La importancia de entrar al túnel
¿Influye en algo cómo criamos? Un padre fajó a su hijo en público. Basta de decir: “¡Al menos yo no soy tan malo como ese tipo!”. Amigos, entremos al túnel.
Una sobrina, escarlatina. La hija de una amiga: se fracturó el codo y la tuvieron que operar (pasó el fin de semana en el hospital con su mamá, su papá trabajaba). Los vecinos: los dos hijos con bronquitis (el papá también se contagió). Una de las mejores amigas de Irene, mi pareja, también tiene a los dos hijos enfermos…
La lista sigue, pero la idea está: así fueron los días de la última semana para varias familias a nuestro alrededor. Bueno, es lo que pasa muy seguido en las familias con niños pequeños.
En casa las cosas no fueron mucho mejor. León, hijo menor (año y medio), que recién dejó la teta —no fue fácil para Irene, como ella misma contó—, aún se está habituando y, para colmo, lleva los últimos días más molesto porque le están saliendo más dientes y tiene una ampolla horrible en la esclerótica —la parte blanca del ojo— producto de una infección.
Así que llevé a León a la pediatra, que ya se acostumbró a que a veces soy yo el que se ocupa. Por suerte ella no pregunta: “¿Y dónde está la mamá?”.
Me gusta creer que en algunos lugares empieza a ablandarse la creencia de que siempre tiene que estar la mujer ocupándose de todo en la crianza. Además de aliviar algo de carga —real y simbólica— sobre las madres, abre la puerta a que los varones seamos más responsables —que cumplamos nuestro rol de padres, digamos—.
Lorenzo, hijo mayor (cinco años), está en un buen momento. Igual, se manda algunas cagadas puntuales, como cuando pateó una pelota en la cocina y rompió un vaso, que llenó el piso de vidrios y me hizo enojar: “¿No te dije que no juegues al fútbol dentro de casa?”.
Encima, llevo varios días rengo: salí apurado (¡error!) para llevar a Lorenzo a fútbol y pisé un clavo, que atravesó la zapatilla y la planta del pie. Hospital, dos inyecciones y a casa. Ya estoy bien pero aún duele un poco.
A esto, se suma que los dos chicos están durmiendo mal, por ende nosotros también. No sé si fue por el eclipse, los malestares varios, el cambio de rutina por haber viajado o, como intuyo, por todo eso junto y varias más cosas que nunca sabremos.
La paternidad está muy marcada por transiciones y por épocas. Bueno, esta es una de esas fases demandantes, de descenso al sótano del agotamiento, y uno ya no sabe hace cuánto tiempo está ahí ni si será posible salir (no es racional, amigos, es una sensación que por momentos nubla cualquier raciocinio).
Tal vez mañana, como ya ocurrió muchas otras veces, los chicos se vuelvan a dormir temprano y toda la noche de corrido. Sé que será así más temprano que tarde, pero mientras tanto, estamos dentro del túnel, como escribió
en The New Fatherhood (en inglés):“El Túnel: lugar donde todos los padres permanecen mientras sus hijos tienen menos de cuatro años; cuando mantener a un niño pequeño vivo y bajo control requiere todo lo que tienes. Los padres en El Túnel pueden pasar por la felicidad y la desesperación en un cambio que les daría un latigazo a quienes no son padres”.
Maguire, recién salido de El Tunel, también le da algunos consejos a su yo del pasado. Me quedo con estos (aplican a la paternidad, y a la vida en general):
Recuerda: “Esto también pasará”.
Tus hijos crecerán. Crees que no extrañarás estos momentos. Te prometo que lo harás.
Duplica el tiempo que creés que necesitás para hacer algo. La mayor parte del estrés proviene de que mis hijos no hacen las cosas según mi horario.
Elige tus batallas.
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Sé que voy a extrañar ese placer silencioso que experimento cuando León, apoyado en mi hombro, se entrega apaciblemente al mundo onírico; o el gesto que hace cuando quiere comer, diciendo “ammm, ammm” y en lugar de llevar la mano a su boca, pellizca con tres dedos la punta de su nariz.
