¿Voy a necesitar papá cuando sea grande?
Hijo mayor descubre un mundo creciente por fuera de sus padres y se hace cada vez más preguntas. Y yo navego en la incertidumbre del porvenir.
Son las dos de la mañana de hoy miércoles. Llevo un rato intentando escribir sobre otro tema que no sea Lorenzo (hijo mayor), que a sus cuatro años es uno de los protagonistas excluyentes de esta newsletter.
Te cuento algo: tengo una carpeta con unos 30 borradores de newsletter escritos que aún no publiqué. Estos son algunos títulos: “Mujeres que asumen tareas porque creen que las harán mejor que los varones”; “Siempre vas a estar haciendo algo mal como padre”; “La amistad de los varones”; “Impresionar a todos”; “Wanderlust o cuando la monogamia entra en crisis”; “Es así porque lo dice papá, y punto”.
Leo algunos de estos textos pero algo me dice que ahora no es el momento de trabajarlos. Como si les faltará reposar y, además, unas cuantas horas de horno. A la vez, de repente, me surge una pregunta que, una vez formulada, me parece obvia:
¿Y por qué no voy a escribir sobre lo que me pasa con Lorenzo si es la persona con la que más tiempo compartí en los últimos cuatro años? Incluso, en ese lapso, compartí más tiempo con él que con mi pareja, Irene. Puede que sean todas experiencias muy cercanas pero también es cierto que es el material que tengo entre manos cada día.
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Leo una entrevista a Andrés Neuman en EldiarioAR, donde el escritor habla sobre narrarle a un hijo todo eso que sabemos que no recordará. Explica por qué escribió Umbilical, su último libro, dedicado a la llegada de su primer hijo, y remarca el vacío que hay en la literatura de los varones hablando sobre ser padres.
“Tener hijos es lo más natural del mundo pero también lo más extraño del mundo como es el sexo o el amor, o la muerte. Entonces sí, un nacimiento es tan evidente y misterioso como una muerte. Entonces es importante y digno de escribirse, así como todo lo que damos por sentado es lo más urgente que tenemos para repensar”.
Otra frase de Neuman que remarco: “¿Por qué como escritor voy a hablar de los pañales o la caca pudiendo pensar en el imperativo categórico de Kant? ¿Qué interés tiene que le corte las uñas a mi hijo si puedo estar pensando en el Estado-Nación y su posible vigencia en el capitalismo global? Se arma esto del gran tema versus el tema pequeño. Y esta falacia de lo pequeño y lo grande tiene mucho que ver con nuestra educación, ya no solo como varones sino como escritores que eligen unos temas y eluden otros”.
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Entonces cedo: otra vez escribiré sobre Lorenzo.
(Hola hijo, ¿alguna vez leerás esto? ¿Adónde irán a parar estos archivos digitales dentro de diez o quince años, cuando tal vez te pueda interesar darle una mirada? ¿Cómo serán vos y León de grandes? ¿Te enojará leerme? A mi me gustaría leer a mis viejos; de hecho, cada tanto releo las únicas dos cartas que tengo de ellos: sí, de ellos, porque firman “tus padres”.)
En realidad, pensándolo mejor, no es que hablo de Lorenzo o de León (hijo menor), sino de lo que sus vidas representan en la mía.
Al final, de lo que hablo es de lo que yo siento sobre ser padre (como ese miedo irracional que tuve hace unos días cuando Lorenzo estuvo con casi 40 grados de fiebre). Escribo sobre lo que yo interpreto respecto a lo que ellos hacen. O, también, de lo que me quedo pensando ante algunas cosas que dice Lorenzo.
Como la semana pasada, cuando volvimos a Grecia, después de cuatro semanas en Argentina, donde las emociones lo desbordaron: Lorenzo descubrió un mundo de cariño y de pertenencia que nunca había vivido.
Primos, tíos, amigos y los hijos de mis amigos: todos jugando y abrazándolo todos los días. Y para colmo, estuvo las cuatro semanas conmigo —dos de ellas también estuvo Irene— sin ir al jardín de infantes.
El asunto es que en la madrugada que volvimos a Atenas, fuimos juntos a buscar el auto, que estaba estacionado en el aeropuerto. Irene esperaba con León (y con las valijas). En ese interín, mientras íbamos juntos ya en el auto, a eso de las 4 de la mañana, Lorenzo interrumpió el silencio de la noche honda:
— ¿Nacho?
— ¿Qué?
— Cuando sea grande ya no voy a necesitar papá, ¿es verdad o no?
Le pregunté qué había dicho, no porque no había entendido sino porque necesitaba pensar qué responderle. Lorenzo repitió la pregunta, y enfatizó: “¿Es verdad o no?”. 🥺🥺
Entonces, lo más neutral posible, le dije que dependía de para qué cosa… Para manejar, por ejemplo, no iba a necesitar a su papá. Mientras que para otras cosas capaz que no iba a necesitarlo pero tal vez sí iba a quererlo igual.
No dije más nada. Él tampoco. No tengo idea en qué se quedó pensando. Enseguida dijo que quería comer sandía, porque en Grecia ya es verano. ¿O no?, insistió. Aún falta para el verano, pero igual vamos a buscar sandía, le dije (y aún no encontramos).
Me quedo pensando de qué manera se tejen las relaciones para que mañana o pasado, Lorenzo y León elijan tenerme cerca no porque realmente me necesiten sino porque, pese a no ser una necesidad, igual quieran que esté ahí para compartirme su mundo.
O, al menos, para comer sandía juntos.
…
Hasta acá llegamos. Muchas gracias por acompañarme y, como siempre, por leer, comentar, mandarme mails y compartir con otros esta newsletter.
Nos vemos en dos semanas.
Espero que estés bien.
Un abrazo,
Nacho