Queja pública, goce privado
Existe un honor social al seguir una carrera prestigiosa. Por el contrario, las alegrías de ser padres son profundas, pero privadas. ¿Por qué se separan las parejas cuando llegan los hijos?
Es difícil el equilibrio al manifestar lo complicado de ser padre versus el goce de tener hijos. Al yin y yang de la paternidad la sábana siempre le queda corta: o sos un quejoso o romantizás demasiado.
¿Cómo hacemos para eludir el binarismo, tan propio de esta época, y que la ecuación no sea A “o” B, sino A “y” B (“y” C, y todo el abecedario junto)? ¿Cómo lograr estabilidad y armonía entre las fuerzas opuestas, diferentes, complementarias e interconectadas que conviven en la paternidad?
En la encuesta que lancé la semana pasada —aún la podés contestar acá, ¡me ayudaría muchísimo!— alguien dijo que siente que por momentos “protesto mucho” y pareciera que para mí “la paternidad es más carga que placer”. Gracias por la honestidad —¡es lo que busco!—. Estoy de acuerdo con vos.
Una alarma que se me enciende al escribir es que puedo sonar pesimista o quejoso respecto de lo que viene implicando en mi la experiencia de tener hijos. Mi intención es que lo individual sea un puente anecdótico que nos lleve hacia lo colectivo: no soy el único padre que se siente agobiado con la crianza, ni el único varón que cuestiona y calibra su lugar en este nuevo mapa.
Viendo las estadísticas, es evidente lo desafiante que resulta traer hijos al mundo. A escala internacional, la fecundidad cayó de un promedio de 5 nacimientos por mujer en 1950 a 2,3 en 2021, señala el Fondo de población de las Naciones Unidas (UNFPA), que plantea que la juventud quiere tener descendencia, pero no puede permitírsela.
En Estados Unidos un número cada vez mayor de adultos jóvenes no ve la manera de gestionar sus carreras y las exigencias de la mapaternidad. Ante esta encrucijada, la tendencia es clara, como cuenta este artículo de Bloomberg (en inglés): “El nuevo equilibrio entre vida personal y laboral: no tener hijos”.
Sarah Green Carmichael, editora de opinión de Bloomberg, menciona en el artículo que, en las encuestas, los adultos jóvenes sin hijos dicen que les preocupa el costo médico y financiero de criar hijos. También que al 42% le preocupa tener hijos por el cambio climático.
Además, los adultos jóvenes son mucho más propensos que los adultos mayores a pensar que los padres “muy a menudo” lamentan tener hijos. Sin embargo, la “mayoría de las personas que se convierten en padres están muy felices de haberlo hecho”. Sobre 20.000 personas, menos de 20 se arrepintieron de haber tenido hijos.
Por las dudas, repito lo que escribí en la newsletter anterior. En mi no hay ni una pizca de arrepentimiento ni dudas: sabiendo todo lo que implica, con Irene volveríamos a tener hijos en las próximas mil vidas (incluso, tal vez los tendríamos antes y más de dos). Igual, ahora mismo estamos en El Túnel, cansados de estar cansados. Es una transición áspera (que sabemos que pasará).
¿En qué quedamos?
Entonces, si los padres son tan felices, ¿por qué los más jóvenes son tan reacios a unirse a sus filas?, se pregunta Green Carmichael. Las presiones financieras son reales en cualquier lugar del mundo, más allá de contextos específicos (y de la importancia que a eso se le otorga según las diferentes culturas).
La columnista, acertada, escribió: “Creo que esto va más allá de los dólares y centavos. Existe un honor social al seguir una carrera prestigiosa. Por el contrario, las alegrías de ser padres son profundas, pero privadas”.
Esta frase disparó ideas y pensamientos que ya tenía pero que estaban atrapados, a la espera de ser liberados. Y aquí vuelvo a lo que intentaba decir al inicio sobre lo que implica tener hijos.
Es difícil encuadrar con las palabras justas y ser ecuánime entre el inenarrable nivel de satisfacción y goce —inigualable en ningún otro aspecto de mi vida— y el gran esfuerzo y el nivel de demanda físico, psicológico y emocional —también inigualable pero más accesible para la descripción con palabras.
