La ambivalencia de los cuidados
Salir del capullo de la propia experiencia subjetiva y observar el mundo con una intensidad y una sensibilidad nuevas. No hay que ser un héroe. Despedida a Marta.
Tener hijos y cuidarlos es una experiencia llena de contradicciones y sentimientos encontrados. A veces, las dos caras de la moneda quedan a la vista al mismo tiempo y en mi estado de ánimo coexisten o se superponen emociones o sentimientos opuestos.
Las últimas vacaciones de verano fueron un claro ejemplo de esta ambivalencia. Para mis dos hijos fue diversión, amigos y familia, es decir, vacaciones. Y para mí, todo lo contrario. Como soy el principal cuidador desde hace seis años, en esos tres meses abandoné mis proyectos y me dediqué a ellos.
Eso es posible gracias a que Irene, mi pareja, tiene un trabajo que nos mantiene. Además de una elección, es un privilegio no tener que trabajar pero también un sacrificio. Ganar plata trabajando fue esencial en mi identidad durante más de dos décadas en el periodismo.
¿Por qué salir del circuito productivo y dedicarme a mis hijos me hizo sentir invisible? Estar tantas horas con ellos desde que nacieron es un sacrificio —sobre todo, por el cambio mental—, pero también un privilegio.
Si hubiera tenido que laburar en una oficina o hubiera seguido viajando como antes de ser padre, no lo hubiera podido hacer. Me hubiera perdido sus primeras palabras, sus intentos frustrados de caminar, sus berrinches, las siestas con ellos sobre mi pecho. Y no hubiera podido preguntarme quién soy si no estoy trabajando.
Además, mi pareja no hubiera podido desarrollar su carrera. Son elecciones con un doble filo: mientras cuido a mis hijos, siento el peso y la dificultad. Pero con el tiempo veo con ternura los últimos años.
El presente se hace cuesta arriba, mientras que el pasado adquiere mayor valor.
Ambivalencia, un ejemplo
A ver si logro ser más claro. Mis sensaciones encontradas están presentes en este mismo momento. Es un día de verano en Grecia, donde vivimos. Es media mañana y estoy encerrado escribiendo una primera versión de este texto.
Mientras, escucho a Equi, un amigo que vino de visita por segundo año consecutivo, que recién se despierta. Mis hijos corren por la casa bajo el cuidado de Irene, que estará con ellos dos horas para que yo haga esta newsletter. Entonces, me pregunto: ¿Qué carajo hago solo en esta habitación? ¿Sabés qué? Tendré diez minutos menos para escribir, pero voy a ir a abrazar a Equi y compartir un rato de esta mañana con ellos.
Lo hago. Llego y hay fiesta en la cocina. León se emociona cada vez que dice una nueva palabra, y eso le pasa cada vez más a sus casi dos años.
La escena es así. León grita “papá, papáaaaa”, señala a mi amigo y dice: “Eeeequiii”. Y entra en loop. Lorenzo, cinco años y medio, lucha por la atención y eleva más la voz: “Equi es solo mío, nadie puede hablar con él”. Esta viñeta, instantánea, es tierna.
Regreso al escritorio y completo la otra cara de la moneda. Esos diez minutos en la cocina también fueron pesados: hubo gritos y más gritos, Lorenzo a punto de romper un vaso, un cuadro y una ventana, mientras León corría como un pollo sin cabeza rebotando contra las sillas y paredes.
Fue tierno ver la alegría y emoción de mis hijos al ver a mi amigo. También fue estresante la competencia por la atención, estar pendiente de que no se lastimaran y soportar la contaminación auditiva.
Reitero una conclusión que saqué hace tiempo: es mucho más fácil —menos agotador, más manejable— estar acá escribiendo que cuidar de ellos. Ojo: que sea más fácil no implica que sea mejor. La ecuación es más compleja.
Si no está claro de lo que hablo es porque son sensaciones que no logro identificar y explicar bien, pero esta ambivalencia de los cuidados quedará más clara después de unas lecturas que compartiré.
El cuidado, enriquecedor e interesante
La escritora
dice que tener hijos cambió su carrera, pero no de la manera que uno puede imaginar. En su newsletter escribió:“Mis hijos Augie y Levi, que ahora tienen 11 y 7 años, me han empujado a salir del capullo de mi propia experiencia subjetiva y observar el mundo con una intensidad y una sensibilidad nuevas. He aprendido a prestar más atención a los demás y, en última instancia, a mí misma. La gente va a retiros de meditación, a largas caminatas por el bosque, viaja por continentes o lee grandes libros para descubrir esas cosas. He probado todo eso y me he beneficiado, pero nada de eso me ha llevado a una mayor comprensión y expansión como ser madre”.
