Escribir sobre los hijos
“No hay respuestas racionales, hay algo que roza el misterio. En el fondo, ser padre, madre, nos reconcilia con el misterio”.
En diciembre pasado hice ¡Vas a ver cuando llegue tu padre!, un taller sobre relatos de no ficción sobre la paternidad. Lo llevó adelante Damián Huergo, escritor, padre y hábil generador de conversaciones. La idea fue indagar sobre las mutaciones de las paternidades mediante el análisis de la literatura de ficción y no ficción de las últimas décadas.
Durante cuatro semanas hablamos sobre la figura del padre amigo, la cultura patriarcal, la paternidad como elección o imperativo, las paternidades en distintas edades, el mito de que “los padres pueden serlo cuando lo deseen”, los estilos de crianza y los cambios en las parejas con la llegada de los hijos.
Aunque las mujeres siguen dedicando más tiempo en absoluto, los padres dedican más tiempo que nunca a sus hijos. Es decir: los varones tenemos mucho por hacer, pero ya hacemos más que antes.
Desde esta perspectiva, parece obvia una pregunta retórica sobre los autores del boom latinoamericano (y otros): ¿cómo iban a hablar y escribir de lo doméstico y sobre los hijos si eso no era la materia que tenían en sus manos?
En aquella época, esos temas no ocupaban sus cabezas ni su tiempo simplemente porque no se dedicaban a eso. Su foco estaba en lo que consideraban “los grandes temas del mundo”, lo que no incluía el “pequeño” mundo doméstico sino que abordaba el “prestigioso” universo de las ideas, la política y las decisiones trascendentales.
“La literatura del siglo XX fue parricida, más preocupada en matar a los padres biológicos y literarios que en observar las crianzas. Una literatura sin hijos. O, mejor, con hijos que no entraban al estudio ni a las páginas de los libros de sus padres”, escribió Huergo en Coolt.
Con los vientos de la época y los avances del feminismo, algo está cambiando. Es lento, unos casilleros hacia delante y otros tantos hacia atrás. En ese movimiento pendular, en los últimos años aparecieron libros y textos donde los varones hacen lo que las madres llevan años haciendo: hablan de sus hijos.
Ahí están Alejandro Zambra, Andrés Neuman, Andrés Burgo, Agustín Valle, Eduardo Halfon, Juan Sklar, entre otros, con distintos enfoques y búsquedas. También lo hace
en su newsletter.Es un fenómeno novedoso en la historia de la literatura y el periodismo que, como dice el escritor Andrés Neuman, “siempre ha estado enfocada en esos padres terribles y vengadores o el padre ausente, que hace daño por omisión. De esos padres está sembrada la literatura, pero apenas se ha escrito de los padres que cambian pañales, tratan de conciliar lo mejor posible y crían o educan desde la ternura o el cuidado.”
“Casi ninguna literatura escribe sobre la relación entre padres y bebés antes y después del parto. Parece ser un territorio del que sólo las mujeres han escrito cosas maravillosas”, reflexiona Neuman.
Un desafío
¿Dónde radican las dificultades de escribir sobre los hijos? En general, cuando se narra a los padres se habla sobre su ausencia, sobre aquello que aconteció: se mira al pasado.
Cuando se escribe sobre los hijos, sobre todo en los primeros años donde todo nos sacude, se habla del presente, sobre lo que está pasando y lo que estamos sintiendo. Eso puede cambiar al terminar de escribir un párrafo, porque un hijo te interrumpe a los gritos en tu oficina o bien porque lo ves durmiendo en paz.
Una clave para entender esto puede ser que “el pasado” se refiere a años acumulados, condensados y recortados para conformar una foto estática (de ese pasado) en función de una narrativa para contar una historia determinada (con cierta “certeza”).
Al escribir sobre un hijo en sus primeros años, al final queda más claro que escribimos de nosotros mismos a través de otro (que es bastante parecido a lo que hacemos al escribir sobre nuestros padres, ¿no?).
Escribir sobre el presente es más escurridizo porque la realidad es tan cercana y cotidiana como dinámica y contradictoria. Algunas de mis primeras certezas de la paternidad fueron el cambio constante y las incertidumbres.
Cuando escribimos sobre nuestros padres, es probable que haya menos movimiento y que el relato interno esté más asentado, al menos por etapas (si lo hacemos a los 20 años no será igual que a los 30 o 40). Mientras, esa “foto” —un elemento estático— sobre los hijos es casi imposible porque está en constante conformación: es una foto camaleónica.
Escribir siempre es incierto. Nunca sabemos del todo lo que estamos haciendo ni mucho menos generando. Aún más lo es escribir sobre hijos, donde no sabemos los efectos de nuestra crianza en ellos, ni cómo nos afectará a nosotros y nuestras relaciones.
Me pregunto si la dificultad de escribir sobre los hijos radica en lo incierto de esa escritura que intenta apoyarse en un presente en transformación permanente y con la incomodidad que nos generan (¿más a los varones?) la falta de certezas, la omnipresencia de la duda y la incertidumbre. Es subir a un escenario para exponernos y enfrentar nuestras vulnerabilidades.
¿Las expectativas y roles de género pueden hacer que los hombres nos sintamos incómodos o inseguros al mostrar nuestras vulnerabilidades como padres?
Celebro que haya varones escribiendo sobre sus hijos y los desafíos de la paternidad. Tras una oleada de textos románticos y poéticos, empieza a asomar un enfoque donde los padres expresamos eso que las mujeres llevan décadas viviendo y sobre lo que escriben muchas madres: las dos caras de tener hijos, un balance entre la romantización y la “demonización” de la paternidad.
