¿Familia o bomba nuclear?
Burnout parental. No hay que criar solos o aislados. Teorías sobre la supervivencia de las parejas. Una salida al cine, una apuesta.
Tengo una hora y voy a escribir contra reloj, algo que casi no hice en estos dos años de Recalculando. Viene al caso porque voy a hablar del tiempo, de madres y padres “quemadísimos” (burnout parental) y de la familia nuclear (Ah, y fuimos al cine).
Me acuerdo de la escritura fragmentada, eso propio de las madres que escriben cuando el bebé duerme, cuando alguien lo tiene en brazos, cuando juega solo diez minutos. Me pasó y no me di cuenta hasta que una amiga novelista me lo explicó al darme una devolución de un texto.
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Uno de los grandes temas de la paternidad son los tiempos: ¿a qué le sacamos tiempo en esta nueva etapa de la vida en la que, con los hijos, nacen tareas que nos demandan tanto mental y físicamente? ¿Cuánto influye el contexto?
Un podcast me hizo sentir bien porque puso en palabras esas experiencias que a veces uno lee como personales pero al final son universales. Pero de eso voy a hablar después. Ahora voy a seguir con la idea que venía desovillando.
Cuando llegan los hijos, no nos queda otra que manejar los tiempos de otro modo y saber que cualquier plan puede quedar disuelto en un estornudo. Lo que suelo ver —y también nos pasa a nosotros—, es que el recorte del tiempo afecta a las actividades de ocio o bienestar individual y, tan problemático como esto, también quitamos tiempo y energía a lo que nos trajo hasta acá, es decir, a la pareja.
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El miércoles pasado salimos por tercera semana consecutiva con Irene. Solos. Por primera vez en cinco años armamos una rutina tan “larga” para dedicarnos tiempo exclusivo (hasta ahora habíamos salido sin los pibes dos veces en cinco años).
La primera de las tres salidas fue a la playa, de noche, frente a casa: tres horas sentados en la arena charlando sin interrupciones. Parecieron un día entero. Nos propusimos instalarlo como rutina semanal.
El miércoles pasado fuimos al cine, aprovechando que estaba el FeCHA (Festival de Cine Hispanófono de Atenas). Irene me esperaba en la capital griega. Acosté a los chicos, quedó la niñera en casa, y salí para allá. Tenía 50 minutos de viaje.
Apenas me senté en el auto, llamé a un amigo con el que había quedado: así son los tiempos de la paternidad, hay que explotar al máximo cada ventana (oportunidad). También es un poco una auto explotación en función de la eficiencia. Hacer dos cosas: manejar y hablar con manos libres.
A las dos cuadras, me crucé con una pareja con un bebé llorando. Una situación habitual: ocho de la noche, final de un día de playa, todos cansados. No necesité escuchar qué decían para percibir la tensión. El lenguaje corporal de ambos y la experiencia personal fueron suficientes.
Los vi como la representación de la gran mayoría de los padres de esta época: haciendo lo que pueden, pero solos y cansados. Sonreí como gesto de que los había visto, que no los iba a atropellar. Ella, con el bebé en brazos, devolvió la sonrisa. Y me pareció verlos suspirar.
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—¿Y por qué se sostiene una pareja si es tan difícil?, me preguntó mi amigo E, que seguía del otro lado del teléfono, cuando le describí la situación. Él, que anda cerca de los 50 años, no tiene hijos pero el verano pasado convivió un mes con nosotros: “Nunca había entendido la dimensión de lo que significa criar pibes”.
Creo que con los hijos sucede algo parecido a lo que pasó con el Covid: se tensa la realidad y queda en primer plano lo que haya debajo de la alfombra. Entonces, ¿por qué se sostienen las parejas si es tan complicado? En rigor, muchas no se sostienen sino que se rompen en esa etapa.
Para las que sí siguen, improvisé dos teorías que aún sostengo. Las parejas con hijos se sostienen principalmente por dos motivos:
Por inercia. Onda, ahora que estamos acá, sigamos, aguantemos esto porque, ¿a dónde vamos a ir, qué vamos a hacer?
