Eclipsar la infancia
Padres a las trompadas. La forma de estar juntos. Bill Watterson y la ambición. Calvin y Hobbes y los adultos. ¿Hijos empeoran calidad de vida? ¿Mi vieja hubiera vivido hasta los 83 años? Barcelona.
A veces pienso que ciertas cosas ya no ocurren, que quedaron enterradas en el pasado de mi infancia. Por ejemplo, que un grupo de padres se pelee en un partido infantil. Es algo que vi bastante en el fútbol en Buenos Aires y que, ingenuamente, creía que (como no lo veía) ya no pasaba (tanto).
Error. Sigue ocurriendo. Esta vez fue en Italia, en un partido de minibasket entre Rosignano y Follonica, con pibes de siete y ocho años. La final fue suspendida porque unos padres se agarraron a trompadas en las tribunas. ¿El motivo? Una discusión sobre si todos los nenes debían jugar el mismo tiempo o si los “mejores” podían estar más minutos que los “peores”.
Sí, los pibes de siete y ocho años no pudieron terminar un torneito porque sus padres pasaron de una discusión a las piñas. Tuvo que llegar la policía. Algunos nenes lloraban en la cancha.
“Es evidente que incluso un juego de niños se convierte en el medio a través del cual ciertos padres desahogan sus frustraciones”, dijo el presidente de Follonica, Raffaele Battaglini.
Como planteó La Giornata Tipo, imaginate tener ocho años y ver a los entrenadores rogándole a tus padres que dejen de golpearse. Tener ocho años y, en lugar de correr en la cancha, estar sentado y mirando a tus compañeros de equipo sin entender lo que está pasando. Imaginate ver nenes llorando porque algún adulto decidió tirar piñas en un partido de minibasket. A los ocho años, “imaginate ver la violencia delante de tus ojos”.
Sin simplificar lo ocurrido a “son unos enfermos que se pelean”, preguntémonos: ¿qué función cumple la violencia en un hecho semejante? ¿Por qué o para qué un adulto se pelea en un contexto lúdico e infantil? ¿Qué se busca defender con violencia? ¿Qué enseñanzas y mensajes deja a los pibes que los adultos que deberían cuidarlos se enfrentan a golpes por una diferencia?
BARCELONA: del miércoles 7 al sábado 10 de mayo estaré en Barcelona para asistir a la conferencia Parental Brain (Cerebro de padres). ¿Alguien por ahí? ¡Avisá!
Cuando leí “Umbilical”, de Andrés Neuman, me encantó. Subrayé muchos párrafos como este: “Tenía tanto miedo de que vinieras, hijo, a reencontrarme. Espero que me enseñes a llorar lo no llorado”.
También líneas como estas: “Ojalá se pudiese acariciar el pie que ronda la frontera, que camina por dentro. Quiero tocar tu paso y no me sale: somos casi vecinos. Ahí estás, aquí estoy, a un abismo de sólo unos centímetros. La forma de estar juntos de los hombres”.
En 1990, el dibujante estadounidense Bill Watterson, famoso por Calvin y Hobbes, habló sobre la tensión entre la carrera profesional y la felicidad personal. En su discurso en Kenyon College se refirió a cómo en nuestra cultura la ambición suele medirse en ascensos y salarios. Dijo que tener una carrera envidiable es una cosa y ser una persona feliz es otra.
“Crear una vida que refleje tus valores y satisfaga tu alma es un logro poco común. En una cultura que promueve implacablemente la avaricia y el exceso como la buena vida, una persona feliz trabajando por su cuenta suele ser considerada excéntrica, si no subversiva. La ambición solo se entiende si se trata de ascender a la cima de una escalera imaginaria del éxito. Alguien que acepta un trabajo poco exigente porque le da tiempo para dedicarse a otros intereses y actividades es considerado un excéntrico. A quien abandona su carrera para quedarse en casa y criar hijos se le considera alguien que no está a la altura de su potencial, como si el puesto y el salario fueran la única medida del valor humano”. (Bill Watterson)
Al leer su discurso, reviví la tensión de dedicarme a cuidar a mis hijos. En varios momentos me cuestioné si era “lo correcto” enfocarme en Lorenzo (6 años) y luego en León (2 años y medio). ¿Voy a dejar mi carrera para perseguir un bebé y cambiar pañales, mientras mi mujer trabaja para ganar plata? ¿Quién soy sin mi trabajo? ¿Podré volver a trabajar cuando los chicos crezcan?
