Repensar una idea
Newsletter más corta y liviana. Asimetría entre el resultado —que es lo juzgado— y el proceso (solitario y sin testigos). Hijo me quiere enterrar en el jardín. Buen cambio de año, ¿indicará algo?
Paseando a León, hijo menor de un año, recordé una idea que cada tanto reelaboro: solemos ver los resultados pero no somos testigos del proceso. Juzgamos rápido un libro terminado, un gol de tiro libre, el fin de una carrera universitaria, pero poco o en una instancia posterior reparamos en las horas de escritura, los entrenamientos para mejorar la pegada o los años de estudio.
Vemos la foto final —Messi con la Copa del Mundo, Marta con el Balón de Oro, Jon Fosse con el Nobel de Literatura o Matthew Perry muerto— pero tenemos escasa idea del camino que cada uno transita para llegar hasta ese momento.
Hay una desproporción en esta simplificación de la realidad. Mientras que cada uno de nosotros vive a diario envuelto en los procesos —que no ve casi nadie más—, el afuera juzga momentos puntuales sin contextos.
Aplica para una estrella de cine o para un padre: ven que tu hijo —o ves que el hijo de otro— muerde a alguien y ya cae una sentencia condenatoria: “Los padres no se ocupan de ese pibe”.
Y yo digo: ¿alguien piensa si esos padres pueden —por recursos emocionales, intelectuales y económicos— ocuparse más de lo que lo hacen? Para peor, eso puede convertirse en una cruz estigmatizante para la criatura (“ahí viene el nene que se porta mal”).
También pienso que hasta que no hay un resultado, puede haber ansiedad frente a aquello que no se concreta o ante eso que es difícil de convertir en algo material.
Llevo cuatro años intentando recuperarme de una lesión en el pie derecho: ni los médicos saben explicar qué es lo que tengo, ¿por qué voy a poder yo? A veces pareciera que el pie mejora pero nunca está claro que vaya a poder volver a correr sin dolor. Lejos queda la utopía de correr en Atenas mi segunda maratón. ¿Habré jugado aquel diciembre de 2019 mi último partido de fútbol?
Además de la falta de una solución para mi pie —casi inexplicable—, la idea del resultado y el proceso también se presentó la semana pasada, precisamente volviendo a casa de fisioterapia.
En un momento, una camioneta me cerró el paso. El acompañante era un flaco de unos 30 años. Unos metros más adelante superé a la camioneta y me sorprendió que al volante iba, muy segura, una mujer. ¿Por qué me llamó la atención? ¿Por qué había dado por descontado que manejaba un varón?
Una cosa es el proceso de querer modificar estructuras culturales de pensamiento machista y otra es el resultado, que evidencia un sesgo más profundo.
Me pasa también con la paternidad: hace unos meses terminé un proyecto de trabajo (pago) y volví a enfocarme en los cuidados de dos hijos y lo doméstico.
Cuando lo cuento así, suena superficial. Si voy al detalle —el ejercicio de la paciencia, la complejidad de no trabajar como hice toda mi vida, la incapacidad de satisfacer las permanentes demandas de juego o atención—, suele resultar aburrido, excepto para algunas mujeres que están o que pasaron por la misma situación. Me faltan más hombres alrededor que estén en esta.
Talentos invisibles
Pero bueno, en realidad quería empezar esta newsletter hablando de cosas que creo que hago bien o muy bien, y pocos saben. Sí, es algo vergonzoso hablar de supuestos talentos propios pero acá se trata de habilidades bastante invisibles o que a nuestro alrededor casi nadie se entera.
Estoy seguro que vos también tenés un talento que te enorgullece pero que pocos conocen. ¿O no?
Por ejemplo, soy bueno en recalentar el pan viejo y dejarlo como recién horneado (la clave es mojarlo antes al punto justo). Lo mismo con las tartas, que parecen recién hechas. Me vuelvo sibarita: no estoy hablando de ese recalentado horrendo en microondas que deja la comida con partes hirviendo y otras frías, sin crocante y gomoso.
También se me suele dar bien reproducir plantas. Los últimos logros fueron dos lavandas, cuatro romeros y cinco suculentas: me genera aún más satisfacción que todas las empecé con un recorte pequeño de una planta madre que vi por ahí y me gustó, y que ahora son ejemplares enormes y florecientes.
Algo que también me da placer —sí, placer— es recuperar zanahorias y papas que otros tirarían porque están blanditas e incluso se empiezan a ennegrecer: basta pelarlas y dejarlas en un recipiente con agua en la heladera para que en pocas horas estén en su mejor forma. Prueben y me cuentan. De nada.
