a los hombres— en la que ellas fueron chipeadas con notables capacidades domésticas o para los cuidados (o para todo aquello que los hombres no hacemos porque se supone que ellas lo hacen mejor).
Contrariamente a la creencia extendida, hay estudios que demuestran que las mujeres no son mejores que los hombres haciendo múltiples tareas en simultáneo (de hecho, el cerebro humano puede hacer bien solo una tarea a la vez; otra cosa es alternar, aunque siempre se estará haciendo solo una cosa).
Supongamos, no obstante, que nada de esto te convence como argumento. Y que no te vas a mover de ahí, porque para vos ellas son superiores en la planificación para el doblado y planchado de pañuelos e, incluso, demuestran un destreza inalcanzable en la limpieza de inodoros o son un as en la gestión del grupo de chat de mamis. Pero eso tampoco las obligaría a tener que hacerlo, ¿no?
Es decir, las diferencias innatas que en este sentido creas que pudieran existir —¡que no existen!— no deberían determinar el disfrute o no de ciertos derechos y libertades. Para reparar eso, nosotros debemos tomar la iniciativa sin esperar a que nos lo vengan a decir.
De esto habla Ziesel: “Me di cuenta de que, también injustamente, ella tenía que elegir constantemente entre hacer ella misma todo el trabajo mental o continuar tratando de ayudarme a ver lo que simplemente no veo, lo cual es increíblemente laborioso en sí mismo”.
¿Qué es la carga mental?
En España, por ejemplo, las mujeres dedican 38 horas semanales al cuidado y a los hijos, mientras que los hombres invierten 23 horas. En cocinar o tareas domésticas, ellas pasan una media de 20 horas a la semana y los hombres 11, detalla la estadística oficial.
Si hablamos de personas con empleo, la distribución continúa siendo despareja. Contemplando trabajo remunerado + trabajo no remunerado, son más largas las jornadas de las mujeres (63,6 horas semanales) que las de los hombres (56,7 horas).
Los hombres dedican habitualmente el mismo número de horas al trabajo no remunerado (14 horas a la semana) independientemente de que trabajen a tiempo parcial o a jornada completa. Las mujeres incrementan el tiempo dedicado a trabajo no remunerado (30 horas a la semana) cuando tienen jornada a tiempo parcial.
Esta tendencia desigual es similar o peor en la mayoría de los países de occidente. Desde una perspectiva económica, se habla de también trabajo no remunerado y las cifras son apabullantes.
El concepto de carga mental surge en el contexto laboral y es retomado en los años 80 por la socióloga feminista Monique Haicault para visibilizar un lastre invisible y dañino. La autora francesa desarrolló la idea de “dos universos, el universo profesional y el universo doméstico, que coexisten y se solapan”. Definió la carga mental como el hecho de tener que pensar en un ámbito estando físicamente en el otro. Es decir, la coexistencia de dos mundos en simultáneo.
Entre sus características, la carga mental incluye la atención dividida y variada, lo que implica un estado de fragmentación que genera tensión y presión mental. Allí radica su dificultad y una explicación del agotamiento que produce, siendo insostenible a largo plazo para una vida saludable.
Lo que sucede, básicamente, es que mientras uno se mete en la cama y se duerme, el otro se queda pensando en si logró hacer todo lo que tocaba en el día y, a su vez, empieza a organizar la jornada siguiente. Uno desconecta y se relaja, el otro no puede hacerlo. Uno va a jugar al tenis, la otra parte está cansada, frustrada o con fatiga para eso (o para otros placeres).
Tan naturalizadas están estas tareas —incluso para quienes las realizan— que a veces es difícil percibirlas. Me pasó hace un par de noches de estar leyendo noticias mientras Irene —en piloto automático— colgaba la ropa. ¿Por qué ella y no yo? “Estoy acostumbrada a hacerlo”, me respondió mi pareja, y volvimos a hablar sobre el reparto de las tareas. Una manera de identificarlas puede ser anotar durante una semana cada cosa que se hace: armar la mochila, reservar cita con el dentista, mantener la comunicación con la escuela, tener lista la ropa de gimnasia para los martes, etc.
Experimentar para entender
En su intento por empezar a recortar el desbalance de la carga mental, Ziesel se propuso, como ya hemos dicho, algo muy básico pero que nunca había hecho en ocho años con ninguno de sus tres hijos: organizar una fiesta de cumpleaños. Pero ni bien empezó, se dio cuenta de que ni siquiera sabía el nombre de los compañeros de su hija. “Esperaba que el resto del proceso de planificación no fuera tan frustrante. Pero lo fue”, confiesa, y luego enumera las dificultades que se encadenaron a cada paso.
Antes de que alguien me salte a la yugular, abro el paraguas: no pienso que este psicólogo merezca un premio. Entiendo que, como leí en redes sociales, a primera vista el artículo puede resultar sospechoso —”onda, flaco, ¿estás buscando que te feliciten por hacer lo que te corresponde?”—. Pero me parece que mirando los hechos obtenemos un buen panorama sobre de qué se trata el trabajo mental que, en una abrumadora mayoría, enfrentan las mujeres y que los hombres solemos pasar por alto.
Planificar una fiesta de cumpleaños es algo pasajero y puntual —una vez al año— en la vida familiar. Pero esta anécdota nos invita a enfocarnos en el tema de un modo didáctico y bastante universal. Nos sirve para entender que hasta que no metamos las manos en el barro no nos vamos a ensuciar. Si la experiencia cotidiana no pasa por el cuerpo, nos será más difícil asimilarlo.
