Los planes y la vida
Pensamientos y sorpresas de una semana al cuidado de dos hijos. Leído: “Cuando nace un bebé, también nace un padre”. Y un hermoso proyecto fotográfico.
Pasé una semana con mis dos hijos, mientras Irene estuvo de viaje por trabajo. Hubo momentos de zozobra, en los que la acumulación del cansancio hizo estragos: la paciencia quedó exprimida hasta límites desconocidos. Pero todo salió mucho mejor de lo que me temía antes de que mi pareja se fuera.
León, a sus 17 meses, por primera vez pasó un día entero sin su madre (fueron siete noches). Y por primera vez tampoco tuvo su teta, que siempre era su gran aliada, sobre todo en los momentos de crisis.
Lo cierto es que los hombres no solemos quedarnos solos a cargo del cuidado de nuestros hijos tan chiquitos por “tanto” tiempo (los que sí lo hicieron, ¡cuéntenme!). Puse entrecomillas “tanto” porque una semana suena a burla frente al tiempo que dedican las mujeres a los hijos (el doble) respecto de los hombres.
Un poco para darme ánimo y otro para invitarme a ajustar mi perspectiva, supongo, la semana pasada una colega periodista me contó que dejó su carrera de lado cuando nació su hija —como hacen tantas mujeres— y que recién ahora, nueve años después, logró retomarla (y estaba feliz por eso).
Durante ese tiempo, me dijo la colega, fue difícil postergar sus proyectos pero también estaba contenta de haber podido acompañar a su hija. Me reconocí mucho en estos sentimientos encontrados.
En los cinco años que llevo como padre, mi principal función fue dedicarme a los chicos y a las tareas de la casa. En algunos períodos tuvimos algo de ayuda y trabajé en proyectos para ganar dinero. Pero siempre fueron trabajos como freelance y con mucha flexibilidad.
Estos años, además de florecientes y llenos de vida, fueron (son) duros por momentos. Agotadores también, física, mental y psicológicamente. En parte, porque fui socializado para ser un hombre productivo, y trabajar es lo que hice esporádicamente desde los 15 años, y luego sin parar desde los 17 años para mantener la vida que fui eligiendo.
Estar haciendo lo que siempre hicieron las mujeres —criar, cuidar, hacer funcionar una casa— es un universo de descubrimientos y desafíos permanente. Me ayuda a entender mejor sus luchas y también a mi vieja, que crió siete hijos y nunca dejó de trabajar.
También es una manera de descubrir pliegues de mi personalidad que nunca hubiera conocido. Y hacerme preguntas que no me hubiera hecho si no fuera por la experiencia de ejercer la paternidad de un modo tan cercano. ¿Puedo sentirme realizado si no trabajo para ganar plata?
Esta semana en particular se presentó desafiante. ¿Cómo iba a reaccionar sin su teta para dormir León, un bebé que nunca tomó mamadera ni usa chupete? ¿Qué le pasaría a Lorenzo, a sus cinco años, al ver que yo dormiría primero a León, cuando llevo tres años leyéndole y acompañándolo a dormir a él, mientras Irene duerme a León?
Uno hace planes, después está lo que pasa en la vida real. Con Irene, León pasaba hasta una hora y media amamantando antes de dormirse. Mi temor, y el de mi espalda, era tener que pasearlo a upa todo ese tiempo.
Al final, toda la semana se sentó en la cama para ponerse el pijama y luego me abrazaba y se quedaba dormido, la mayoría de las veces sin que siquiera tuviera que caminar. Estas noches en las que se durmió así, con la cabeza acomodada en mi hombro y abrazándome fuerte el cuello, no las voy a olvidar jamás.
Hay un momento exacto en el que su cuerpito se entrega, se relaja, y entonces uno sabe que se durmió. Ese momento íntimo y hermoso merece una newsletter entera (que no será esta).
Hubiera sido más que una pena si me perdía estos días con León, al igual que lo hubiera sido perderme los últimos tres años hablando y leyendo con Lorenzo antes de dormir. Pienso en eso con agradecimiento y como un bálsamo en los días de cansancio.
Estar presentes como padres es un esfuerzo. A mi no me salió naturalmente sino que nuestra historia de pareja me puso ahí, y lo acepté; luego vino lo demás. Creo que es un esfuerzo en gran parte porque todo el tiempo, al compás de una gran cantidad de errores, estoy aprendiendo sin pausa.
Eso no me pasaba en el mundo laboral formal, donde el ritmo tiene desafíos pero hay largos momentos en los que la faena está dominada, en los que se puede trabajar a velocidad de crucero, sabiendo cuándo acelerar o tirar el ancla. A una cierta edad, el mapa está más claro y el músculo para reaccionar bien entrenado.
La paternidad es impredecible, es navegar en aguas nuevas permanentemente. De un momento a otro puede sacudirse el mar, incluso, puede haber tormenta, viento, calma y sol en simultáneo.
