La fuerza que nos mueve
Nick Cave, los susurros de Dios y la intuición. ¿Por qué un chabón desafía a una atleta? Hijo juega fútbol mixto. Quiero ayuda, pero no la doy.
Empiezo el lunes leyendo dos noticias que me parten al medio: 1) Sobre 25.000 muertes en Gaza, 8 de cada 10 son mujeres o niños; 2) La carrera por el cobalto: los esclavos del Congo trabajan para que puedas estar conectado.
Realidades lejanas que internet acerca. No tiene nada que ver con mi newsletter, pero por algún motivo me resulta difícil empezar a escribir sin mencionarlo. ¿Qué tengo para decir después de leer estos horrores? ¿Se puede hablar de otra cosa?
¿Qué hacemos con esa impotencia? Casi nada, en general. Un poco de mala sangre y seguir scroleando. O tal vez pueda ser un marco de referencia para lo cotidiano.
Y me pregunto: ¿vale la pena escribir sobre paternidad y otras preocupaciones, por momentos, bastante burguesas, mientras millones de personas viven un infierno?
Creo que sí, haciendo como dice Nick Cave en su última newsletter, que el músico cerró así (con algo que capaz funciona para casi todo):
No sé a qué decisiones te enfrentas, pero mis pensamientos son que deberías ser intuitivo y juguetón en tus elecciones y decidido en tu aplicación. Siempre estamos llenos de preocupación hasta que comenzamos la tarea, pero he descubierto que, al final, las cosas tienden a encontrar su camino. Confía en tus intuiciones, son los susurros de Dios, la fuerza justa y alentadora que nos mueve siempre hacia adelante.
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Quejarse de todo
A mi alrededor las cosas están bien pero podrían estar mejor. Lorenzo, hijo mayor que va a cumplir cinco años, se queja permanentemente: de ir al jardín de infantes; de ir a fútbol pero también de que el entrenamiento se termine; de no estar en casa y de estar en casa.
Entiendo y supongo que es parte de una etapa de su desarrollo (y tal vez, propio de su personalidad en formación). Igual, es cansador y hasta decepcionante (tal vez, para las dos partes).
Uno está ahí, haciendo malabares para que no le falte nada y lo que vuelve es un rumor de lamentos y esa sensación de que nunca es suficiente. ¿Hasta cuándo durará esto? ¿Será así por algo que absorbe de sus padres?
Me pregunto cómo será en otras familias. Un amigo me dice que le pasa lo mismo con la hija, que tiene 9 años, y otro me cuenta que le pasa igual con sus dos hijos, de dos y cinco años.
En última instancia, lo que me preocupa es su bienestar, del cual me siento responsable: ¿qué estoy haciendo mal? (los padres siempre haremos algo mal), ¿qué podría hacer mejor para mis hijos?
Estas preguntas me van a acompañar o perseguir toda la vida. En lugar de desesperarme, esto último me da tranquilidad: tal vez, porque implica perspectiva de futuro y, por ende, de cierta esperanza.
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¿Cómo no le voy a ganar a una mina?
Hace poco se volvió viral un video de la atleta Alahna Sabbakhan, de 22 años. Un amigo de su novio, que ni siquiera era corredor, apareció (o sea, nadie lo invitó) en un entrenamiento de ella para desafiarla: “Se negaba a creer que una mujer pudiera ganarle en una carrera”, contó la deportista estadounidense.
Sabbakhan corrió los 400 metros como parte de su entrenamiento. El resultado fue tan obvio como vergonzoso: el pibe aguantó el ritmo hasta la mitad, cuando la atleta aceleró, como suele hacerse en estas competencias, dejando al muchacho lejísimos de los 57 segundos que ella necesitó para completar el recorrido.
Su marca fue bastante buena para ser una práctica, dijo Sabbakhan, cuyo mejor registro es de 53 segundos (una diferencia grande a nivel de élite).
Sabbakhan, que empezó a correr a los cinco años, está acostumbrada a esta clase de retos: le sucede desde la infancia. “Muchos muchachos querían competir en el patio de recreo porque pensaban que podían vencerme”.
Algo similar, por lo ridículo, pasó hace unos años con Serena Williams, ganadora de 23 títulos individuales de torneos Grand Slam —uno menos que Novak Djokovic, el récord masculino—, cuatro oros olímpicos y número uno del ranking WTA por 300 semanas.