Watterson parece tenerlo claro: “Te dirán de mil maneras, algunas sutiles y otras no, que sigas ascendiendo y que nunca estés satisfecho con dónde estás, quién eres y lo que haces”.
Calvin y Hobbes, entre otras cosas, muestra la perspectiva infantil sobre la realidad y cuestiona la mirada y comportamiento de los adultos. Como dice este artículo, Watterson quería invitarnos a no abandonar el espíritu de diversión y disfrute infantil para evitar una “madurez” mal entendida, tanto de pensamiento como de acción, en la que muchos caen a medida que cumplen años.
Un lector (¡Gracias B.! Estamos juntos en esta aventura) me mandó una de esas investigaciones que funcionan bien en redes sociales porque generan reacciones: un estudio polaco sugiere que tener hijas puede aumentar la longevidad de los padres varones. Pero la realidad es más compleja.
Resulta que en 2006, académicos de la Universidad Jagellónica, de Polonia, analizaron datos de 4.310 personas (2.147 madres y 2.163 padres) para examinar si tener hijos afecta la longevidad de madres y padres.
El resultado sugirió que los hijos varones no tuvieron un efecto medible, mientras que las hijas fueron asociadas a un aumento de la longevidad de los padres varones en un promedio de 74 semanas por hija. En las mujeres, la longevidad materna se redujo 95 semanas, en promedio, por hijo o hija (sin distinción de sexo).
Mi vieja, que tuvo siete hijos, ¿hubiera vivido 13 años más, o sea, habría alcanzado los 83 años? Quién sabe, es un estudio con limitaciones, no concluyente ni universalmente aplicable (fue hecho en una reducida población rural polaca).
Investigaciones posteriores lo cuestionaron, ya que la relación entre el sexo de los hijos y la longevidad parental es compleja, multifactorial y difícil de medir. Otros estudios muestran resultados variados y enfatizan que la longevidad depende más del contexto cultural, social y biológico que del sexo de los hijos.
De todos modos, me recordó a un padre que años atrás me dijo: “Cuando tenés hijos, tu calidad de vida empeora, no hay discusión”. Habrá tenido sus motivos para afirmar eso. También puede cambiar de opinión, sobre todo porque tiene dos hijas mujeres.
Las investigaciones que cuestionaron el estudio de la Universidad Jagellónica sí coinciden en que las hijas suelen brindar más cuidado y apoyo a sus padres en la vejez. Esto es algo bien documentado y que podría explicar la asociación positiva con la longevidad paterna.
Hay evidencia sociológica y gerontológica que muestra que, en muchas culturas, las hijas adultas asumen un rol más activo en el cuidado de los padres ancianos que los hijos varones.
Además de haber añadido estrés, en lo personal, ser padre de dos varones inquietos y curiosos me regala diariamente momentos de ternura, como cuando León y Lorenzo me abrazan o dicen “te amo” espontáneamente o se pelean por dormir conmigo. Sobre todo, puedo decir que la paternidad me empujó a salir del centro de mi vida para priorizar el cuidado y bienestar de otros.
“Ser padre te llena de humildad, es aleccionador”, escribió Dan Oshinsky, reflejando la vulnerabilidad y la falta de control a la que muchos nos enfrentamos por la imprevisibilidad y los sacrificios cotidianos de criar hijos.
Tener hijos me llevó a un estado de autoobservación constante, a decirle a mis hijos que me equivoco más de lo que me gustaría y a admitir, como dice Lorenzo, que soy “bastante pavote”.
Me hizo entender que, en general, mis acciones y actitudes son más importantes que lo que digo. Ellos están ahí mirando, copiando. Y ese espejo no perdona ni distingue en lo que me muestra. La paternidad es una infinita curva de errores y aprendizajes.
Las viñetas que usé están Piñata Productions y en Calvin & Hobbes en Español.
Listo por hoy. Si estás en Barcelona, avisame, estoy organizando un evento y me gustaría invitarte.
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Galaxia inexplorada
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