El combo de la complejidad se agudiza al contemplar que a esto se le suma el desafío de lograr estabilidad y crecimiento en la pareja cuando llegan los hijos, si es que se consigue sostenerla.
Basta ver el número de divorcios que llegan cuando las parejas tienen hijos, por lo general luego del primero, aunque también después del segundo, cuando los niños aún están en plena infancia.
En España, el 32% de las parejas señaló el desgaste y la falta de comunicación provocada por la crianza de los hijos y/o el trabajo como principal causa de divorcio y el 43,1% de los divorcios en 2022 fueron en parejas con hijos menores de edad.
Hay muchos artículos sobre por qué se separan las parejas cuando llegan los hijos y los roles que suelen ocupar hombres y mujeres. También sobre cómo se puede deteriorar la pareja en los primeros años de la mapaternidad, tierra fértil para la desconexión y las infidelidades, aunque la separación ocurra después.
Muchas parejas se rompen porque faltan conversaciones y confianza para decirse las cosas y buscar soluciones juntos, en equipo, explica el enfermero de pediatría Armando Bastida: “Donde debería haber un poco más de dedicación, hay reproches”, escribe el español, padre de tres hijos y popular divulgador con más de un millón de seguidores en Instagram.
Cuestión de prestigio
Las madres saben bien que no hay una gran valoración a su tarea. Una burla habitual suele ser que las madres “se la pasan todo el tiempo” hablando de los pañales, si chupete sí o no y sobre detalles que (a los que critican) no les parecen importantes. Pocas veces esta queja socarrona surge de otras madres.
También está ese deporte deleznable de mofarse de los grupos de “mamis”. ¿Y por qué no nos mofamos y, sobre todo, cuestionamos los grupos donde los varones comparten porno —de todo tipo— y chistes homofóbicos? Unos lo comparten y otros nos quedamos callados cuando eso pasa.
No hace falta que nadie me cuente que tampoco hay prestigio ni nada parecido en ser un varón dedicado al cuidado de sus hijos. El prestigio social está ostensiblemente en el campo laboral, en lo que lográs hacer o alcanzar en tu carrera profesional.
Esto no me podría resultar más obvio al contrastar cuánto más interés —incluso admiración— generaba escuchar mis anécdotas como periodista sobre una entrevista a un famoso o una cobertura internacional, frente al tedio y el desinterés que produce en ciertos lugares cuando hablo de la paternidad. “Uff, otra vez este pibe”.
Suelo notar un patrón en quienes se burlan de los que, a veces, pasamos tiempo hablando sobre la paternidad e insistimos en la importancia de darles atención a las infancias: ocurre que no están involucrados en la crianza de hijos, ya sea por ausencia en la tarea o porque no tienen hijos.
Es una elección. A mi me da admiración cuando veo a alguien involucrado en la crianza. Más aún, por lo infrecuente, cuando es un varón que sabe todo lo que tendría que hacer si un día su pareja no estuviera más. No deja de sorprenderme lo poco que saben algunos, que recién cuando su pareja no está descubren de qué se trata la faena de la crianza (Ah, ¿había que tener las compras hechas para preparar la comida a tiempo para que los chicos duerman en horario y mañana lleguen bien al jardín y yo pueda cumplir con mi trabajo?)
No se me malinterprete. Aquí no hay ganadores y perdedores porque no hay una competencia. Lo que hay es una oportunidad para que los varones hagamos eso que no fuimos educados para hacer. Es abrir la puerta para descubrir lo dulce y lo agrio de un mundo, el de la crianza activa, que no sabíamos que también podía ser para nosotros.
Es necesario cambiar los parámetros sociales que establecen que ser exitoso en el trabajo está validado como un estándar de prestigio —algo a ambicionar—, pero la paternidad no está en la misma mesa.
“No importa cuánto ames tu trabajo, él nunca te amará a vos. Un jefe no te tomará de la mano en tu lecho de muerte”, escribe Green Carmichael, que señala que la sociedad estadounidense no valora a los niños: “Sabemos que la licencia parental reduce la mortalidad infantil, pero creemos que las ganancias corporativas deberían ser lo primero”.
Arremangarnos y aprender
No es obligatorio ni tiene que ser un mandato tener hijos. Si bien no quiero alentar a todo el mundo a tener hijos, tampoco quiero desalentar a los que dudan. Sí me gustaría animar a los varones a involucrarnos más en todo eso que se supone que no sabemos hacer, que es aburrido o que se supone que no es para nosotros.