Ser padres es hermoso, pero difícil y desafiante. Ver crecer a un hijo es increíble, pero implica humildad y salir del centro de la escena por bastante tiempo. Postergar los propios deseos e intereses puede ser resignación o aprendizaje. O ambas.
Sentimientos encontrados
La mezcla de sentimientos contradictorios es común en la paternidad. Los días pasan lentos, por la tremenda demanda de criar hijos, aún más con familias nucleares que cada día están más aisladas. Pero los años vuelan, se van rápido. ¿Por qué pasa esto? Es como si el tiempo tuviera dos velocidades paralelas para la misma situación.
Es conmovedor mirar lo que dejamos atrás. Es vibrante y agotador enfocarse en el presente. Nos ilusiona la expectativa por el futuro.
Lorenzo cumplirá seis años en febrero y en junio terminará el jardín de infantes. Aparece una felicidad humedecida por la nostalgia de esta etapa que concluirá. Estoy feliz y exhausto por este presente lleno de vida, complicaciones y aprendizajes continuos. Y un ojo apunta con entusiasmo a lo que la vida me permitirá presenciar a su lado, a lo que vendrá para Lorenzo y ojalá yo pueda ser testigo mientras siga en este lado del mundo.
En un rato nomás, puedo experimentar la ternura extrema cuando mis hijos me dicen “te amo papá”, me abrazan y ríen a carcajadas. También la frustración o desconcierto cuando Lorenzo me dice: “Sos el peor papá del mundo”, ya sea por negarme a comprarle un helado o por no dejarlo estar más tiempo en el parque.
Me pone delante de algo que también sirve para la vida: no tomarse las cosas de modo tan personal ni definitivo, y seguir dando lo que podemos desde el amor. Es desafiante y doloroso, demanda mucho. Todos queremos ser correspondidos en algún momento, especialmente con un amor tan grande como el de un hijo.
Al crecer, en la perspectiva adulta, valoramos cosas que no valoramos antes: esa tía que te llevaba a pasear y tomar un chocolate caliente por primera vez en tu vida, esa abuela que te mimaba de una manera que solo ahora sabemos leer, esa madre que gritaba cosas que no querías oír más pero lo hacía porque así vivía ella y nunca te dejaba tirado; o ese padre sin los dones de la expresión emocional pero que a su modo se esforzó por hacerte notar que te amaba.
Lorenzo y León son los reyes de los “no”, “cuidado” y “basta”. Por momentos, son un torbellino incontrolable. Gran parte del tiempo que compartimos no se puede hacer nada más que estar con ellos. No puedo ir al baño sin que aparezcan gritos de ambos y flote la amenaza de que algo puede pasar (y pasan cosas, claro: uno llora, otro se lastima, un vidrio se rompe, un cable se corta…).
Hace unas semanas, León rompió dos sillas de madera del comedor sin motivo aparente, por un enojo indescifrable. A veces siento que, aunque no lo sepamos, con Irene estamos haciendo un doctorado en respiración y paciencia.
En momentos de desconcierto, cuando no sé qué les pasa a mis hijos pero su comportamiento deja claro que están desbordados o pasándola mal por algo que no pueden expresar de otro modo, intento no perder la paciencia ni gritar. Muchas veces me siento mal porque no lo logro: quedo angustiado, culpable.
Sé que mis hijos no son de cristal, pero igual me da miedo que se rompan. A veces me consuela pensar: hacemos lo mejor que podemos y con el amor que tenemos disponible. ¿Cuánto más podría esperar alguien?
El misterio
Las dificultades de los varones al escribir sobre los hijos pueden ser también una oportunidad excelente para exponer el desafío de ser padre y cómo eso cuestiona ideas y mandatos. Una invitación a tener más preguntas que respuestas y estar en paz con eso.
“La sola imagen de un niño jugando me resulta muy tranquilizadora: mientras pueda jugar, hay algo que está bien. También es invertir la imagen clásica de la responsabilidad. ¿Cómo traes hijos a un mundo como éste? Eso, con la lógica sesentera o con la actual del cambio climático, es una pregunta muy difícil”, dijo Alejandro Zambra en una entrevista.
“No hay respuestas racionales, hay algo que roza el misterio y en el fondo ser padre, madre, nos reconcilia con el misterio. Cuando ocupamos el lugar de quien tiene que explicar el mundo, porque mi hijo hace muchas preguntas, te das cuenta de que eres un emisario de la persistencia del misterio, más que un explicador”.
…
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Abuelidades
A veces me pregunto si voy a tener nietos y, en ese caso, si los conoceré. Pero son más las veces que pienso con tristeza, bronca e impotencia que León y Lorenzo nunca conocerán a mis viejos, sus abuelos argentinos.
"Sé que mis hijos no son de cristal, pero igual me da miedo que se rompan" me hizo sentir muy identificada. Mis hijos también son dos torbellinos (tienen 2 años) y no los puedo dejar solos ni un segundo... La sensación de haberme convertido en una persona que siempre está diciendo "no" y "cuidado" es tremenda...
Te leía y recordaba el último post que hice, que lo terminé 4-5 días después de empezar por estar pendiente de mi hijo e intentar trabajar.
Que ayer, Justo ayer, lo inscribimos en el jardín infantil y no se como me siento por el tiempo que ya no estará en casa y las rutinas que tenemos por eso.
Te leo hablar del futuro, del presente con mi hijo pidiendo agua.
Gracias Ignacio, llegar a Substack para tener contenido así es de lo más valioso e inspirador.