También voy a extrañar los mini diálogos inocentes y tiernos con Lorenzo. El otro día, después de pedirle 30 veces que se lavara los dientes, le dije que por ahora tiene que seguir las reglas de casa, y que cuando sea grande podrá hacer lo que él quiera: “Papá, cuando sea grande voy a querer vivir con vos, ¿y vos?”. Es muy amoroso el comentario pero no tengo dudas que será todo lo contrario, querrá independencia apenas pueda.
Todo esto es muy lindo pero son rayos que nos llenan de energía mientras dura la época de tormentas. No hay arrepentimiento ni dudas: sabiendo todo lo que implica, volveríamos a tener hijos en las próximas mil vidas. Igual, ahora mismo estamos en El Túnel, cansados de estar cansados. Es una transición áspera.
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En el programa que estoy haciendo en CUNY, alguien pasó un link con artículos de Arthur C. Brooks en The Atlantic. El primero que vi, me irritó desde el título: “Lo único que puedes hacer por tus hijos”, y aún más la bajada de la nota: “Las investigaciones muestran que probablemente usted tenga menos efecto en sus hijos de lo que cree, con una excepción importante: su amor los hará felices”.
Pensé: “Uff, otro tipo provocador, uno más, tal vez hasta haciéndose el gracioso para lavarse las manos. Pará, flaco, ¿cuántas veces habrás hecho lo mismo?”. No me dejé llevar por mis impulsos primarios ni mis prejuicios. Leí el artículo. Fue peor.
Pensé que podía dedicar esta newsletter a dialogar con ese texto y tratar de entender por qué me molestaba tanto. En eso, me llegó la newsletter de
, periodista estadounidense especializada en crianza, ciencia y medicina: Does Parenting Really Not Matter? (¿Realmente no importa la crianza?). Como otras veces, escribió algo que me hubiera gustado escribir a mí.Brooks es un científico de Harvard, columnista de The Atlantic, ex presidente del American Enterprise Institute y autor de 13 libros, incluido uno coescrito con Oprah Winfrey.
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“Gran parte de la personalidad es biológica y hereditaria”, escribe Brooks, citando un par de estudios. A lo que Wenner Moyer replica: “Creo que se está extralimitando en este punto y también pasando por alto otras consideraciones importantes”. Luego, rebate pacientemente el ensayo de Brooks con argumentos sólidos.
Wenner Moyer plantea: “¿Mi hijo tratará a las niñas y mujeres con el respeto que merecen? ¿Serán mis hijos antirracistas? ¿Defenderán (o al menos mostrarán apoyo y compasión) a sus compañeros que están siendo acosados?”.
Apoyada en diversos estudios, explica que la investigación sugiere que lo que hacemos como padres moldea absolutamente los valores y el comportamiento de los niños hacia los demás: “Sabemos que las conversaciones que los padres tienen con sus hijos sobre el racismo, el sexismo, el sexo, el consentimiento y el acoso marcan la diferencia en términos de los valores que tienen los niños y cómo se comportan con los demás”.
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Recién al final, Wenner Moyer menciona algo que me parece central y que fue lo primero que pensé: “Me parece interesante que la mayoría de los ensayos recientes que he encontrado que sostienen que los padres (Nota: se refiera a madres y padres) no importan hayan sido escritos por hombres, que a menudo están menos involucrados en la crianza de los hijos”.
Menciona, además, que las investigaciones sugieren que los niños aprenden más valores de sus madres y abuelas que de sus padres y abuelos. ¿Por qué será?. Y, con razón, añade:
Estos ensayos me molestan y no sólo porque generalizan demasiado y seleccionan la ciencia. Se sienten como otra forma más de socavar el trabajo duro e importante que suelen realizar las mujeres. (Brooks también escribió un ensayo sobre el matrimonio el año pasado en el que sostenía que las parejas no deberían intentar dividir las tareas domésticas en partes iguales porque hacerlo “va en contra de uno de los elementos más importantes del amor: la generosidad, la voluntad de dar más de lo que corresponde en un espíritu de abundancia, porque dar a alguien que amas es placentero en sí mismo". Está bien, amigo.)
