Sin intimidad y con penes tristes
Un periodista narra sus traumas sexuales. A los varones nos falta intimidad entre nosotros. Las parejas no son nuestros terapeutas.
Hace unos meses paseaba por Nápoles con un amigo, que de pronto me sorprendió: “¿Por qué los varones no hablamos del sexo que tenemos o el que no tenemos con nuestras parejas?”. Tradicionalmente, los amigos varones tendemos a compartir las “conquistas” sexuales: nos vanagloriamos de esas noches con alguien con quien no tenemos un compromiso afectivo a largo plazo.
Es decir, sobre la vida sexual con nuestras parejas estables no solemos decir mucho más que algunas bromas para insinuar o jactarnos de lo poco o muy activa que es. Pero sobre alguien que no es nuestra pareja, acostumbramos a ser más grandilocuentes al narrar detalles de una noche épica.
Sí, la concepción clásica y conservadora de la esposa (la santa) en casa y el garche (la puta) afuera.
Menos solemos compartir los varones nuestras dificultades o problemas sexuales, ya sean de índole física (problemas de erección, eyaculación precoz) o más bien psicológicos, emocionales o relacionales (no tener ganas con nuestra pareja pero sí con otras personas, deseos o fantasías de la pareja inconfesables frente a otro hombre…).
Dicho esto, me alegró mucho cuando me encontré con Memorias de mi pene triste, un texto valiente y arriesgado (del que compartiré varios fragmentos, pero sería ideal que lo leyeran).
Allí, con talento narrativo, el periodista colombiano
reflexiona sobre algunas experiencias sexuales traumáticas, sus consecuencias, las expectativas que lo limitan —en especial, por su condición de varón— y el alto costo que tiene el patriarcado para los hombres.Sobre su torcida iniciación sexual, Caraballo contó: “Esa experiencia ha sido definitiva en mi vida. Con ella empezaron mis disfunciones sexuales y mi ansiedad, pero también —hace poco— el deseo de encontrar otra forma más consciente de ser hombre”.
Además de atractivo, el texto me pareció tan interesante que contacté a Caraballo para que me contara cómo había sido el proceso de escritura y por qué decidió hacerlo público.
“Al empezar a escribirlo estuve como seis meses bloqueado y no sabía cómo avanzar”, me dijo en una videollamada desde su casa en Medellín, mientras sus hijos correteaban por ahí. “Empecé a tener conversaciones con amigos y me di cuenta de que para muchos esto es un tema porque el sexo como lo vivimos habitualmente es insatisfactorio”.
—¿Por qué?
—No necesariamente por problemas físicos sino porque hay dificultades para conectar y tener intimidad, para ir más profundo. Que la vida sexual se vuelva predecible o insatisfactoria apareció en cada conversación: el que no se le para, el que se aburre rápido en pareja, el que se va con la mente a otros lados mientras tiene sexo… Los síntomas varían, hay quienes jamás han tenido un problema con su erección pero son incapaces de conectar emocionalmente con sus parejas, o que apenas conectan se cagan del susto y escapan, o quienes solo pueden tener sexo sin intimidad (algo mecánico), o son porno dependientes…
Inicialmente, Caraballo creía que su caso era una excepción y que sus disfunciones eran por las particularidades de su historia. Al abrir la conversación se dio cuenta de que su drama personal en verdad era un problema universal: “Somos muchos los que no tenemos sexo satisfactorio por estar atrapados en miedos, rabias y expectativas sistémicas”, escribió.
—O sea que hablar con otros te ayudó.
—Claro. Al entender que no era algo solo mío me resultó más fácil empezar a escribir y contar lo que me había pasado. Una de mis intenciones es que la sexualidad deje de ser predecible y se vuelva un lugar de exploración personal en la que no se repita todo el tiempo el mismo guión (erección-penetración-eyaculación), lo que hace que dejemos de ver un montón de posibilidades.
Pura performance
En su texto, Caraballo cita a la extraordinaria autora estadounidense bell hooks, que en el libro The Will to Change: Men, Masculinity, and Love, explica la paradoja en la que nos sentimos atrapados tantos hombres, porque necesitamos amor, intimidad y tener la posibilidad de rendirnos y sentirnos seguros siendo vulnerables.
En ese sentido, el sexo puede ser sanador y liberador. El problema, como dice el periodista, es que nadie nos habló de eso en la adolescencia: crecimos creyendo que el sexo es una prueba, una manifestación de poder, y que el valor —sobre todo, de un varón heterosexual— debe demostrarse acostándose con una mujer (o muchas).
“Es tanta la presión por probar a través de la sexualidad que uno puede ‘tener’ a una mujer (o a otro hombre), que la preocupación principal no es conectar, ni abrirse, ni dar nada a cambio: la preocupación es demostrar”, escribió el periodista.