Saben que es una etapa dura pero, pese a las dificultades y las diferencias, sobre todo eligen y creen en la vida juntos, y para que eso sea posible no se olvidan de recurrir y alimentar esa caja donde conservan sueños, deseos, ambiciones y fantasías individuales y conjuntas. Buscan opciones, alternativas, prueban.
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Al asunto de las madres y padres “quemadísimos” (como los describió la periodista argentina Gisele Sousa Dias), hay que agregarle el contexto de la época, dominado por las familias nucleares, que no estoy seguro si son una trampa, una condena o las dos cosas.
Esto me explotó en la cara hace cinco años, cuando nació Lorenzo y quedé a cargo de él a tiempo completo porque no iba al jardín de infantes, primero porque era bebé —y vivíamos como nómades— y después por la pandemia. Pasaba con él todos los días en gran medida solos, mientras Irene trabajaba. Ahí surgió Recalculando.
Cada semana confirmo que la familia nuclear no es la mejor opción. Sobre todo, cuando estoy solo en momentos cotidianos que se vuelven desoladores. Se hace complicado algo tan simple como sentarme en el inodoro.
Tengo que dejar la puerta abierta y hacer malabares para distraer y supervisar que León, a sus 20 meses, no se lastime: que no suba la escalera caracol, que no trepe a un banco porque se va a dar vuelta, que no inunde el baño con la ducha, que no tire en el inodoro cosas como juguetes, celulares, billeteras…
Por contraste, también confirmo que las familias nucleares son una condena al sentir el efecto contrario. Es decir, al pasar días con gente, en actividades con amigos o familia. Ahí los chicos acceden a otras experiencias que no viven estando solo con nosotros y la energía de todos recorre otros caminos. Nosotros podemos despegar la atención de los pibes y hablar con otros adultos. La tensión de la que hablaba desaparece en comunidad.
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En cada ida y vuelta para llevar y buscar a Lorenzo en el jardín, durante la semana pasada escuché el episodio 100 de Man Enough Podcast (salió en enero pasado: links para Spotify o Youtube).
Los presentadores del show Justin Baldoni y Jamey Heath dejaron sus lugares para que hablaran sus esposas, Emily y Natasha, junto con Liz Plank, tercera conductora de podcast. Conversaron sobre maternidad, matrimonio, importancia de la comunidad y éxito profesional.
En un momento, Liz Plank mencionó que ya sabemos bastante sobre por qué muchas mujeres no quieren casarse ni ser madres, de los perjuicios, de la falta de políticas, de la inequidad y de los problemas que todo eso trae. Entonces, les pregunta qué cosas hicieron para que sus matrimonios funcionen para ellas.
“Entender que está bien decir algo incómodo, que no pasa nada si tu pareja se siente incómoda. Incomodidad no significa desunión ni que la relación haya terminado. Significa que tenemos que respirar a través de esto. Podremos tener uno o dos días de malestar, y luego tenemos que sentarnos con esos sentimientos”, dijo Natasha Heath, que remarcó la importancia de decir su verdad —fundamentada y amable— por más que eso irrite o ponga a la defensiva a su pareja.
En otro momento, hablaron de la importancia de no criar hijos en soledad, de tener personas alrededor: “Todos deberían estar involucrados en la crianza de los niños: los mejores amigos, las tías, los vecinos. Deberíamos generar confianza y relaciones similares para que todos se sientan seguros de participar y ayudar”, dijo Natasha Heath.
“Incluso —añadió— antes de que una pareja decida tener un hijo, tienen que pensar honestamente ‘¿quién es nuestra comunidad?’, ‘¿cerca de quién vivimos?’ (...) Creo que no construimos esas relaciones hasta que comienzan la escuela. Pero debería suceder antes de tener hijos”.
Reconocen que hablan desde posiciones privilegiadas por diferentes motivos —raciales y económicos, mayormente—, pero “aún así, es duro”.
—¿Qué fue lo duro?, preguntó Liz Plank.