Cuanto más impensado, difícil, tedioso o lejano nos resulte, tal vez más deberíamos hacer el ejercicio de involucrarnos. Además de llevar el embarazo y dar la teta —que es muchísimo—, ¿hay algo más que únicamente puedan hacer las madres? No. Así que todo lo que parece que es una tarea natural de ellas, no lo es. Y estaría bueno que también lo hiciéramos los varones.
Unos ejemplos básicos:
Llevar a vacunar a tu hijo (¿sabés dónde está la libreta de vacunaciones?).
Organizar una tarde para que tu hijo juegue con un amigo (¿sabés cómo contactar a los mapadres de sus amigos?).
Ir a un cumpleaños de un amigo de tu hijo y sin tu pareja.
Organizar la fiesta de cumpleaños de tu hijo (sin pedir auxilio a cada rato).
Alerta: no se trata solo de ser el ejecutor sino también de pensar todos los pasos previos que implican esas tareas. No hay que esperar que nos digan “llevalo a vacunar tal día a tal lugar”, sino que hay que estar al tanto para hacerlo cuando sea necesario. Así con todo.
Coleccionando gemas
Como le escucho decir a muchos mapadres con más experiencia, llega un momento donde se empiezan a extrañar los primeros años de los hijos. En Recalculando son más las mujeres las que me escriben y me cuentan lo mucho que añoran esas etapas de la crianza, que atesoran como reliquias.
Sé que será así, que cuando ciertas cosas ya no sucedan se convertirán en un recuerdo que empezará a leudar y crecerá quién sabe hasta dónde. Esta newsletter es también una manera de ir coleccionando esas gemas. Acá va una.
La semana pasada, mientras manejaba para llevarlo al jardín, Lorenzo volvió sobre el tema de la muerte: “Yo me quiero morir con vos, pero si no me muero con vos, quiero morirme después. Te voy a enterrar en el jardín de casa y te voy a poner flores”.
Sin transición, pasó a otro tema. Me contó que en el jardín de infantes hablaron de cuestiones filosóficas como el huevo y la gallina. Le fascinó, la igual que los números, que parece que le atraen. Entonces, se obsesionó con saber cuál es el último número:
— No hay un último número. Se dice infinito, es imposible llegar al último —dije.
— Sí, tiene que haber. ¿Podemos contar hasta el último número?
— Dale, intentemos.
…
Listo, hasta acá llegamos.
Esta semana y la que viene Lorenzo tiene vacaciones del jardín de infantes (León, de año y medio, aún no va). En Grecia se celebra la Pascua ortodoxa. El viernes vamos a viajar a Kozani, en el norte de Grecia. Será nuestra primera Pascua en un ambiente tradicional griego. Parece que se come muchísima carne y se arman unas grandes mesas familiares.
Espero seguir coleccionando gemas y reliquias. Hablar del desafío de la paternidad es un recordatorio para prestar atención a cuidarse uno mismo (¿qué hago para estar bien para mí y para mi familia?) y también para que otros varones que se sienten perdidos en este limbo o atrapados en el túnel de los primeros años de la paternidad sepan que no están solos.
Un desafío es interpretar esas dificultades como una tormenta, que sabemos que pasará y nos puede enseñar. A la vez, no perdernos el atardecer, que sucede todos los días, como las gemas de la crianza, y no podría ser más esperanzador, ¿no?
Gracias a los que siguen compartiendo Recalculando. La semana pasada mandé una encuesta y las respuestas son geniales. Muchísimas gracias a todos los que participaron. Si aún no lo hiciste, estás a tiempo y te va a llevar tres minutos.
Nos vemos en dos semanas.
Mientras, podés responder este mail o dejar comentarios en el post.
Un abrazo,
Nacho
PD: si no querés responder la encuesta pero te interesa que hablemos porque tenés ideas, sugerencias o comentarios sobre Recalculando, por favor respondé este correo y coordinamos una videollamada.
…
Un gracias enorme 🙏 a Marta Castro por la generosa edición 🙌 de esta newsletter. Los errores son míos (sabrán perdonarme). Marta no tiene redes sociales: no le gustan. Pero si quieren contactarla, me avisan 😉