Así pasaron un puñado de años en la vida de Caraballo, “triste” porque no podía acostarse con las que se quería acostar: “Y, por supuesto, como buen macho, fingiendo públicamente que tenía una sexualidad pirotécnica”.
“Tuvieron que pasar muchos años de terapia y relación en pareja para darme cuenta de que mi sentido del ser, mi amor propio, había estado en función de si tenía buen sexo o no. Y que lo que yo consideraba ‘buen sexo’ estaba definido por lo que aprendí en mi adolescencia: erección, penetración, duración y eyaculación. Puro performance”, escribió.
Confesión de un abuso
Además de victimarios, los varones también somos víctimas del sistema patriarcal. Sufrimos los llamados “costos de la masculinidad hegemónica”, un ideal de hombre (fuertes, proveedores, hetero, valientes, dominadores, exitosos, potentes, viriles) que nunca vamos a lograr porque, entre otras cosas, es tan escurridizo como inalcanzable. Y sufrimos por eso.
Lo que solemos perder de vista los varones al hacer un ejercicio de autocrítica es que nuestros padecimientos son relacionales: que nuestro sufrimiento, en general, al mismo tiempo es o genera un daño hacia alguien más, habitualmente una mujer.
Así, un riesgo es caer en el victimismo y la autoindulgencia (pobrecito, soy víctima del sistema, no sabía lo que estaba haciendo). El otro extremo es la autoflagelación (los hombres somos el diablo).
En Memorias de mi pene triste, Caraballo relata un fracaso en otro encuentro sexual en el que un amigo suyo observa la escena escondido en un ropero hasta que la chica se da cuenta y se va. ¿Qué hicieron él y su amigo? “Nos miramos, más avergonzados por haber sido descubiertos que por haber hecho lo que hicimos”, escribió.
Hay un dato central: la chica nunca dio su consentimiento para ser observada por un tercero teniendo sexo. En las redes sociales, entre una mayoría de elogios a su texto, el periodista recibió algún reclamo por esta escena:
“La invitación a hablar de estos temas entre hombres debe no solamente tocar las formas en las que ustedes son víctimas de las imposiciones del patriarcado [...]. Si bien es honesto y valioso de su parte hablar de la escena del closet, hubiera preferido que se nombrara como lo que fue: un abuso”.
“¿Cuál es su opinión hoy sobre lo que pasó hace años? ¿Qué pasó con la chica? ¿Hubo reparación y reconocimiento del daño? Parte de resolver este asunto de la violencia sexual pasa por incomodarnos, y reconocerle a la persona afectada que la cagamos”.
A lo que Caraballo respondió: “La escena es explícita para que no quedaran dudas de lo que fue: un abuso. Pero con el texto intenté evitar reducirlo todo a esa dualidad de víctimas y victimarios. Creo que la sanación también necesita un discurso matizado, donde no se esconda el daño que hemos hecho pero tampoco pasemos por alto la complejidad. Si no se vuelve todo un círculo de juicio y castigo que no veo muy transformador”.
En la videollamada le mencioné el asunto de que, en casos así, los varones corremos el riesgo de centrar la mirada en nosotros pero no reparamos tanto en las consecuencias de nuestros actos (responsabilidad por el sufrimiento provocado).
Sé que es un terreno resbaladizo y que no es fácil, le dije, pero me da la impresión de que ahí podría faltar algo en su texto. Incluso, a riesgo de perder calidad literaria, tal vez hubiera valido la pena ser aún más explícito al reconocer el error.
“Sí, es un punto sobre el que reflexioné mucho. Creo que por la elocuencia del texto en su conjunto ya estaba claro nuestro error. ¿Qué podría hacer ahora para intentar reparar aquella situación que ocurrió hace ya mucho tiempo? Podría encontrar la manera de contactarla y ofrecerle mis disculpas, nunca lo hice”, se sinceró.
Conversación entre hombres
El texto de Caraballo es también un modo de reparar. Para “desmontar del todo esas ideas machistas en las que lo educan a uno desde que nace hombre”, el periodista convocó a otros hombres para que nos animemos a hablar sobre estos temas entre nosotros, convencido de que “el trabajo terapéutico de los hombres se tiene que volver colectivo”.
“No hay intimidad de calidad entre los hombres en el modo de ser compañeros. La amistad íntima entre hombres es muy escasa, y esa carencia —que crea más frustración y soledad— es algo que define a la masculinidad hegemónica”, me dijo Caraballo, que en su texto planteó:
Una posible solución es que haya más intimidad entre nosotros. Que entre hombres nos desnudemos y mostremos las heridas, que entendamos juntos cómo nos ha lastimado individualmente este sistema. Sabemos bien cómo hemos lastimado a la mujer, y parte de la responsabilidad de cada uno es reparar lo que pueda reparar. Pero si de verdad queremos sanar y empezar a sacudirnos el patriarcado, me parece necesario observar juntos cómo nos ha fallado ese sistema a nosotros mismos y preguntarnos si de verdad estamos dispuestos a seguir pagando la ilusión de poder con soledad, dolor y sexo superficial.