— No saber que no podía hacerlo sola. Una pareja no debería criar a un niño sola en su pequeña caja del hogar. Una familia nuclear es una bomba nuclear, esperando estallar. Eso no es una comunidad, es negar a la comunidad. Recuerdo que tenía esta voz dura, cruel y crítica, que decía: tenés que descubrir cómo criar a tu hijo vos misma. Había esta presión de no pedir ayuda, de saber ser madre. Tuve que dejar ir esa voz y saber que esto no es saludable. Cada vez que estoy sola con mis hijos durante más de dos horas, pienso: “Esto no está bien”. ¿Dónde hay alguien?
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Como escribió David Brooks en su artículo “La familia nuclear fue un error” en The Atlantic: “La estructura familiar que hemos mantenido como ideal cultural durante el último medio siglo ha sido una catástrofe para muchos. Es hora de encontrar mejores formas de vivir juntos”
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En el cine vimos La Uruguaya, la adaptación de la novela de Pedro Mairal. Fue interesante verla en Atenas, en un cine al aire libre, que es algo clásico en la capital griega. Algo que me gustó fue escuchar risas ante los chistes o giros humorísticos, considerando que el público, en su enorme mayoría, era griego.
Otra vez, el paréntesis de un puñado de horas solos como pareja cambió la percepción del tiempo. Surgieron conversaciones, silencios, incomodidades y miradas que no tienen lugar el fragor cotidiano. Nos gustó.
Cuando llegamos a casa, a las dos de la mañana, los chicos dormían. A las 5.30 el más chico se despertó y no durmió más. El día siguiente fue cuesta arriba para todos.
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Hoy, una semana después, sostengo todo lo anterior. La familia nuclear es una condena y, en ese contexto, hay que apostar tiempo a la pareja. Como sea, hay que ponerlo en la agenda y conectar.
En el trote diario se hace casi imposible la conexión y es comprensible caer en la interacción —e irritación— de lo burocrático: bañar a los pibes, colgar la ropa, “¿qué comemos hoy?”, “¡uhhh!, está tosiendo feo, ¿vamos a la pediatra?”, lavar los platos, limpiar la casa, atajar un berrinche acá y otro allá… y laburar.
Para sorpresa de nadie, con el paso del tiempo no sabemos quién es el soldado que está al lado nuestro. Es fácil perderse.
En cambio, obligándonos a ese espacio compartido exclusivo para nosotros —salir los miércoles—, puede aparecer la energía que nos hizo conectar y elegirnos desde hace 12 años. Hablar de los miedos, los desafíos, los sueños, los deseos, las fantasías, las ambiciones. Personales y conjuntas.
También, puede ser una oportunidad para valorar lo vivido hasta ahora y, sabiendo que la inercia está a la vuelta de la esquina, volvernos a elegir conscientemente. Podremos acercarnos o alejarnos, pero será desde un lugar activo, sabiendo quién es el otro, qué le está pasando y en quién se está convirtiendo con esta nueva realidad.
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Escribí la versión inicial de este texto en una hora que tuve el lunes a la mañana. El plan era editarlo entre la noche del lunes y la mañana de hoy, miércoles. Pero bueno, León se enfermó y no fue a la guardería. Así que edité 50 minutos el martes (cuando durmió siesta) y dos horas esta mañana, antes de enviar este correo.
Hacer lo mejor que podemos con lo que tenemos, ¿no?
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Hasta acá llegamos.
Voy a agarrar a León, que Irene tiene que empezar su jornada de trabajo.
Muchas gracias a los que siguen compartiendo Recalculando.
Más gracias a los que respondieron la encuesta para que esto siga mejorando. Las respuestas (anónimas) son de mucha ayuda y las voy a compartir cuando procese la data. Si aún no lo hiciste, está es la última oportunidad para responder, te va a llevar tres minutos o menos:
Nos vemos en dos semanas.
Mientras, podés responder este mail o dejar comentarios en el post.
Un abrazo,
Nacho
PD: Si no querés responder la encuesta pero te interesaría que hablemos por videollamada porque tenés propuestas, ideas, sugerencias o comentarios sobre Recalculando, por favor respondé este correo y lo coordinamos.
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