Pantallas, esa gran adicción
Niños y adultos, con diferentes riesgos y problemáticas, frente al mismo desafío: hacer buen uso de las pantallas.
Pensar en algo que quiero hacer y no hacerlo, en general, es agotador. Con solo dar el primer paso y empezar eso que tengo pendiente, ya siento alivio. Surge un sensación de “ya está”. Se parece a contener las ganas de ir al baño y finalmente ir.
Ayer, como otras veces, me abrumaba empezar a escribir… hasta que hoy empecé este texto. La procrastinación no fue por falta de ideas: tengo una lista larga de temas y borradores, además de que todo el tiempo encuentro material para esta newsletter.
Todo esto también se asemeja a la sensación abrumadora que, por momentos, me provoca la paternidad (y la vida en general): lo que creo que tengo que hacer —la interminable to-do-list—, versus lo que realmente puedo. En esta pelea contra la procrastinación (y la autoexigencia por el rendimiento y la eficiencia), lo que menos me ayuda son las pantallas.
Mientras deambulo horas por Internet, sigo sin resolver otras preguntas. ¿A qué colegio irán nuestros dos hijos? ¿Estamos criándolos bien acá, en Grecia, lejos de nuestras familias y amigos de toda la vida? ¿Hasta cuándo podremos mantener a nuestros hijos alejados de un teléfono celular?
De los riesgos y desafíos que se avecinan, ¿cuáles podremos abordar con anticipación? ¿En qué estamos equivocándonos sin darnos cuenta? Escribo en plural porque estas decisiones no serán solo mías, sino de la pareja que formamos con Irene.
Hay preocupaciones que pueden parecer aún lejanas, pero sé que muy pronto serán desafíos porque, efectivamente, ya lo son para otras familias (y para las personas en general, tengan o no hijos).
Esta semana volví a leer sobre el uso de las pantallas en los niños y adolescentes. Uno de los grandes riesgos es la exposición muy temprana a contenidos para adultos: los españoles tienen su primer contacto con la pornografía entre los 9 y los 11 años, y el 62,5% de los adolescentes de 13 a 18 años ya accedió a contenidos pornográficos, indicó El Periódico.
Las cifras son similares en Europa y América Latina. En Argentina, por ejemplo, se cree que empiezan a los ocho años: “El cerebro no está preparado y el impacto es enorme”, tituló el diario La Nación.
No profundizaré (ahora) en las problemáticas y riesgos del consumo de pornografía a edades tan tempranas —y tan carentes de recursos—, pero tiene que estar clarísimo que es un gran problema cuando el porno es la principal fuente de educación sexual.
El porno de mayor circulación, que es al que más consumen los adolescentes, “reproduce estereotipos de género, ciertos cánones de belleza de los cuerpos, ciertos roles de varones y mujeres, nos muestra a la sexualidad de un modo muy tejida por la violencia”, dice Laura Milano, investigadora del CONICET y doctora en Ciencias Sociales, en esta entrevista.
El mal uso de la pantalla
Volviendo al tiempo que pasamos frente a las pantallas, hace rato es evidente que algo está muy mal en la industria tecnológica y del entretenimiento online —al menos, en cómo se integran al mundo— cuando vemos que los hijos de los gurúes tecnológicos no utilizan los productos que hicieron millonarios a sus padres.
¿Qué pensarías si te invitara a cenar a mi casa, te dijera que preparé un plato espectacular, de hecho, mi favorito, pero cuando nos sentamos a la mesa vieras que yo como otra cosa, mucho más simple y sin decirte por qué?
Tim Cook, el director ejecutivo de Apple, no quiere que su sobrino use las redes sociales. La familia Bill Gates, fundador de Microsoft, decidió que sus hijos no utilicen celulares hasta la adolescencia. Steve Jobs no dejaba que sus hijos usaran un iPad (que su empresa fabrica). “En la escala entre los dulces y la cocaína en crack, se parecen más a la droga”, dijo Chris Anderson, ex editor de la revista tecnológica Wired.
Desde hace años que se escribe sobre esto (El País, The Mirror) y creo que cada vez está más claro que es un problema (para los adultos y los más chicos).
Ahora China propone que los niños pasen menos tiempo en sus teléfonos inteligentes. La idea, cuenta el New York Times, es prevenir la “adicción a internet” al limitar a los menores de 8 años a 40 minutos de uso diario de teléfonos inteligentes.
En la última entrega de su newsletter, el periodista
escribió:En cada comienzo de la semana repito un ritual angustiante, que es recibir la notificación en el celular de la cantidad de horas que pasé frente a la pantalla. Casi siempre estoy en 4 horas diarias (para ser justos, nunca menos de 4 horas 30 minutos), solo una vez estuve en menos de 4 horas y muchas veces llego a 5 horas. Como esta semana: 5 horas 12 minutos.
Y el ritual angustiante es este: la promesa de comprar esta misma semana un reloj despertador para evitar tener el celular en la noche cerca de la cama. Esa hora final en la que estoy con el teléfono de un modo absurdo, la luz sobre la cara, el contenido idiota, las vidas ajenas. ¿Para qué?
También surgió el tema en la entrevista que le hice hace unas semanas a Rubén Magnano (oro olímpico en básquet con la Generación Dorada argentina en Atenas 2004). El entrenador contó que una norma era que no se podía usar el teléfono en las actividades de equipo, como en las comidas.
