Cuidate, amigo. Cuidate, hijo.
¿Qué hacemos y cómo hablamos los hombres de nuestra salud? Expectativas sociales y sobremortalidad masculina. Salud mental. Depresión y suicidio. Iniesta y Phelps. Más terapia, menos tabúes.
Cuando la doctora le preguntó por qué estaba ahí, mi amigo no dudó: “Estoy acá para que mi mujer no me hinche más las bolas, ¡ella me dijo que viniera!”. Mi amigo, de casi 50 años y padre de tres niños, lo cuenta así, como una anécdota graciosa para decir que hace unos días fue a hacerse un chequeo médico. Su pareja sonríe, entre el alivio por su exitosa insistencia y la resignación de la narrativa. Es un poco incómodo: ¿Soy un amargo si no me río? ¿Debería decir algo? Nadie me preguntó nada, así que me callo, no quiero ser un pesado.
Pero me parece una gran oportunidad para escribir. Porque lo cierto es que me acordé de una clase que tuve en el diplomado con Débora Tajer sobre masculinidades, salud y cuidados, donde la psicoanalista contaba que, en general, los varones llegamos tarde al sistema de salud y que lo hacemos porque nos llevan las mujeres o porque no podemos más.
Están quienes hacen chequeos básicos en forma más regular, ya sea por iniciativa propia o por obligación (laboral o por un apto médico deportivo). Pero esa no es la norma, ni tampoco lo único que describe nuestra relación con la salud, es decir, con cómo nos cuidamos.
“Los varones suelen ir al médico cuando son chicos, hasta los 13 años. Después desaparecen para volver de mayores, con unos 60 y ya con algunos achaques”, explica el médico Benno de Keijzer en El País (¿Por qué los hombres van menos al médico y cómo afecta esto a su salud?).
El mismo especialista, que es profesor de Antropología especializado en estudios de género en la Universidad Autónoma de México, añade. “Sí encontramos a jóvenes y adolescentes, los sábados y viernes en la noche, poblando los servicios de urgencia de los hospitales”.
También pensemos en los cuidados que no tenemos. Por ejemplo, el control de la próstata, algo que podría ayudar a atender a tiempo el cáncer que más afecta a los hombres.
El Movimiento Latinoamericano contra el Cáncer de Próstata (MOLACAP) indica que más del 65% de los casos en la región son detectados en etapas avanzadas. Una de las principales razones que alejan a los hombres del urólogo es el tabú vigente; o sea, nos da miedo el tacto rectal que puede incluir el chequeo.
¿Qué varón no escuchó el comentario —envasado como chiste aleccionador / disciplinador— sobre hasta cuántas falanges “está bien”? Se juega con el “riesgo” de que te guste el sexo anal, lo que acarrea la “amenaza” de convertirte en homosexual; es decir, en alguien débil y de un rango inferior en la escala inalcanzable de la masculinidad hegomónica. Por suerte ya salió la cuarta temporada de Sex Education que se ocupa de atender este tabú de los hombres heteros.
Ahora que lo pienso, en distintas instancias o facetas básicas de los autocuidados aparecen las bromas que nos indican los caminos que deberíamos seguir (si no queremos ser vistos como menos hombres).
En la alimentación: no hace falta consultar a la Organización Mundial de la Salud para saber que una dieta variada, rica en frutas y verduras, sin excesos de azúcares y alcohol, puede reducir el riesgo de enfermedades. Entonces llega el intento por buscar hábitos más saludables. Y la respuesta:. “¿Vas a comer una ensaladita nomás? ¡No seas trolazo! Daaale, comete una tira de asado”. “¿No vas a escabiar? ¡El agua te va a oxidar! Tomate un vinito”.
En el ejercicio físico: no debe haber mucha gente que no sepa que el ejercicio es fundamental para una buena salud física y mental. Pero bueno, hay deportes que sí y ejercicios que no. “¿Posta hacés yoga y pilates? Ojo, te vas a volver maricón, eh. Ah, ya sé, ¡qué hijo de puta! ¿Vas a ver culos, no?”.
