Ni de aquí ni de allá, en movimiento
Hoy es mi último día en Buenos Aires: espero verlos esta noche. Apuntes de otro viaje intenso. Extranjero para siempre.
Hoy es mi ultimo día en Buenos Aires, mañana vuelvo a Grecia. Fueron casi cuatro semanas de constataciones y sorpresas. No seré capaz de condensar todo en estas líneas, que serán pocas: mis dos hijos se quedaron con Irene, que intenta hacer las valijas mientras yo escribo esta newsletter en un bar. Ya sabemos que las vacaciones son para los chicos, no para los que los cuidamos.
Cada viaje a Buenos Aires fue intenso. Ya pasaron ocho años desde que nos fuimos a deambular por el mundo con Irene. Eramos dos, ahora somos cuatro. El corazón se va repartiendo por distintas latitudes. Es probable que vaya adonde vaya siempre me sentiré extranjero —pero también en casa. Irene pareciera que tiene claro hace rato que su vida es así, y aprendo mucho de ella. ¿Y qué les pasará a mis hijos?
Lorenzo, de cinco años y medio, volvió a comprobar que en Buenos Aires tiene una familia que le da un cobijo que, quién sabe, tal vez nunca vaya a tener en otro lugar. Dice él: “No quiero que a mis papás les pase nada, pero si se mueren, va a estar todo bien. Acá tengo muchos tíos y primos”.
Ya me había dicho algo así el año pasado, y esta vez se lo dijo a alguien de la familia, así, de repente, a cuento de nada (o como muestra de los sismos emocionales que representan estos viajes para él, y para todos).
Lorenzo dice que es de Argentina y de Italia, pero que vive en Grecia. Y que quiere vivir en Grecia, pero también en Argentina y en Italia. Bienvenido al club, hijo. Pero no te preocupes, tenemos mucha suerte y no hace falta que decidas nada, mucho menos a las apuradas. Aprovechá a seguir viviendo intensamente, con tu ternura para conmover a los que te miran de cerca y con tu energía desbordante para ejercitar la paciencia de cualquiera.
Al final, no se trata tanto de si es acá o allá, porque siempre puede ser un poco por acá, otro poco por allá y otro tanto quién sabe dónde. En movimiento. “Andar y andar, siempre andando nada más que por andar”, como dice Facundo Cabral en No soy de aquí, ni soy de allá. Más que en el qué, la gran batalla está en el cómo. Se lo digo a mis hijos, y también a mí mismo.
Encontré que este viaje fue un compartir más con mi familia que con amigos. Pero que también fue compartir con otros amigos y, sobre todo, de maneras distintas —más elegidas, sin tanta concesión. Ya escribí sobre que la amistad es un tema central en mi vida.
Tal vez algo simbólico (al menos, en mi proceso personal) sea que la última noche (hoy a la noche) la voy a pasar viendo El silencio de los hombres, el documental de Lucía Lubarsky. Varios amigos y lectores ya compraron sus entradas.
En vez de enfocarme en los que me hubiera gustado que fueran (y no irán), me da mucha alegría saber que esta noche voy a compartir una actividad que vale la pena: pensarnos un ratito como varones. Y estaremos los que queremos estar ahí. Qué valioso.
Horadar la piedra, trabajo de orfebre
Lubarsky dice que desde hace décadas los feminismos se organizaron en redes, encuentros, manifestaciones masivas, creando prácticas colectivas y nuevas narrativas.
“Hace años que me vengo preguntando sobre las inquietudes de los varones y sobre qué espacios encuentran y se dan para compartir sus miedos, sus contradicciones, las violencias que sufren y practican, su deseo, sus lugares de no saber”, dice la directora al explicar los motivos por los que decidió hacer el documental.
En definitiva, Lubarsky se pregunta dónde están parados los varones, qué sienten y qué registran y pueden decir de eso que sienten.
Con El silencio de los hombres busca construir una mirada atenta pero no ingenua, una observación crítica que abra la escucha y nuevos espacios de pensamiento y discusión, aún desde la incomodidad. Que nos preguntemos: ¿por qué somos como somos? ¿por qué hacemos lo que hacemos?