“Un celular interfiere totalmente a un hecho social, cómico o familiar; a un conocimiento de las personas o del amigo que hace meses que no ve. Me parecía que coartaba la comunicación. ¿Por qué no alimentar el afecto?”, me planteó Magnano en la entrevista.
Lo que me pasa
En lo cotidiano, hago el esfuerzo por no usar el teléfono cuando estoy con hijos, con Irene o con amigos (muchas veces fracaso); no llevo el teléfono a la mesa; y, desde hace unos días, retomé el hábito de dejar el teléfono apagado en otra habitación cuando me voy a dormir.
Lorenzo, que se acerca a los cinco años, por ahora solo mira videos (elegidos por Irene o por mí) muy de vez en cuando (a veces ocurre una vez al mes). Sé que el desafío llegará más adelante, cuando tenga otra autonomía y su entorno cercano empiece a poblarse de pantallas.
La apuesta es construir una base de intereses y curiosidades para que, llegado el momento, no sólo compitan con la atracción que genera la tecnología sino también que lo ayude en el modo de utilizarla. Ojalá resulte.
Lo cierto es que Unicef alertó hace rato sobre el riesgo del uso de Internet entre los niños y adolescentes. Recientemente en España se instaló un debate sobre el uso de los teléfonos celulares en las escuelas porque algunas los prohibieron.
“El problema es que muchos progenitores no soportan que sus hijos se frustren. Desde un punto de vista psicológico, la frustración es desagradable, pero no es mala. Sin embargo, parece que los padres sólo saben decir sí a sus hijos. Nunca un no”, plantea Roger Ballescà, psicólogo especializado en población infantojuvenil, en un artículo en El Periódico sobre los niños y el uso abusivo del celular.
En el mismo diario catalán leí que un grupo de WhatsApp con contenido violento y pornográfico se viralizó recientemente entre adolescentes de 12 años de Barcelona. Se compartieron “muchas imágenes porno —una con un cadáver—” y aparecen comentarios racistas y homófobos tipo “tienes cara de homosexual”.
“Las pantallas son un problema de salud pública”, sentenció la neuropsicóloga pediátrica Carina Castro Fumero, con más de 20 años de experiencia en salud mental, alertando sobre cómo las nuevas generaciones están formando un cerebro adicto a las pantallas.
Castro Fumero señaló que las pantallas se asocian a retraso en el lenguaje; dificultad para regular emociones y para controlar impulsos; problemas de atención y en el desarrollo de la visión; aparición de conductas violentas; adicción a la pornografía, los videojuegos y las redes sociales; trastornos alimentarios (anorexia, bulimia); y enfermedades mentales como ansiedad, depresión y suicidio.
La viñeta anterior puede ser tendenciosa: uno puede estar leyendo un libro estúpido y la otra persona viendo un documental interesante. Pero el fondo de la cuestión es el uso que habitualmente se le da a cada tecnología y lo que cada una de ellas estimula. ¿Cuánto tiempo pasamos en nuestros teléfonos consumiendo basura?
Es cierto que cuanto más temprano están expuestos al uso indiscriminado de las pantallas, más alto es el riesgo que corren los niños, porque sus cerebros están menos desarrollados que los de los adultos para manejar diferentes situaciones.
Pero los adultos ni ahí no nos salvamos de algunos problemas que generan las pantallas. De hecho, muchas veces caigo en esa telaraña infinita de Internet. En concreto, me pasó ayer, cuando planeaba escribir esta newsletter. Frustrado, tras dos horas deambulando por Internet, a medianoche saludé a Irene —está de viaje por trabajo— diciéndole que me iba a dormir.
Sin embargo, dos horas después seguía alternando entre redes sociales, los muertos en Israel y en Gaza (¡¿cómo puede ser que siga habiendo guerras?!), ofertas de colchones y las noticias sobre la selección argentina. Me fui a la cama a las dos y media de la mañana.
¿Qué me quedó de todo lo que vi anoche? Además de la newsletter sin escribir (y la frustración que implica), creo que no mucho más. Esta mañana lo que sí tuve, sin dudas, fue sueño, porque Lorenzo se despertó como de costumbre para ir al jardín de infantes.
Sentí también una resaca por ese absurdo atracón de Internet, un consumo voraz, una cosa detrás de la otra (acabo de chequear el historial de navegación: entre las 22:01 y las 2:10 abrí o actualicé 423 ventanas).
En cambio hoy, después de llevar a hijo al jardín, apagué todas las notificaciones y alejé el teléfono. Aunque fue más fatigoso, escribí esta newsletter, que al final es un desafío y una satisfacción mucho mayor que navegar sin rumbo por Internet durante horas.
…
Hasta acá llegué. Ya podés ir dejando la pantalla.
Gracias por leer y por compartirlo con otras personas.
Nos vemos en dos semanas. Mientras, te leo y nos escribimos.
Un abrazo,
Nacho
…..
Un gracias enorme 🙏 a Marta Castro por la generosa edición 🙌 de esta newsletter. Los errores son míos (sabrán perdonarme). Marta no tiene redes sociales: no le gustan. Pero si quieren contactarla, me avisan 😉