Lo mejor que puedo hacer ahora
La familia se amplió, somos cuatro: ¡bienvenido, León! El cordón umbilical. Caminos de leche y miel. O Leãozinho: gracias Caetano Veloso. Incertidumbre. Dudas. El presente y nada más, ¿será posible?
Hoy me cuesta escribir. Tengo mucho para contar, pero estoy incómodo. Siento que no es el mejor momento para hacerlo: quisiera estar en el hospital, no en mi casa. Pensándolo mejor, lo que me parece que tengo son muchas contradicciones.
Para que se entienda más, voy a empezar por el principio. El viernes pasado, 28 de octubre, llegó León, el hermanito menor de Lorenzo. La familia se amplió, somos cuatro.
Pensando en cómo fueron las cosas hasta ahora, me pregunto qué vendrá y cómo será esta nueva etapa con dos hijos, en Grecia —al menos, por ahora— y, en el corto plazo —justo cuando necesitaría tranquilidad—, con mucho trabajo y varios compromisos.
Supongo que, con tropiezos y dificultades, será un poco como Recalculando, con más preguntas que certezas, con más dudas que respuestas. Pero, como suele decir un amigo, la vida tiene más imaginación que uno.
Igual, no exageremos tanto, porque sí que hay varias certezas. Voy a compartir algunas, además de las más obvias (agradecimiento infinito, felicidad y esperanza que provoca la nueva vida que florece). Algo de lo que sigue, tal vez, también debería ser obvio, pero quiero puntualizar.
Corté el cordón
¿De qué manera puedo describir la admiración que me genera cómo Irene hizo todo para que León saliera de su panza? Me volvió a sorprender la extraordinaria y brutal experiencia del parto (a riesgo de resultar meloso, no me alcanzan los gracias para ella; trataré de que sea el último).
Fue un parto que, como el embarazo, por momentos estuvo cercado por miedos y temores —en otro momento ampliaré, pero básicamente se resume en que el año pasado perdimos dos embarazos, y aún duele (mucho, a veces).
Pero ahora, con la cercanía de los hechos, la sensación que predomina —y estoy seguro de que se intensificará con el paso del tiempo— es la de haber presenciado por segunda vez un acontecimiento tan increíble que, por momentos, parecía irreal.
Estar presente en el parto fue tan fabuloso como inaprensible por la dificultad para comprenderlo en toda su magnitud. Sí, ya sé que pasa todos los días y hace miles y miles de años. Será por eso, también, que está tan naturalizado que parece subestimado: ah, un parto más. ¿Pero cuántas cosas más tan dramáticamente bellas y asombrosas como esta podré ver en mi vida?
La experiencia del parto resulta escurridiza, tal vez por su vecindad con el mundo onírico. Me voy a trasladar al presente mental de la llegada de León. Fue más o menos así:
¿Todo esto que estoy viendo es real? ¿León —una persona— va a salir por ahí y su primer contacto con este lado del mundo no va a ser con el aire sino con el agua de la piscina en la que está Irene? Como en la noche profunda, me cuesta discernir si todo está sucediendo de verdad o estoy soñando.
Siento que no puedo hacer mucho para ayudarla pero Irene dijo que mi presencia es importante: simplemente estar. Haría cualquier cosa que ella me pidiera en este momento. Quisiera mitigar su dolor, pero no puedo (es difícil aceptarlo, ¿eh?) Me propongo no ser un estorbo y acompañar este momento salvaje lo mejor que me sale.
Pero una voz interna, a la vez que no dejo de maravillarme, sigue rumiando. Cuando todo este vértigo termine, ¿me voy a acordar de cada uno de los detalles de lo que estoy viendo?
Esta vez, a diferencia del parto de Lorenzo, sí me animé a cortar el cordón umbilical de León. Recuerdo que la primera vez tuve un miedo infantil: ¿Y si lo hago mal? Racionalmente sabía que no había modo de equivocarse pero, a último momento, me acobardé y dije que no. Me impresionaba solo pensar en cortar un pedazo de carne.
Ante la llegada de León, me di cuenta de que me había quedado con las ganas. Sí, era algo pendiente, algo que sí quería hacer; y si no era ahora, ¿cuándo? “Es una tradición”, dijo la partera. Y eso me ayudó: si todo el mundo lo hace —pensé— no puede ser tan complicado.