Otra constante de este viaje fueron las conversaciones íntimas con amigos, donde afloraron miedos, inseguridades, alegrías, negaciones, fracasos, dudas, frustraciones. También aparecieron preguntas de una generación que es más conservadora —y que tiene más temor— de lo que aparenta: sigue siendo doloroso y desafiante salir de lo establecido, de lo normativo, de lo esperado. Asusta más de lo que parece.
También sigue resultando difícil encontrar profundidad en los diálogos, o bien lleva mucho tiempo bajar la guardia (Tal vez doy demasiado valor a la profundidad, y ahí el problema es mío). Me gustó lo que me dijo un amigo: “Horadar la piedra masculina es un trabajo de orfebre, lento y de largo aliento”.
Apuntes sobre la estadía en Buenos Aires
— Salió publicada en La Agenda una entrevista que le hice Lucía Lubarsky. “Un valor fundamental de El silencio de los hombres es que muestra sin enunciar, ni explicar o subrayar escenas donde los protagonistas ya lo dicen todo. En su ópera prima, la directora no levanta el dedo acusatorio ni cae en la tentación de pronunciarse explícitamente. No juzga. Tampoco se sube a la corrección política ni nos dice qué deberíamos pensar. No hay bajada de línea ni siquiera en escenas conflictivas o polémicas”. La entrevista se lee completa acá.
— Una de mis cuñadas me recomendó La hija única, de Guadalupe Nettel. Ese mismo día alguien conocido lo publicó en las redes sociales. Y después apareció en otras conversaciones. Ese fenómeno de que cuando algo aparece por primera vez de repente lo ves por todos lados tiene un nombre. No me lo acuerdo ni tengo ahora tiempo de buscarlo. Pero creo que se entiende. Además, el punto es que el libro promete mucho. Ya les diré (o no), mientras me pueden decir ustedes si lo leyeron.
— La Bombonera. Hacía ocho años que no iba a la cancha de Boca. La última vez había ido porque Irene quería conocer la Bombonera. Como aquella vez de noviembre de 2016, esta vez también fue con Rosario Central. Pero fui con Lorenzo, que fue lo primero que nos pidió hacer cuando le contamos que veníamos a Argentina. Llovió, Boca ganó 2-1 y hasta Lorenzo se sorprendió de lo mal que juega Boca.
— Otro amigo me recomendó Nuestro tiempo, de Carlos Reygadas. “Lo que exhibe es una batalla desigual entre dos paraísos quiméricos: el mandato cultural, materializado en el matrimonio como consagración social, y la necesidad de soberanía individual”, escribió Pablo Perantuono. Será la primera película que vea cuando volvamos a casa.
— León, de casi dos años, se lastimó horriblemente el dedo gordo de su mano izquierda. La pasé muy mal, me angustié como pocas veces con mis hijos, y llegué a tener miedo de que lo perdiera (está todo bien, solo tiene que terminar de cicatrizar una herida muy profunda). No es la primera vez que nos llevamos un susto enorme con León. Casi me quedo en Buenos Aires pero, ya tranquilo de que estaba bien, decidí igualmente irme a Río de Janeiro. Era un viaje planeado hace bastante: un fin de semana para visitar a Irene, que viajó una semana por trabajo. Nuestros hijos quedaron al cuidado de sus tíos. Irene y yo tuvimos tres días exclusivos para nosotros por primera vez en seis años. Hay vida más allá de la paternidad, un mundo entero por seguir explorando y experimentando juntos. Supongo que estas también son pruebas que tienen que pasar ellos como chicos y nosotros como mapadres para que todo ese enorme caudal de energía que tenemos se canalice, se eduque, se calme, y luego se transforme.
Hasta acá llegamos. A los que estén en Buenos Aires, los veo esta noche en el Cultural Thames. La info es esta:
El silencio de los hombres
¿Cuándo? 📆 Hoy, miércoles 4 de septiembre a las 🕑 20 horas.
¿Dónde? En el Cultural Thames - Thames 1426, Palermo.
¿Entradas? ¡Pueden comprar entradas anticipadas acá! También en la puerta.
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