Salud mental
Otro de los grandes tabúes entre nosotros es la salud mental. Aunque, por suerte, en los últimos años varios deportistas de élite —exitosos, talentosos, millonarios— se mostraron vulnerables y manifestaron públicamente sus dificultades al respecto, desde el futbolista Andrés Iniesta hasta el nadador Michael Phelps.
Aun así, la salud mental sigue siendo un estigma y, en un sentido, más complejo para los varones tan apegados al “yo puedo solo”. Acaso, ¿cuánto vamos a terapia o pedimos ayuda antes del abismo?
La realidad, que tiene relación con el machismo, es que los hombres se suicidan mucho más que las mujeres en todo el mundo y las diferencias de género crecen con la edad.
“Las expectativas son distintas para cada género y eso lo acaban asumiendo los individuos. Es un terreno pantanoso, pero es lo de enseñar a una niña a ser princesa con el vestido y a un niño, príncipe con una espada. Eso de que los niños no lloran. Todos esos roles hacen que a los hombres les cueste más pedir ayuda que a las mujeres”, dijo el psicólogo y asesor de Sanidad para la prevención de la conducta suicida, Andoni Ansean, el presidente de la Sociedad de Suicidología, en El Mundo.
Que en todo el planeta la tendencia sea la misma —se suicidan muchos más hombres que mujeres— es algo que debería hacernos reflexionar. No hay honor en cargar solo con las heridas, las tristezas o el dolor. Cuidarnos marcará la diferencia.
Confieso que nunca estuve más cargado de dudas, miedos, preocupaciones y preguntas que desde que me convertí en padre, hace ya casi cinco años. Entre otras cosas, algo que me sorprendió fue que esto no era una conversación frecuente entre nosotros, lo que también motivó que hiciera esta newsletter.
No soy el único, hay otros que también lo hacen y muy bien, como Kevin Maguire, con The New Fatherhood (en inglés), o Sebastián Blanco, con Soy papá, visibilizando temas importantes como la depresión posparto en los varones.
Ser hombre
Es difícil responder la pregunta de qué significa realmente ser hombre en el siglo XXI. Son más claras las señales que nos indican cuándo nos alejamos de la masculinidad hegemónica. Todo esto viene a cuento de cómo nos relacionamos los hombres con la salud.
Entre los apuntes de la clase de Débora Tajer, anoté esto:
“Los hombres viven siete años menos por una cuestión de género. Excesos y exposición al riesgo por la masculinidad hegeomónica. Ser para el logro, resolución violenta de conflictos, falta de registro del cansancio. Los hombres llegan tarde a la atención (con un infarto, un hueso roto, etc). La sobremortalidad masculina tiene causas evitables: accidentes de auto porque manejan más rápido, homicidios, suicidios, deportes de riesgo, ritos de iniciación. La grupalidad: cosas que los varones no harían solos se las hacen a los demás en grupo. Los varones matan y son matados más que las mujeres. Alcohol como fármaco auto prescrito, para desinhibirse o atravesar situaciones de angustia o depresión. Voy a tener problemas de autoestima si no consigo trabajo, si no se me para, si no soy exitoso”.
Es cierto que, con 41 años y dos hijos creciendo, me va resultando menos difícil enfrentar algunas de estas cosas. Debo decir que, además de una década de terapia encima, en gran parte, el mérito de ver estas cuestiones tiene que ver con una época en la que los feminismos están visibilizando una lucha enorme y, también a raíz de la pandemia, asuntos como la salud mental están mucho más visibilizados.
De todos modos, no deja de sorprenderme cuán profundamente está enraizado todo esto, incluso de manera sutil (porque esa es la forma que encuentra para seguir ahí).
Basta ver cómo la sociedad y sus distintos actores e instituciones (educación, salud) se relacionan con mis hijos, que desde el jardín de infantes ya empiezan a tener condicionantes para ser verdaderos hombres (los colores que deben elegir, la ropa que deben usar, las cosas que no deben dolerle, los deportes que deben jugar, los superhéroes a los que deben aspirar, las niñas que deben gustarles, y así…).