¿Cómo hubiera afrontado Ziesel —o a cualquiera de nosotros— que su pareja se fuera de viaje durante un mes? ¿Podría hacerse cargo de la casa, del cuidado de los niños y de todo lo demás sin llamarla a cada rato?. Aclaro: no lo estoy juzgando (“Ja. ¿Y quién serías vos para hacerlo, hermano?”, me dice burlonamente una voz interna mientras escribo).
Ver la carga y hacerla propia
Algo que también nos enseña esta anécdota es que una sencilla conversación con tu pareja —¿te parece que están balanceadas las cargas?, ¿qué te gustaría modificar?—, puede desembocar en algo más grande y que si, en efecto, luego metemos las manos en la masa —organizamos la fiesta o nos ocupamos de ver el calendario de vacunas y reservamos turno con el/la pediatra—, es muy probable que descubramos que no estamos viendo muchas otras cosas.
A su vez, esto tal vez nos ahorre protagonizar reclamos injustos y fuera de lugar —¿por qué no hay leche en la heladera?, ¿no le queda chica esta ropa al nene?, ¿dónde están mis camisas planchadas?—, además de abrirnos los ojos frente a todo aquello que otros hacen por nosotros sin que siquiera nos demos cuenta.
Así podremos hacernos cargo de más tareas invisibles —de las pesadas o indeseables, no solo de ir al parque o hacer las compras—. Y esto, que depende de nosotros, funciona como una regla de tres simple. Si los hombres nos apropiamos realmente de más tareas —y cedemos privilegios, como el tiempo libre—, la otra parte hará menos —y tendrá más tiempo para otras cosas—. Por ende, podremos aspirar a un poco más de equidad en el hogar mientras seguimos luchando afuera por cambios estructurales (licencias por maternidad y paternidad, diferencias salariales, etc.). Pero cada movimiento cuenta para sacudir la estantería.
Anticipar la jugada
Algo importante: no se trata de hacer las cosas cuando nos las piden sino de repartir la planificación que implica la carga mental. Una mujer está en todo su derecho de gritarte: “No quiero que solo hagas la mitad de las cosas, ¡también quiero que pienses en la otra mitad de cosas que hay que hacer!”.
Dicho esto, lo primero que hagamos nunca debería ser preguntar cómo puedo “ayudar”. ¡Eso deja claro que no tenemos ni idea! Además, suele implicar que esa tarea es responsabilidad del otro y que nosotros solo estamos echando una mano (¡ayudando!) por solidaridad o compasión. Pero llevar una familia —y mantener la casa— es una empresa que atañe a los dos y debemos ser corresponsables en repartir las cargas (concretas, materiales, y mentales).
¿Qué es ser corresponsable? “No vale solamente con que tú vayas a la compra, sino que también ayudes a hacer la lista o a planificar el menú. La realidad muestra que muchos padres no son corresponsables, son ejecutores de tareas. Las madres les tienen que estar recordando qué hacer. Y luego está que nosotras no tenemos tiempo para cuidarnos y a ellos les cuesta mucho soltar sus tiempos de ocio. Todo esto impide que haya una corresponsabilidad real. Ellos tienen que dar un paso atrás y nosotras un paso hacia delante”, explica en una entrevista en El País la española Laura Baena, fundadora del Club de Malasmadres (muy popular en Instagram) y autora del libro Yo no renuncio.
Lo que nos están diciendo a los varones es que estemos atentos activamente para anticiparnos a lo que hay que hacer. Que pongamos la misma energía y atención que dedicamos a organizar nuestras actividades y placeres (salir a correr, jugar al fútbol, viajar con amigos, etc.). El mismo interés y la misma intensidad que volcamos a nuestros deseos y planes personales —¿estamos todos o falta uno?; ¿quién reserva la cancha?; yo llevo la carne, ¿quién compra bebidas?; ¿vamos un fin de semana a la playa?; ¡que la casa tenga parrilla!— pero aplicado al hogar y la familia, ¿se entiende?
Si eso se reproduce en cada hogar, en cada pareja, en cada varón, la vida será un poco más fácil para todos. Tentación al margen —¡vade retro, macho!—, no se trata de colgarse una medalla sino de imitar la actitud del psicólogo.
Resulta que al final del cumpleaños, los invitados agradecieron a la pareja de Ziesel por la fiesta (que ella no había organizado). En lugar de resentirse, él pensó en todas las celebraciones que su esposa había planeado sola durante ocho años. En vez de victimizarse —y pese a la frustración y el esfuerzo que supuso moverse de su comodidad—, Ziesel decidió que continuaría asumiendo una mayor parte de la carga mental en su familia: “Porque es lo más justo y equitativo que se puede hacer”.
Y con esto te dejo, que Irene está terminando de hacer la lista de las compras…
Como siempre, espero tus comentarios y correos, que suelen ser una alegría (y un regalo). Leo cada uno y respondo (con alguna demora) casi todos (¡perdón si alguna vez no logro hacerlo, pero igual me encanta recibirlos!).
Entonces, ¿qué pensás ahora de las cargas invisibles? ¿Es algo que siempre tuviste claro? ¿Ves que están repartidas equitativamente en tu vida y a tu alrededor? ¿Tenés charlas como la que tuvo Ziesel con su pareja?
Un abrazos y que estés muy bien,
Nacho
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