“Importante conversación pendiente entre hombres. Porque a las mujeres, en la intimidad ‘nos toca’ hacer de terapeutas muchas veces, sin serlo, o sufrir en silencio también sin saber qué hacer para ayudarles a salir de los huecos en los que el patriarcado nos ha metido a todos”, le escribió una lectora en Instagram.
—¿Por qué propusiste una conversación entre hombres?
—Yo no puedo cerrar esto solo. Es sistemático. Mi experiencia es personal pero a casi todos los hombres nos ha pasado gran parte de lo que habla el texto. Casi todos hemos aparentado ser unas máquinas sexuales y no lo somos (y nos frustramos). Hay un montón de máscaras que nos ponemos. Esto se tiene que resolver en un ejercicio entre hombres. Hice esto para que la conversación ocurriera, y ocurrió: nos reunimos.
Semanas después de que el texto fuera publicado, Caraballo organizó un encuentro virtual de hombres por Zoom. Se reunieron siete hombres de varios contextos y edades, con y sin hijos, poliamorosos, homosexuales…
“En esa diversidad de la manera de ser hombres nos encontramos con que compartimos muchas cosas en común. Nos dimos cuenta de que a la gran mayoría o a todos nos cuesta mucho estar presentes en los encuentros sexuales. Una parte de nosotros está en otro lado y eso hace difícil que haya intimidad”, me contó.
—¿De qué hablaron?
—De lo difícil que es esa intimidad, mostrarse sin máscaras. En otro momento hablamos de bajarle al performance y permitirse encuentros sexuales donde no haya ese arco de erección-penetración-eyaculación. ¿Qué es un encuentro sexual sin eso?, nos preguntamos. Y no había respuesta. Conversamos de lo difícil que nos resulta considerar otras formas de placer que no tengan que ver con lo genital. Alguien contó que tiene encuentros en los que hay cero estructura: se desnudan a bailar o conversar; o hay penetración pero en un momento paran porque ya está, y no hace falta eyacular.
—¿Qué otras coincidencias se dieron?
—Varios de los hetero decíamos: “Yo priorizo el placer de ella sobre el mío”. Esto hay que tomarlo con pinzas porque tiene que ver con hacerla tener orgamos a la pareja, lo que bien puede ser una forma de decir: “Yo puedo, yo soy el macho que te va a dar el placer para que no te vayas a ningún lado”. Muchas veces en la forma en que nos acercamos a la sexualidad prima la competencia entre nosotros, hombres.
—¿Cuál es el beneficio de abrirse y conversar?
—La ganancia es sentir que no estamos solo, y también tener mejor sexo. Es necesario que más hombres se pregunten: ¿me hace falta esta conversación? El texto tocó a muchos varones, porque me escribieron en privado para contarme sus experiencias. El desafío es que haya una conversación abierta, que sea terapéutica y liberadora. Para muchos de los que estuvieron en el encuentro por Zoom fue la primera vez que hablaron de estos temas con alguien que no fuera su pareja ni su terapeuta.
—¿Cómo tomó el texto tu familia?
—(Risas). Mi papá hizo como si yo no hubiera escrito nada, y eso que lee todo lo que hago. Pero en este caso no quiso decir nada, completamente mudo. Fue muy significativo. En cambio, mi mamá estaba cagada de la risa, y feliz, porque le gustó.
…
Hasta acá llegamos.
Cuando le comenté a un amigo sobre este texto, me dijo: “Se me ocurrió escribir sobre mi pito, ¿puedo? Quizá podríamos inaugurar una correspondencia: ‘Los pitos’, ¿qué te parece?”. Lo estoy pensando, así que si tienen ideas o sugerencias, acá estoy, me dicen.
Muchas gracias a los que hacen circular la newsletter y bienvenidos a los que hoy reciben mi correo por primera vez (este es el archivo de todo lo publicado en Recalculando).
Nos escribimos, como siempre.
Un abrazo,
Nacho
….
Un gracias enorme 🙏 a Marta Castro por la generosa edición 🙌 de esta newsletter. Los errores son míos (sabrán perdonarme). Marta no tiene redes sociales: no le gustan. Pero si quieren contactarla, me avisan 😉
¡Gracias por invitarme a Recalculando, Nacho! Y buenísima la idea de tu amigo. Hagamos algo. Un abrazo.