Tiene razón Michael Feigelson, CEO de la fundación Van Leer, al decir que “cuando nace un bebé, también nace un padre”, como escribió en un artículo donde se pregunta qué pasaría si observáramos los primeros años de la paternidad de una manera similar a cómo miramos la primera infancia:
“Hay un período de cinco años en el que cada dimensión de nuestra identidad sufre una metamorfosis. Nuestros cerebros y cuerpos se ablandan y reorganizan. Aprendemos y nos adaptamos con una velocidad excepcional. Nuestra red de relaciones sociales se transforma. Experimentamos sentimientos para los cuales necesitamos palabras nuevas que nos cuesta pronunciar. Nuestros días y noches son a partes iguales asombro y cansancio. ¿Y si acordáramos que cuando nace un bebé, también nace un padre?”.
En la misma revista de la Van Leer hay una entrevista a Juanes. El cantante colombiano contó que cuando nació su tercer hijo decidió hacer una pausa en su trabajo: “No pude soportar el dolor que sentí y su llanto al salir de casa. Fue devastador porque con Luna y Paloma pasó lo mismo. En ese momento me di cuenta de que había perdido mucho tiempo sin hacer un espacio donde poder cuidarme”.
Estamos hablando de un tipo híper privilegiado —blanco, millonario, exitoso, etc.—. Sin embargo, no le pasaron cosas muy distintas que al resto de los mortales, sobre todo en las reacciones alrededor: “Fue bastante extraño en ese momento. Pensaron que estaba loco. ¿Por qué querría dejar de ganar tanto dinero y abandonar una racha de mucho éxito? Pero tomé la decisión correcta. Sólo fue un descanso de cuatro o cinco meses, pero era lo que necesitaba”, dijo Juanes en la entrevista.
¿Por qué crees que nos resulta tan difícil tomar ese tipo de decisiones como padres?
Juanes: Estamos educados en una sociedad en la que siempre es necesario estar produciendo, pero lo que debemos preocuparnos son nuestros hijos y nuestra relación con ellos. Estaba muy ansioso en ese momento porque podría haber sido el final de mi carrera, pero hoy, en retrospectiva, me siento feliz porque tomé una decisión que era coherente con lo que soy.
En nuestro trabajo he visto que, especialmente para los padres y los hombres en general, es difícil abrirse emocionalmente. ¿Por qué crees que esto ocurre?
Juanes: Creo que, tal vez por la misma razón por la que la sociedad nos exige cada vez producir más, también hemos tenido una sociedad machista en la que los hombres no pueden llorar, no pueden mostrar ningún tipo de “debilidad”. Pero creo que la vulnerabilidad te hace fuerte. Hablar con tus mejores amigos o personas de confianza sobre tus problemas en casa o con tus hijos puede ser lo más saludable que puedas hacer.
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Todas las fotos de esta newsletter son de Father and son (Padre e hijo), un proyecto que me pasó mi amiga Boryana (¡Gracias! Me gusta mucho que los lectores colaboren y mejoren Recalculando).
Se trata de una idea simple y potente: el fotógrafo búlgaro Valery Poshtarov realiza fotos de padres e hijos tomados de la mano en diferentes países y culturas.
Es una iniciativa maravillosa, considerando que la idea dominante de masculinidad rechaza o, al menos, evade el contacto físico tierno (más allá del abrazo apretado, con palmadas fuertes en la espalda y sin toque de pitos) y la intimidad entre hombres, incluso si hay vínculo entre ellos.
Poshtarov sostiene que en un mundo que ya se está distanciando “tomarse de la mano se convierte en una oración silenciosa, una forma de volver a estar juntos”. El fotógrafo señala que, mientras posan, padres e hijos se dan la mano por primera vez en años, a veces décadas.
“Es un momento poderoso, a menudo lleno de vacilación o incluso resistencia, que revela el atractivo universal de la conexión, el legado y la vulnerabilidad en nuestra experiencia humana. La esencia del proyecto reside en este acto íntimo, en el que las fotografías son testigos del amor profundo, aunque a menudo tácito, entre padres e hijos”, explica.
Si tuviera la posibilidad, sin dudas me haría una foto con mi viejo de la mano como propone Poshtarov. Pero por suerte, al menos, al lado de mi escritorio tengo foto con mi viejo y con mi vieja, el día que me entregaron el diploma de periodista. Ahí tengo 21 años y ellos 63. Los tres miramos en una dirección distinta pero hay algo en común: estamos sonriendo y abrazados.
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Hasta acá llegamos.
Gracias por leer, por compartir Recalculando y por escribirme (¡lo pueden hacer respondiendo este correo!).
Tengo muy presente que aún debo respuestas a varios correos de las últimas semanas. Lo haré, lo prometo. Mientras, ante mi ingrata falta de respuestas, espero que no dejen de escribir: siempre me da mucha satisfacción y ánimo leerlos.
Nos vemos en dos semanas.
Un abrazo,
Nacho
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Un gracias enorme 🙏 a Marta Castro por la generosa edición 🙌 de esta newsletter. Los errores son míos (sabrán perdonarme). Marta no tiene redes sociales: no le gustan. Pero si quieren contactarla, me avisan 😉