La nostalgia y la huella
Siendo padre vuelvo al rol de hijo por un rato y descubro cosas de mis padres. La música, los hábitos y la crianza. ¿Ahora cuesta más que antes ser padres? ¿Qué les quedará a mis hijos?
En un episodio de nostalgia sin precedentes, antes de preparar el desayuno busqué en Spotify: “FM Horizonte”. Y sí, hay más de una playlist con la música de la radio que ponía mi viejo por las mañanas. ¿Por qué la busqué?
Fue hace un par de semanas. Era una de esas mañanas en las que el agotamiento estaba en primer plano y yo creo que intentaba encontrar una fórmula que nos aliviara, a Irene y a mí, la carga de la rutina de criar dos pibes —Lorenzo, 5 años, y León, 16 meses.
Era uno de esos días en los que los pibes llevaban días tosiendo tanto que parecía que se les saldrían los pulmones y los piojos aparecieron por primera vez en sus cabezas. Entre la tos y la picazón, se alternaban para despertarse y nosotros pasamos casi toda la noche despiertos.
Como me dijo una madre, son esos momentos en los que uno está tan liquidado que siente que esta etapa demandante de la infancia nunca se va a terminar y que nunca dejaremos de estar cansados, con ojeras y sin tiempo para nosotros. Sé que hoy no es siempre, pero me lo olvido muy seguido, sobre todo, los días difíciles.
Así que mientras preparaba el desayuno, una vez más pensé en la disciplina prusiana de mis viejos que, sin excepción, se levantaban cada mañana para arriar a sus siete hijos hacia sus destinos. No recuerdo que nunca se hayan quedado en la cama por una gripe, jamás por fiaca.
Todo funcionaba con una precisión que recién ahora me resulta admirable: a las 6:45 nos despertaba mi viejo encendiendo la radio y a las 7:25 cuatro de nosotros ya estábamos desayunados y arriba del auto yendo al colegio. La casa quedaba desierta, porque mis otros tres hermanos ya habían salido para la universidad o a trabajar.
No idealizo, al menos no mucho, el ambiente de esas mañanas. Incluso, a la distancia sospecho un poco: ¿cómo hacían para que todo funcionara tan aceitado y en silencio siendo tantos? Es cierto que había algunas mañanas con cierta tensión porque los más chicos no nos despertábamos, pero en mi recuerdo son pocas y la tensión era mínima.
“Vamos… Ya son las siete y cinco”, mentía mi viejo, silbando, para apurarnos a salir de la cama, mientras subía el volumen de FM Horizonte, radio que quedó inmortalizada en la voz de Martín Wullich: “Mientras tanto, aquí, en la gran ciudad… una nueva hora… comienza”.
…
Digo que la tensión era mínima sobre todo cuando lo comparo con cómo me siento ahora varias mañanas mientras, con Irene, intentamos encaminar a nuestros dos pibes. Entonces, caigo en el lugar común de que cuando me tocó ser padre recién empecé a entender o ver cosas sobre mis viejos de las que nunca antes me había percatado ni preguntado.
Mis viejos fueron la primera generación universitaria en sus familias, una clase media en una sociedad bonaerense en la que, en comparación, había un ascenso social que hoy apenas si existe.
Recién ahora pienso en lo desafiante que debe haber sido para ellos llevar adelante una familia con siete hijos y, además de preguntarme por qué eligieron eso, me cuestiono por qué a mi, a mi pareja y a la gran mayoría de los padres que conozco nos cuesta tanto la paternidad hoy en día.
Sé que la precariedad laboral, la poca o la falta de una red de contención y el aislamiento de las familias nucleares explican bastante.
Pero lo primero que se me ocurre es que mis viejos estaban entregados a esa faena de la familia, que estaba combinada solamente con trabajar. No existían en sus rutinas espacios —ni expectativas, supongo— para ir a cenar a un restaurante (solo recuerdo haber cenado dos veces afuera de casa con ellos), jugar al tenis, viajar por Europa o Estados Unidos (nunca lo hicieron), ir a la cancha, hacer ejercicio, ir al cine, mirar Netflix o boludear con el teléfono tres horas (o más).