Quiero subrayar algo: la crianza —sabemos que es híper demandante y agotadora en los primeros años de vida, ¿no?— significa que para que un niño sobreviva, es indispensable la dedicación y el esfuerzo de un adulto, que en gran medida suele ser una mujer (Y no necesitamos ir a Harvard ni ver estudios para saberlo, sobra observar alrededor: ¿Cuántos varones dejan su carrera profesional cuando nacen sus hijos? ¿Y cuántas mujeres?).
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El domingo fui al cumpleaños de un amigo de Lorenzo. Había diez parejas con hijos, ocho madres con hijos y un solo padre con hijos (siempre hago estas cuentas y la realidad de los datos es infalible).
Nadie felicitó a las madres que estaban solas con sus hijos, pero el varón sin su pareja sí que llamó la atención. Hizo una broma de auto conmiseración: “¿Hay alguna niñera disponible que quiera ganar algo de plata extra?”. Lo importante, no seamos tan vigilantes, es que se ocupó infatigablemente de sus dos hijos.
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Andrew Bomback es nefrólogo, profesor de medicina de la Universidad de Columbia y padre de tres niños (11, 8 y 5 años). Escribió “Long Days, Short Years: A Cultural History of Modern Parenting” (Días largos, años cortos: una historia cultural de la crianza moderna). Lo descubrí en esta entrevista, que me gustó tanto que —pensé— debería traducirla y publicarla. Elijo esta cita:
“Las mamás también sienten enojo, por supuesto. Pero creo que hay un temor específico que algunos padres tienen sobre dónde podrían terminar si su ira se desborda y no tienen suficientes espacios para hablar de ello. A diferencia de la generación de mis padres, pegarle a los niños está fuera de la ecuación. Cuando me enojo como padre, sé que si le pegara a mi hijo, me sentiría muy mal y culpable. No creo que la gente de la generación de mis padres siempre hiciera este tipo de análisis post hoc. Ahora somos mucho más críticos con nosotros mismos”.
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Después del cumpleaños, el domingo fuimos a la playa. De pronto, en el bar, vi una pelea. Resulta que un padre agarró de los pelos a su hijo y le dio una paliza, por lo que un tipo indignado intervino y casi termina a las piñas con el padre violento: violencia + violencia.
El tipo indignado cumplió la amenaza y llamó a la policía, que llegó cuando el padre violento ya se había ido (junto a un grupo de diez personas con las que estaba).
Me quedaron preguntas: ¿por qué el tipo indignado no llamó primero a la policía, antes de intervenir? ¿Por qué el grupo de diez personas que estaba con el padre violento no hizo nada? ¿Qué habrán absorbido la decena de niños que estaban alrededor de la escena, unos en un grupo, otros en el otro grupo y otros tantos en las mesas aledañas?
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Esta semana, como otras, me cuestioné mi desempeño como padre (pasa siempre que me enojo y no reacciono como quisiera) y como pareja (pasa siempre que nos desencontramos).
En un momento, confieso, apareció esa fórmula que los varones solemos tener como mantra: “Al menos no soy como ese hijo de puta que faja a su hijo”.
Flojo, ¿no? Sí. Estoy usando un estándar bajísimo para sentirme mejor. Además, estoy juzgando al padre violento sin conocer nada de su historia, que nunca lo justificaría pero le daría contexto y, tal vez, sería el paso inicial para buscar una reparación a una situación en la que muchas personas deben estar sufriendo (principalmente el pibe violentado y el padre violento).
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Linkeo todo con el título de otra newsletter que vi en mi bandeja de entrada pero que aún no leí. La encuentro: "At Least I'm Not as Bad as THAT Dad! (¡Al menos no soy tan malo como ESE papá!)". Otra vez es Melinda Wenner Moyer (como con tantas newsletters, a veces pasan meses que no las abro y de pronto agarro cinco juntas en pocos días). La leo de un tirón.