No exagero. En estos cuatro años ya he visto cómo fue cambiando Lorenzo, por más que en casa le sigamos dando la libertad de elegir lo que él quiera. Miro hacia atrás y veo pequeños instantes, momentos que pueden parecer insignificantes, pero que funcionan como una canilla que no deja de gotear.
A Lorenzo, como a tantos otros niños, le han dicho “no llores, no seas maricón”, cuando todavía no tenía un año (y luego, las diferentes versiones: “no llores, no pasa nada”, “lo nenes superhéroes no lloran”, etcétera). También le dijeron que no podía tener una carpeta de Frozen porque es para nenas —como el color rosa, que tanto le gustaba pero que ya no lo elige más.
El otro día fuimos a un cumpleaños. En medio de un juego con música noté que Lorenzo no bailaba por vergüenza; se descargaba saltando y hacía piruetas. Había algunos padres varones acompañando a sus hijos (así era el juego), pero al final solo quedaron niñas bailando. ¿Por qué no había otros nenes y por qué Lorenzo no bailaba si muchas veces lo veo bailando en el living de casa? En rigor: lo veo bailar a escondidas, porque cuando me ve se ríe y deja de hacerlo por más que nosotros nos sumemos al baile.
Cómo cambiar
Hay algunas pistas de por dónde empezar a cambiar esto: desmitificando la masculinidad, por ejemplo, porque cuidar nuestra salud no nos hace menos hombres sino más responsables (de nosotros, de nuestro bienestar y de los que nos rodean).
Con lo difícil que nos resulta, nos vendría bien seguir ejercitándonos sobre una idea: no somos ni tenemos que ser invulnerables. Está bien que no podamos con todo. Podemos estar deprimidos o sufrir depresión. Y no tenemos que ocultarlo, negarlo o enmascararlo sino ocuparnos. Todos enfrentamos desafíos emocionales. Buscar ayuda no es un signo de debilidad sino de valentía.
Sé que es complejo. Ser fuertes como un superhéroe es algo que tenemos internalizado. Me doy cuenta, por ejemplo, de las dificultades que tengo para responderle a mi hijo cuando pregunta si Messi es más fuerte que Hulk. A sus cuatro años, Lorenzo ya tiene incorporado que “ser el más fuerte” es algo fundamental.
También sé que Lorenzo está explorando y midiendo cómo son las cosas cuando me pregunta si yo lloré por tal o cual situación: ahí creo que tengo una chance de acompañarlo, porque siendo honesto podría ser una manera de mostrarle que ser vulnerable no es sinónimo de debilidad ni algo de que avergonzarse.
Pero también es una apuesta con el diario del lunes. Es, como hace cualquier padre, intentar que nuestros hijos tengan eso que creemos que nos faltó. Es tratar de hacerles saber que cuidar de nuestra salud física y mental es un signo de fortaleza y sabiduría. Se lo repito a mis hijos, porque también me lo digo a mí: “No hay nada de malo en pedir ayuda. Los superhéroes no existen. Cuidate, hijo”. Cuidate, amigo.
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Hasta acá llegué. Gracias por leer.
¿Te parece que los hombres tienen presión para ser duros y no mostrar vulnerabilidad? ¿Ves algo de esto a tu alrededor? ¿Qué se puede hacer?
Me encantaría leer tus comentarios. Esta conversación es muy importante para cambiar el estigma que rodea la salud masculina, que al final afecta a todos.
¿Pensaste en alguien mientras leías? Tal vez sería bueno que compartieras la newsletter con esa persona, ¿no?
Nos vemos en dos semanas. Mientras, te leo y nos escribimos.
Un abrazo,
Nacho
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Un gracias enorme 🙏 a Marta Castro por la generosa edición 🙌 de esta newsletter. Los errores son míos (sabrán perdonarme). Marta no tiene redes sociales: no le gustan. Pero si quieren contactarla, me avisan 😉