También me hace feliz restaurar un mueble que encuentro o darle una segunda o tercera vida a una madera que levanto en la calle. Ahí están los estantes, escritorios, sillas, mesas y bibliotecas en casa. Me encanta cuando me preguntan dónde compré un banco que parece patinado y puedo jactarme de haberlo rescatado de la basura.
¿Tiempo inútil?
La semana post fiestas me fue muy mal con el tiempo en pantalla: subió 36% respecto de la anterior, así que pasé un promedio de 3 horas y 37 minutos por día mirando el teléfono (no usé la computadora ni un minuto).
A mi favor, hay una hora promedio que se fue entre Google Maps y Spotify —o sea, no fue boludeando en Internet o leyendo noticias sino por una aplicación para llegar a algún lado o para una audio historia para Lorenzo—. No me consuela ver que la media mundial sea de alrededor de siete horas por día.
A no ser que esté haciendo una tarea específica, como escribir esta newsletter, me gustaría que fueran no más de dos horas por día ante una pantalla. Más me preocupa el asunto con mis dos hijos, que por ahora casi no usan pero aún son chiquitos.
“Parece que los teléfonos están haciendo más tontos a los estudiantes”, tituló The Atlantic, en un artículo sobre cómo el uso de teléfonos inteligentes y otros dispositivos digitales afecta el rendimiento académico de los estudiantes.
La neuropsicóloga pediátrica Carina Castro Fumero citó el artículo en Instagram, destacando que:
los estudiantes que pasan menos de una hora al día en dispositivos digitales obtuvieron 50 puntos más en matemáticas que los que pasan más de cinco horas;
el bienestar de los estudiantes empezó a declinar alrededor de 2012, coincidiendo con el lanzamiento de los teléfonos inteligentes y las redes sociales como el centro de atención de la vida adolescente;
casi la mitad de los estudiantes de la OCDE se sienten “nerviosos” o “ansiosos” cuando no tienen sus dispositivos cerca, y que esta “ansiedad por el teléfono” está negativamente correlacionada con los puntajes en matemáticas.
¿Trailer del 24?
Las vacaciones de Lorenzo, que en febrero cumplirá cinco años, terminaron hace dos días. Dijo varias veces que no quiere volver “nunca más” al jardín de infantes porque prefiere estar en casa. Pero también lo escuché responder a quien le preguntara que sí, que le gusta su jardín nuevo.
Con Irene siento que podemos cantar victoria en la batallita con las pantallas, porque en estas dos semanas de vacaciones Lorenzo vio dos películas y unos diez minutos de videos en mi teléfono (le mostré la legendaria entrada en calor de Maradona en el Napoli y unos cruces del Cuti Romero, porque yoargentino, perdón).
Obviamente Lorenzo pidió mucho más de lo que le dimos. También sé que a medida que siga creciendo será más desafiante esta pelea desigual contra las pantallas. Pero bueno, un día a la vez.
Más allá de los momentos de cansancio y agotamiento, que quedaron casi en el olvido cuando el lunes retomó el jardín, las vacaciones de Lorenzo me dejaron un montón de sonrisas, abrazos y frases, como esta: “Cuando sea grande voy a vivir con vos. Y cuando te mueras te voy a enterrar en el jardín de casa”, me dijo en una de las primeras conversaciones del año.
Fue un acierto para esta familia habernos quedado en casa estas dos semanas de vacaciones, cuando en Europa es bastante común que la gente viaje por Navidad, Año Nuevo y Reyes. En cambio, hicimos paseos alrededor de casa, visitamos Atenas un par de veces, hicimos varios asados con amigos y con Irene también ejecutamos algunos ítems de la interminable lista de pendientes.
El 31 de diciembre y el 1 de enero los pasamos en nuestra casa con amigos y con amigos de amigos. Se comió, se bailó y hubo risas y carcajadas. Hubo un chapuzón en el mar —placenteramente frío— y sensaciones positivas. ¿Qué más se puede pedir? Esto: que el comienzo de año haya sido un trailer del 2024.
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Hasta acá llegamos hoy con esta newsletter, que debe haber sido la más vanidosa y empalagosamente optimista de Recalculando, ¿no? Podés responder quejándote.
Muchas gracias a los que hacen circular la newsletter y bienvenidos a los que siguen llegando (este es el archivo de todo lo publicado en Recalculando).
Nos vemos en dos semanas, cuando ya casi habrá terminado el primer mes del año, que ojalá lo hayas arrancado muy bien.
Nos escribimos, como siempre.
Un abrazo,
Nacho
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Un gracias enorme 🙏 a Marta Castro por la generosa edición 🙌 de esta newsletter. Los errores son míos (sabrán perdonarme). Marta no tiene redes sociales: no le gustan. Pero si quieren contactarla, me avisan 😉