La comparación no es un ejercicio de nostalgia para decir que lo pasado fue mejor. En todo caso, es una manera de tratar de entender(los/me).
…
Después de haber dejado a León en la guardería —a la que fue por tres semanas—, llevé a Lorenzo al jardín de infantes. Entonces, le conté que la música que estábamos escuchando era la que ponía mi viejo cada mañana.
“¿Y a vos te gustaba?”, respondió Lorenzo, que a los cinco años me hizo una pregunta que yo nunca me había hecho, y que también da varias pistas de las diferencias generacionales, desde mis viejos hasta mis hijos, pasando por mí.
¿Qué significa eso de que si me gustaba la música que ponían mis viejos? Además de que yo no tenía esas conversaciones con mis viejos, esa es una pregunta que no formaba parte de mi universo infantil, porque simplemente no fui educado con esa posibilidad. Se escuchaba (y también se comía) lo que ellos decidían. No existía pedir La Vaca Lola o Cocomelon en streaming —y mucho menos había espacio para pedir una canción a los gritos.
En aquel momento, a finales de los años 80 e inicios de los 90, yo no sabía ni un poquito de inglés, y mis hermanos sabían un poco más pero no como para entender las canciones que pasaban en Horizonte: The best (Tina Turner), Wound in my heart (Propaganda), Never gonna give you up (Rick Astley), You (Ten Sharp)...
Como sea, tampoco me daban a elegir. La radio era una cortina de fondo que formaba parte de la escenografía matutina dispuesta por mis viejos —y respetada por nosotros sin chistar, ¿cómo hicieron para que simplemente los siguiéramos?—. Todo eso que vivía y escuchaba se iba asentando en mi disco rígido sin que yo lo supiera.
—¿Y a vos te gustaba?, insistió Lorenzo.
—No sé, ehh… Sí —improvisé una respuesta, que resultó un ensayo para mí mismo—. Ahora me gusta escuchar esa música porque me hace acordar a las mañanas en que estábamos todos juntos desayunando para salir juntos de casa. Había algo ahí de mis viejos que era cuidado, amor por nosotros, sus hijos, y que recién ahora logro dimensionar. Siento ternura por aquello que en su momento me daba fiaca.
—¿Lo escuchaban en la televisión? —siguió Lorenzo.
—No, no, escuchábamos en la radio, algo que ahora se usa menos que antes. Los teléfonos con música no existían, eso es algo nuevo.
—¿Los inventaron cuando nací yo?
—No, no, diez o quince años antes de que vos nacieras.
—¿Quince es más o menos que diez?
—Más.
—¿Mucho más?
—Depende de para qué. A los 15 años Maradona debutó en primera división. A los diez años no hubiera podido, era mucha la diferencia. Y vos tenés cinco años, que es toda tu vida; y es un montón lo que ya viviste pero no es nada con todo lo que espero que vivas. Así que, como siempre, depende de la perspectiva.
Cada tanto le hablo así a Lorenzo, que puede sonar pretencioso o estúpido, pero lo hago un poco en broma y un poco porque veo que cuando le doy estas respuestas en un tono adulto y algo complejas para su edad, él se queda escuchando como si le leyera un cuento: mira con los ojos bien abiertos y no interrumpe, como esperando que nunca termine de hablar. No sé cuál será el efecto en él de mis divagues dialécticos pero en el aire siento cariño.
…
Después de dejar a Lorenzo en el jardín volví a casa pensando en esa nostalgia que me había asaltado un rato antes. Y me hice preguntas.
La música preferida de mi viejo, un tipo que nació en el campo en San Luis y se mudó a Buenos Aires para estudiar arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, era el folklore, con Jorge Cafrune, José Larralde y Los Chalchaleros a la cabeza.
¿Por qué entonces ponía una radio con clásicos de los años 80 y 90? ¿Para empatizar con sus hijos o era la que simplemente estaba sintonizada? Mis hermanos tendrán cada uno un recuerdo propio, porque los mismos padres pueden parecer muy distintos según la óptica de cada hijo.