Wenner Moyer pregunta si alguna vez notamos que a los hombres nos encanta escuchar y contar historias sobre padres holgazanes: “El marido que engaña a su mujer; el padre que no sabe usar el lavarropas; el tipo que se enoja con su esposa si la casa no está impecable. Su reacción rara vez es de horror, disgusto o “¡Dios, qué idiota!”, sino más bien, algo como: ‘Mirá, no soy tan malo, ¿no?’, ‘¡Mirá! Soy un ángel en comparación’, ‘¿No te alegra haberte casado conmigo?’”.
Mientras las mujeres se sienten mal viendo lo lejos que está su realidad de las influencers que maternan en un mundo idílico y de fantasía, los hombres nos comparamos con un trapo de piso para sentirnos mejores (y para no cambiar, aja). Wenner Moyer entrevista a una socióloga que estudia la desigualdad de género dentro de las familias para explicar este fenómeno.
Pero volvamos a la frase infeliz que usamos los hombres. ¿Qué pasa cuando un padre se compara con un padre terrible ficticio?, plantea la periodista estadounidense: “Se siente bastante bien consigo mismo y con sus contribuciones a la familia. Ciertamente no siente que no esté haciendo lo suficiente. No hay ningún incentivo para cambiar su forma de actuar, para hacer más”.
Cita estudios para contar que los hombres no comparan lo que hacen con lo que hacen sus esposas. O sea, no dicen: “Mi esposa limpia mucho más que yo; tal vez debería hacer más para que sea más justo”. En gran medida, explica, los varones no ven el desequilibrio laboral dentro de su propio hogar porque no consideran a sus esposas como un punto de comparación relevante.
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A los varones que estén leyendo, tranquilos. Esto no es un ataque, estamos todos en el mismo barco (los hombres y todas las personas). No pretendo que nos demos con un látigo por lo torpes que podemos ser o por las limitaciones que podamos tener por nuestra socialización como varones (y seguro que hay muchos hombres geniales que no hacen nada de todo esto, y esos tienen mucho potencial para ayudar).
Como muestran las investigaciones, sigue Wenner Moyer, los hombres llevan mucho tiempo comparándose con hombres por debajo de la media, tal vez porque vieron a sus padres o escucharon a algún amigo hacerlo.
“En lugar de sentirte culpable o a la defensiva, considera esto como un llamado a la acción. Ahora que eres consciente de que esto es un problema, puedes intentar cambiar tus perspectivas y comparaciones”, propone Wenner Moyer.
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Los varones tenemos que entrar de lleno no solo en el túnel de la paternidad sino en el de la masculinidad para cuestionarnos y preguntarnos qué es esto de ser hombres. Y abrirnos sinceramente a las críticas al preguntar: ¿hay algo que podría hacer mejor?
Poner las manos en la masa nos va a ayudar a entender mejor a las mujeres y a nosotros mismos. Vamos a ver cosas que de otra manera no veríamos. También vamos a sufrir y a cometer errores. Hay mucho que aprender. El beneficio no será solo personal sino relacional (pareja, hijos, amigos, seres queridos).
Involucrándonos tenemos más chance de no apuntar a los estándares bajos de otros tipos terribles. Podremos sentirnos mejores al compararnos con nosotros mismos y descubrir que somos mejores que ayer. Pero para eso tenemos que arremangarnos.
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Hasta acá llegamos.
Gracias por leer, por compartir Recalculando y por escribirme (¡lo pueden hacer respondiendo este correo!). No dejen de escribir: siempre me da mucha satisfacción leerlos.
Nos vemos en dos semanas.
Un abrazo,
Nacho
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Estoy en esa misma etapa (dos bebés de 1 año, nena de 5). No recuerdo lo que era dormir. Vivo en estado zombie. Nos abrazo.