Strauss cree que la crianza de los hijos es un viaje salvaje, sustancioso y profundo. Se embarcó en la maternidad decidida a no perderse en ella: “Me convertiría en madre, amaría a mi hijo y luego trabajaría duro para mantener esa parte de mi identidad cuidadosamente separada de mi vida, que por lo demás sería interesante. Pero aprendí que la maternidad no se puede controlar fácilmente”.
Ella dijo que no era una cuestión de ambición ni de equilibrio entre el trabajo y la vida personal, era algo diferente. Así lo explicó en una entrevista: “Me resistí y traté de mantener el cuidado en un nivel bajo porque nadie me había dicho que el cuidado pudiera ser tan enriquecedor e interesante; nadie me dijo que pudiera estar lleno de tanta fricción productiva como todas esas otras cosas que hice en mi juventud para buscar la epifanía, incluidas las largas caminatas, los psicodélicos y los retiros de meditación”.
Los cuidados como cuento de hadas
La ambivalencia mencionada al principio aparece en Strauss: “El cuidado es cuerpos rotos, necesitados y supurantes; son emociones sin filtrar; es vulnerabilidad y necesidad; es una actividad que nos aleja de hacer otras cosas que la sociedad considera productivas e interesantes; y es una tarea que no se valora ni apoya colectivamente”.
¿Por qué ocurre esto? Strauss dice que las causas son múltiples:
“Históricamente, los hombres han convertido el cuidado en un cuento de hadas fácil y ordenado. En esta versión, es algo que las mujeres pueden hacer fácilmente por sí solas, las cuidadoras nunca tienen otras necesidades. ¡Toda una ficción conveniente para mantener a las mujeres limitadas al cuidado mientras los hombres se dedican a actividades más públicas, lucrativas y prestigiosas! Nos dijeron que la maternidad es el trabajo más importante del mundo, y sin embargo nunca eligieron a una madre para un cargo. Si fuera el trabajo más importante del mundo, ¿no debería ser esta alguien de quien estemos aprendiendo? ¿Alguien cuyas habilidades perfeccionadas en el cuidado podrían ser valiosas en ámbitos más amplios para poblaciones más grandes?”.
Strauss, inteligentemente entrevistada por
, no cae en las trampas clásicas, ni siquiera cuando camina en el terreno pantanoso de elogiar los cuidados.Los cuidados y el patriarcado están entrelazados culturalmente de tal modo que al decir que uno disfruta o valora los cuidados, cae en el riesgo de ser un conservador que quiera a la mujer circunscrita a las tareas del hogar. Ella aboga por el “y”, sin caer en los binarismos.
Los cuidados y la maternidad —como la paternidad— incluyen contradicciones y fuerzas contrapuestas. Me encanta estar con mis hijos, observarlos y aprender: quisiera contagiarme de su sorpresa, entusiasmo y alegría.
También quisiera apagarlos como a una radio cuando pasan horas gritando y no entiendo qué piden: ¿Un límite? ¿Más atención? ¿No saben lo que les pasa? ¿Quieren cagar o comer? Revisar esas posibilidades puede demandar todo el día, y aún así capaz que tampoco encontrás la respuesta. Mientras, hay que seguir funcionando, ¿o qué? Es como estar lesionado y no poder salir porque el equipo se quedó sin cambios.
“El cuidado no es sólo algo que ha frenado a las mujeres, históricamente hablando. El cuidado es también lo que nos ha formado para mejor, y nos ha hecho más empáticas, relacionales y dispuestas a aceptar que los seres humanos somos seres necesitados, vulnerables, frágiles y dependientes. Los hombres podrían haber aprovechado más este tipo de formación”, dice Strauss, y advierte: ”Definitivamente quiero hacer la salvedad de que el cuidado obligatorio o excesivo no es ideal, incluso si las personas tienen ideas muy diferentes de lo que es demasiado”.
Strauss dice que cuidar a otros es una oportunidad para “cultivar la empatía con uno mismo por no ser tan ‘productivo’ (¡según un mundo que no ve el cuidado como algo productivo!) después de convertirse en padre o cuidador”.
Me pregunto: ¿cómo incorporar y sentir que cuidar de mis hijos es más importante que el trabajo para ganar plata? ¿Cómo salgo de la ambición por alcanzar metas, obtener más becas y publicar libros? ¿Cómo recalibrar las expectativas personales al ser padre?
No hay que ser un héroe
Leí varios artículos y entrevistas a
, autora del elogiado Boymom. En su libro, la escritora feminista y madre de tres niños expone que se siente en conflicto y asustada.Analiza las presiones contradictorias que enfrentan los niños y los puntos ciegos dañinos de la socialización masculina que los dejan aislados, emocionalmente reprimidos y a la deriva.
En un momento en que los jóvenes varones enfrentan una epidemia de soledad y se suicidan a un ritmo casi cuatro veces superior al de las mujeres jóvenes, Whippman se pregunta: ¿cómo criamos a nuestros hijos para que tengan un sano sentido de sí mismos sin convertirlos en imbéciles despreocupados? ¿Cómo encontrar un feminismo que les exija a los chicos un estándar más alto pero los trate con empatía?