Cuando manejo, en Grecia suelo escuchar una radio que se llama Happy104, que pasa mayormente clásicos de los 90. “Happy εκατόν τέσσερα (Happy ekatón téssera)”, repite Lorenzo.
Además de notar que no estoy haciendo algo tan distinto de lo que hacían mis viejos —crecer una familia aunque con nuestro estilo y en otro mundo—, ahora me pregunto si con esta radio griega estaré creando recuerdos en Lorenzo y en León. Hasta el episodio nostálgico con Horizonte creía que la radio la ponía solo para mi, y honestamente lo hacía sin pensar en mis hijos.
Una vez más, es probable que no esté viendo del todo cómo cada decisión que tomo como padre —y cada acción— puede tener una repercusión y un alcance impensados. ¿Cuántas cosas más estaré haciendo sin darme cuenta de la huella que crea en mis hijos? Aunque sé que siempre estaremos haciendo algo mal como padres, igual me preocupa no ser del todo consciente.
…
“Ella está a punto de cumplir tres años, es la luz de mis ojos, el amor más grande que he recibido y aun así, hay veces en las que yo estoy mirando el teléfono mientras ella me habla. Son cosas que no se entienden”, escribió
en su newsletter.Sería fácil juzgarlo y decir que sí, que tiene razón, que no se entiende. Pero me parece más justo decir que los padres hacemos una cantidad enorme de cosas que no se entienden (mucho menos desde afuera) y que, en mi caso, muchas veces no las registro.
Y entonces, acá estoy hoy, preguntándome una vez más cómo hicieron mis viejos para criar siete hijos, y aún más asombrado de aquello por todo lo que muchas veces siento que nos cuesta hacerlo a Irene y a mí, y sin haberme dado cuenta de que seguramente a mis viejos les costaba muchísimo más de lo que yo entendía y percibía en aquel momento.
Todo esto también me hace calibrar mejor algunos momentos, como algunas explosiones que tenía mi vieja, que a veces se enojaba de un modo desproporcionado con lo que yo veía que estaba pasando (un vaso que se rompía, el piso que se ensuciaba) o cuando la encontraba llorando en la cocina mientras lavaba cinco kilos de espinacas en soledad (¿cuánta angustia habrá masticado mirando a la ventana y en silencio?).
¿Y yo? ¿Por qué creía que a mis viejos no les pesaba tanto la crianza de siete hijos? ¿Lorenzo y León se darán cuenta en algún momento de lo agotados que estamos muchas veces? ¿Qué recordarán de su infancia? No lo sé, pero tal vez puedan leer este texto —y otros míos y de Irene—, y eso los ayude en algo.
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Hasta acá llegamos.
Nos vemos en dos semanas.
Mientras, como siempre, pueden responder a este mail o dejar comentarios. Siempre me da satisfacción leerlos.
Muchas gracias a los que siguen recomendando y compartiendo esta newsletter.
Un abrazo,
Nacho
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Un gracias enorme 🙏 a Marta Castro por la generosa edición 🙌 de esta newsletter. Los errores son míos (sabrán perdonarme). Marta no tiene redes sociales: no le gustan. Pero si quieren contactarla, me avisan 😉
Uy, no había pensado en eso. Llevo varios días tratando de recordar a mis papás quejándose por la mapaternidad, pero no hay memorias. Creo que tienes razón: su vida se enfocaba en los hijos y el trabajo, y poco más. Nosotros, en cambio, nos criamos deseando hacer y serlo todo y quizás ahí está el origen de tanta pesadez y frustraciones.
Gracias, Nacho, por tu reflexión. Me hizo pensar que lo que recibimos como hijos no termina en lo que compartimos con nuestros padres... y que aunque ellos ya no estén, su decires, sus quehaceres, su modo de vincularse forman vivencias vuelven de modos sorpresivos a nosotros. Creo que siempre seguimos en dialogo con nuestros padres y antecesores.
Y vemos después que nuestros hijos toman sus vivencias de cada etapa de la vida y las vuelven a pensar, y también les brotan como modos de ser, de sentir y de interpretar las cosas. Es conmovedor cuando vemos en nosotros, y aún en ellos, que algo de nuestros mayores sigue vivo.
Gracias de nuevo