Y yo que pensaba
Lo imaginado y la realidad. Aprendizajes, errores y sorpresas en un viaje relámpago con hijo mayor.
Hice un viaje relámpago a Italia con hijo mayor, Lorenzo, justo antes de que retome el jardín de infantes en Grecia. Fuimos los dos en ferry a Brindisi por un trámite del auto, mientras que Irene se quedó en casa con León, hijo más chico.
La ida fue una travesía cargada con el entusiasmo de lo nuevo: “Nunca viajamos los dos solos así”, dije. Lorenzo, de cuatro años y medio, me corrigió: “Sí, fuimos a Argentina solos”. Bueno, añadí, pero después llegaron mamá y León: “Acá vamos vos y yo, nadie más, y después volvemos juntos otra vez. Además, vamos en ferry”.
Salimos de casa a las 6 de la mañana. Para eso, en menos de diez minutos, Lorenzo se despertó, se vistió, fue al baño y se subió al auto con su valijita de Spiderman. Y yo que pensaba que iba a ser difícil despertarlo tan temprano.
En las cinco horas de viaje hasta Igoumenitsa, el puerto desde el que salimos para Brindisi, Lorenzo no durmió. Y yo que pensaba que iba a hacer una siesta.
En el ferry, a los cinco minutos de haber embarcado y con más de una hora por delante hasta la partida, Lorenzo, con su mirada de lince, divisó a unos diez metros a un nene que tenía una historieta sobre la guerra de Troya.
Lorenzo lleva varias semanas enganchado con los mitos griegos, especialmente con la muerte de Aquiles y con la guerra de Troya. Escucha audio historias y le leemos los libros que tiene (está en una racha que los pide todos los días).
Con esa información en su disco rígido, a su radar no le costó divisar a la distancia una imagen del caballo de Troya. Lorenzo se acercó al otro niño y, sacando un libro de su valijita, le dijo: “Yo también tengo los mitos griegos”.
El otro niño, unos años mayor, le mostró página por página su libro. Lorenzo hizo lo propio, contándole además su versión sobre el ataque de los griegos a los troyanos. Miraban las imágenes y hacían comentarios.
Luego jugaron en el piso a varios juegos de mesa. Así, pasamos más de una hora. Y yo que pensaba que iba a ser difícil entretenerlo.
En un momento, dejamos a la familia para irnos a almorzar. Al subir al salón general del ferry me di cuenta de mi error de novato: no había ocupado ni una silla y una gran cantidad de gente ya dormía sobre los sillones.
Mientras buscábamos un rincón libre, una pareja nos preguntó: “¿Argentinos?”. Sus dos niños, españoles, celebraron que alguien más hablara en su idioma. Nos contaron que habían viajado a Argentina, recorriendo el país de una punta a la otra por la ruta 40.
Lorenzo jugó lo más bien con los niños por un par de horas. Pero ya llevaba más de medio día despierto y el cansancio empezó a hacer las cosas más difíciles. En ese contexto ruidoso y de niños corriendo a su alrededor, Lorenzo no quería dormir.
Cuando noté que ya no podía más —se tropezaba parado, cualquier cosa lo enojaba, etc—, le hice upa y me lo llevé a dar una vuelta. Un poco lo tuve que forzar, porque no quería saber nada, pero al rato se quedó quieto. Y yo que pensaba que ya no lo iba a dormir más en mis brazos.
Acosté a Lorenzo en los sillones y charlé con la pareja las últimas dos horas de viaje. Al final, me terminaron invitando a que vayamos con toda la familia a visitarlos a Málaga, que es uno de los lugares que hace rato queremos conocer con Irene. Entre otros motivos, porque en algún momento pensamos que podía ser un destino para instalarnos.
…
Esa noche dormimos en Brindisi y a la mañana siguiente hicimos el trámite. Como fue rápido, ya podíamos volver a casa. Había un ferry a las 13 para volver a Grecia pero estábamos ajustados de tiempo. Además, hubiéramos llegado de noche al puerto de Igoumenitsa y, con al menos cinco horas más aún hasta casa, hubiéramos tenido que pagar una noche para dormir en algún lado.
Habiendo visto que se podía dormir en el ferry, decidí volver en el otro ferry, que salía a las 22. Le dije a Lorenzo: “Una vez que subamos al barco, primero vamos al baño, antes de que se vuelvan un asco. Luego, vamos al salón y buscamos unos sillones para dormir”.
Lorenzo se enganchó, porque básicamente se entusiasma con cualquier propuesta (el problema es que en un momento me quedo sin propuestas). Hicimos lo planeado. Estaba orgulloso de mi estrategia, ya que dormiríamos unas siete u ocho horas.