En su newsletter, Whippman escribe sobre cómo luchar contra la “masculinidad tóxica” y rechaza que sea necesaria una “masculinidad heroica”, donde los héroes maten a los villanos: “Un buen tipo con un arma, contra el malo con un arma”.
Whippman ha escrito sobre cómo llevamos a los niños y a las niñas a dos puntos de vista narrativos sutil pero sustancialmente diferentes a través de las historias a las que los exponemos.
A través de las historias de amistad y relaciones que leen y ven, las niñas absorben la idea de que son parte de un sistema relacional, una comunidad a la que todos contribuyen y de la que se nutren, escribe Whippman, mientras que a los niños se les presentan historias que muestran la interacción humana como esencialmente combativa y competitiva, con un buen chico y un mal chico, un villano y un héroe que "salva el día" en virtud de ser único y especial.
Ese hambre de especialidad y gloria ha perdurado como una expectativa básica en la psique masculina moderna.
“Con esta expectativa latente, tiene sentido que los hombres eviten las tareas aburridas de la edad adulta. Si aspiras a la fama eterna, lavar la ropa o estudiar para el examen de ciencias sociales puede parecer indigno. La diligencia y cooperación silenciosas que se les enseña a las chicas pueden parecer emasculantes comparadas con las sensacionales hazañas únicas y gloriosas del héroe”.
¿Qué propone Whippman? “No necesitamos héroes para luchar contra villanos: son dos caras de la misma moneda. Los hombres solo necesitan permiso para ser humanos reales, imperfectos y falibles”.
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Junté estas ideas y reflexiones porque, supongo, debo creer que hay algo heroico y valioso en trabajar por dinero —allí aparece el reconocimiento—, pero sobre todo porque, aunque lo entienda, aún no termino de integrar realmente el valor de cuidar a dos pibes que aún dependen de un adulto para sobrevivir.
Entonces pienso en el amor. Hay frases de nuestros hijos que nunca deberíamos olvidar. Por su contenido y por la fuerza que tienen para hacernos repensar ideas y paradigmas. “Antes de que yo naciera, cuando todavía no era nada, yo te amaba”, leo en esta newsletter de
, donde reflexiona sobre estas trece palabras que le mostraron que tiene que reaprender a amar.Ahora pienso en Lorenzo, cuando me dijo: “Te amo desde antes de venir, cuando era una estrella”.
Hasta acá llegamos.
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Un abrazo,
Nacho
La newsletter de hoy tendrá más errores de lo habitual. También tiene tristeza. Poco antes de enviarla me enteré que falleció Marta Castro. No la conocía en persona pero desde hace bastante tiempo, desde Buenos Aires, venía corrigiendo y editando esta newsletter.
Marta fue siempre generosa, amable, cariñosa y desinteresada. Positiva, le ponía muchas ganas a su trabajo de correctora y me apoyaba. Creía en el valor de esta newsletter y me alentaba: “Es muy necesario que hables de estos temas”, decía.
Sabía que Marta estaba mal de salud. Me lo dijo en un audio hace un mes. Tuve esperanza de que se recuperara porque había salido del hospital. Cuando le escribí para ver cómo estaba, me encontré con la noticia.
Cambié unos mensajes con una sobrina suya, que me habló maravillas de Marta. Dijo algo que, casualmente, está relacionado con el texto de hoy: “El vacío es inmenso. Marta fue mi madrina, la mamá que me crió, dándome el amor más grande que una persona puede dar”.
Un enorme gracias 🙏 a Marta Castro por todas las ediciones 🙌 pero sobre todo por tu bondad y el tiempo compartido a la distancia sin siquiera conocerme. Siempre agradecido de que nuestros caminos se cruzaran. ❤️
¿Te perdiste la newsletter anterior? ¡Acá va!:
Ay, no, lo siento mucho, Nacho. Qué triste la muerte de Marta, desde que conocí Recalculando me llamó la atención que hubiera alguien dedicada a corregir/editar. Siempre leía hasta el final para encontrarme con su nombre, me recordaba que escribir puede ser una colaboración y me alegraba que así fuera para ti. Te mando un abrazo.
Te leí mientras desayunaba y mi hijo (casi 3 años) me traía su ambulancia de juguete para que me sintiera mejor (dormí con él, estaba muy inquieto).
Te agradezco hablar de esto. Me impresionó que las fuentes son mujeres y -reconociendo que la experiencia en estos roles recae, históricamente, en ellas cosa que tiene y debe cambiar- que los padres o entre padres, conversamos poco sobre este y tantos otros temas.
Así que leerte -y a much_s mas- me hace pensar aún más en el rol como padre y en mi rol como cuidador mientras Dag -mi esposa- es quién asegura que tengamos un techo sobre nosotros.