Con algunas dudas, acepté la propuesta: ¿Habrá sido un modo de sentirme más partícipe, involucrado o responsable?
Cuando llegó el momento de hacerlo me pregunté si el corte no le dolería a León o a Irene. Pero bueno, ya sabemos cómo es la vida: que duela tampoco quiere decir que no deba hacerse, a veces, incluso, todo lo contrario (más tarde leí que no, que no duele).
Sin saber específicamente por qué, también sentí (¿o deseé?) que simbólicamente podría representar algo significativo para mí y para nuestra familia: finalmente corté el cordón umbilical. Suena bien.
A Leoncito
¡Hola, León! Ya pronto nos veremos más, falta muy poco. Sé que llegaste hace tres días y que casi no nos vimos. En esta noche de domingo, mientras escribo, es muy probable que esto me importe más a mí que a vos.
Ahora estoy en casa con tu hermano, Lorenzo, que está durmiendo pero que, sobre todo, tiene muchas ganas de conocerte. Aún no pudo porque no lo dejan entrar a verte (Covid, ¿hasta cuándo vas a romper las pelotas?).
Con vos, León, me pasó lo mismo que con Lorenzo: a los dos ya los quería antes de verlos, pero cuando aparecieron por primera vez, ese amor se hizo corpóreo de inmediato. Así suena medio frío, feo o raro, ¿no? Bueno, es como si al verlos se hubiera materializado un hechizo.
Así que, León, mientras Irene te cuida en el hospital —¿cuánto puedo agradecer que los dos están muy bien?—, nosotros nos preparamos para abrazarte en unos días (también muchos familiares y amigos quieren verte, pero para eso habrá que esperar un poco más).
En fin, sé que hasta ahora estuve poco tiempo con vos pero vas a ver que ya vamos a estar juntos un montón. Me encanta que hayas llegado. Ya sé, dije otra obviedad, ¿no? Pero es muy importante que no tengas dudas de esto. Bueno, espero que tu vida sea tan hermosa como la desees.
Presente
Para esta nueva etapa, un amigo al que quiero mucho me dijo: “Caminos de leche y miel”. Una frase —me contó él— que viene del ladino (idioma de los sefardíes). Es una expresión de buenos deseos. A mí me pareció que, tranquilamente, podría haberla dicho Luis Alberto Spinetta —o más bien, podría haberla incluido en alguna de sus canciones.
Hace un rato, cuando empecé a escribir este newsletter, mi plan era hacer una breve introducción para luego compartir cosas que estuve viendo (o sea, las secciones con links que suelo enviar). Pero me voy a permitir no cumplir eso, porque lo cierto —lo evidente— es que no me puedo concentrar en otro tema en este momento.
A veces, lo mejor que puedo hacer algo no está —como el presente newsletter— a la altura de lo mejor que creo que podría hacerlo (o sea, a la altura de mis expectativas): aun así, sigue siendo lo mejor que puedo hacer ahora. Y es suficiente. Lo otro es fantasía y autoexigencia innecesaria. Un poco de calma, hermano.
Hoy no se me ocurre un cierre más oportuno —y bello— que O Leãozinho, el legendario tema de Caetano Veloso que bien podría ser una canción de cuna. Para colmo, esta versión la interpreta junto a sus hijos Moreno, Tom y Zeca.
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Muchas gracias por haber llegado hasta aquí. Sé que en este newsletter podría plantearme muchas preguntas acerca de la paternidad, el porqué de la búsqueda de un segundo hijo y, tal vez, lo incierto del destino.
Incluso, podría hablar sobre que no tengo (tenemos) licencia por paternidad (pero tampoco me quiero quejar, eh, hoy no). Así que esto lo dejaré para otro momento. Prefiero, hoy, intentar con el presente. Y no mucho más.
Como siempre, espero tus comentarios y correos. Los leo todos y quiero responderlos, pero sabrás entender que estas semanas son movidas. Deseo egoísta: ojalá sigas escribiendo y no te tomes como algo personal mi falta de respuesta.
También, como hacen muchos, podés reenviarle este correo a alguien más, así también lo lee y 🤞🏻 se suscribe (¡cada vez somos más!).
Buena semana y hasta la próxima.
Un abrazo,
Nacho
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¡Bienvenido, Leo, pie grande! Llegó cargado de inspiración, Nacho. Hermoso post. Abrazos