Pero había un piano detrás nuestro que me jugó una mala pasada: un hombre se sentó y, de repente, empezó a sonar música como si fuera una fiesta de casamiento.
Me acerqué y le pregunté si podía ponerlo un poco más bajo: “Es mi trabajo”, me dijo, y me avisó que “solamente” iba a tocar hasta la una de la mañana, mientras un grupo de estudiantes, a los gritos, empezaba a hacer coreografías. Y yo que pensaba que había aprendido cómo viajar y dormir en ferry.
Para entonces, el resto de los sillones del barco estaban todos ocupados. Lorenzo estaba agotado, y yo también. Pero Lorenzo está acostumbrado al silencio y la lectura de historias para dormir. De lo contrario, se agarra de cualquier distracción con tal de seguir despierto. El escenario parecía dispuesto para una noche de pesadilla.
Empezamos a jugar al juego de la oca. Había cada vez más gritos y Lorenzo estaba cada vez más aplacado. Incluso, cuando él estaba por ganarme, se distrajo con las coreografías de los estudiantes. Y de pronto me dijo: “Hay mucho ruido, así no se puede dormir”.
Acto seguido sacó de su valijita los mitos griegos, me pidió que le leyera la guerra de Troya y se recostó. Me acosté y empecé a leerle. Al rato cerré el libro y le cubrí uno de los oídos. Acurrucado, Lorenzo se durmió más rápido y con menos resistencia que muchas noches en casa. Y yo que pensaba que no se iba a dormir nunca.
…
Mientras Lorenzo duerme, tomo notas para escribir esta newsletter.
Veo que otro padre tampoco tiene éxito cuando pregunta si pueden bajar la música. Pero ya ni siquiera hay estudiantes bailando, ¿qué sentido tiene? Pocos minutos después, aparece el capitán del ferry y le dice al tecladista que ya está, que hoy la música puede terminar antes.
Inmediatamente decido acostarme a dormir. Mañana terminaré de escribir esta newsletter.
…
Acá estoy, un día después de haber llegado a casa.
Al final, dormimos de un tirón hasta que el ferry llegó a Igoumenitsa. Y en los 500 kilómetros desde el puerto hasta casa, me hice algunas preguntas.
Busqué algunas respuestas posibles, por ejemplo, a cómo hizo Lorenzo para dormirse casi al lado del parlante y en medio de tanto ruido. En una de las paradas en la ruta encontré algo sobre la siesta del estrés, que parece ser un mecanismo de defensa.
Ya en el tramo final, mientras Lorenzo dormía en el auto, pensé en cómo las cosas muchas veces son diferentes respecto a nuestras predicciones. Y esto es algo que la paternidad me vuelve a mostrar, pero que aplica a la vida en general.
En la paternidad, a veces, uno tiene la tentación de pensar que ya entendió qué va a pasar. Y esa certeza, muchas veces, dura un minuto. En realidad, tanto en la paternidad como en la vida, hay un ejercicio de flexibilidad que es fundamental. Como un ejercicio de flexibilidad total para sobrevivir.
También la aceptación de que por más energía que dediquemos a pensar por adelantado ciertas cosas, no sólo la mayoría de las veces no van a suceder como las imaginamos sino que tal vez lo principal que vamos a lograr sea desgastarnos y desilusionarnos.
Al haber dormido en el ferry, ahorramos una noche de alojamiento y logramos volver un día antes de lo planeado. Pero cuando faltaba una hora para llegar a casa, me entró un mensaje de Irene: “¡León caminó!”. Era algo que sabía que faltaba poco para que pasara. Pero ni siquiera pude ver el video porque estaba manejando.
Y pensé.
Como Lorenzo, León también caminó a los diez meses. Como con Lorenzo, Irene también hizo un video de la primera vez de León caminando. Como con Lorenzo, esta vez por una hora, también me perdí la primera caminata de León. Y yo que pensaba que lo iba a ver caminar.
…
Hasta acá llegamos.
Muchas gracias de verdad por leer, comentar, mandarme mails y compartir con otras personas esta newsletter. Cada vez se suma alguien más, y eso me gusta.
Nos vemos en dos semanas. Mientras, te leo y nos escribimos.
Un abrazo,
Nacho
La vida está hecha de esos "Y yo que pensaba que...". Finalmente es una bendición que la vida y las personas significativas nos cambien los planes y los supuestos. Te saludo cariñosamente y espero que las sorpresas sean mayormente alegres, y si no, que sean leves.
Hermoso relato. Felicidades a Leon. Es maravilloso ver como nuestros hijos se convierten en maestros con pequeñas grandes intervenciones . También me resonó sobre como nos predisponemos a un futuro probable , sufriendo de antemano . Gracias por esto. Abrazo