En 2019, el 12% de los hombres de Gran Bretaña —frente al 3% de mujeres— consideró que podría ganarle un punto a Serena, que se lo tomó con humor: cinco hombres no pudieron devolverle el saque, en un evento que aprovechó para luchar por la equidad de género.
¿Por qué hombres que no son deportistas, sentados en su sofá, creen que pueden competir e incluso vencer a deportistas mujeres que entrenan todos los días? ¿De dónde viene esta seguridad de superioridad de los hombres sobre las mujeres?
En las redes sociales, una chica comentó que el afán de dominación masculino no se da sólo en los deportes sino en “todas las áreas” de la vida —¡hola, masplaining!— y, además, empieza a una edad bien temprana.
La chica recordó que cuando estaba en 4º o 5º grado le gustaba dibujar. Bueno, había otro pibe que también dibujaba pero se tomaba muy en serio su “arte”.
Entonces, algunos de los amigos del niño artista desafiaron a la chica a competir para ver quién era superior: “Nunca dije ser mejor. Y yo estaba como: ‘No, solo dibujo caballos. Me gustan los caballos y eso es todo, jajaja. No tengo ningún interés en probar para vos o para nadie que mi 'arte' es mejor’. Ellos no podían entender eso”.
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Todo esto resignifica la importancia que (ojalá) pudo haber tenido para Lorenzo uno de los entrenamientos de fútbol de hace unas semanas. Por las vacaciones de Navidad y Año Nuevo, en la academia donde juega al fútbol eran pocos. Entonces, juntaron grupos y armaron una práctica mixta con pibes y pibas de diferentes edades.
El equipo que tenía tres pibas de ocho y nueve años dominó al otro, donde había pibes como Lorenzo, de casi 5 años, y otros de entre siete u nueve.
Mi esperanza: que Lorenzo y todos los demás chicos hayan tomado con naturalidad que no tiene nada de malo que una mujer pueda ser mejor que un varón (en lo que sea).
Más bien, quisiera que su pensamiento, tal vez inconsciente, como nos sucede a muchos, no sea como el del ridículo que desafió a la atleta: “Seguro que soy mejor que esta mina porque soy un chabón”.
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Esperar pero no dar
Como acostumbro los viernes, después de dejar a Lorenzo en el jardín de infantes, hago las compras en el mercado callejero de Varkiza, el pueblo vecino de donde vivimos, en las afueras de Atenas.
Cargo frutas y verduras para toda la semana. León —hijo menor, de 15 meses—, pide a gritos aceitunas, banana, mandarina, naranja y todo lo que ve, a la vez que insiste en saludar a un vendedor que finge no verlo.
Un poco me estreso: León, que se hizo caca, intenta bajarse del cochecito y temo que desborde el pañal, además que no quiero que se pase su horario de la siesta matinal.
Mientras meto las bolsas en el auto, observo a un pibe que labura en el mercado armando y desarmando puestos, o sea, un ayudante que no atiende al público. Está sentado a menos de medio metro, casi que lo rozo al pasar pero nunca levanta la vista de su teléfono. Está absorbido por TikTok, como un pibe enganchado a la pasta base. Y yo pienso: “Tal vez sin el teléfono, este flaco me hubiera ofrecido una mano, ¿no?”.
De regreso a casa, mientras manejo, trato de organizar este pensamiento y todo eso de la adicción a las pantalla de esta época.
De pronto, un tipo en la banquina hace señas esperando que alguien se detenga. Veo dos autos estacionados. Pareciera ser un problema mecánico pero no logro entender la situación. ¿Por qué hay un tipo y dos autos? ¿Freno? Dudo pero no lo hago: “¿Y si me quiere afanar? Si no estuviera León atrás, tal vez paraba”, digo, probablemente para sentirme mejor.
Y luego pienso que desde la necesidad o el deseo de ayuda, siempre se ve más clara la (supuesta) falta de consideración, solidaridad o empatía ajena.
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Hasta acá llegamos hoy.
Muchas gracias a los que hacen circular la newsletter y bienvenidos a los que hoy reciben mi correo por primera vez (este es el archivo de todo lo publicado en Recalculando).
Sé que aún no respondí muchos correos de los últimos meses pero vuelvo a decir lo de siempre: sigan escribiendo (me pone contento), leo todo y respondo de a rachas.
Buena semana :)
Un abrazo,
Nacho
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Un gracias enorme 🙏 a Marta Castro por la generosa edición 🙌 de esta newsletter. Los errores son míos (sabrán perdonarme). Marta no tiene redes sociales: no le gustan. Pero si quieren contactarla, me avisan 😉