Entre apuntes y armaduras
Eco de nuestras presiones. ¿Dónde está la madre? Identidad, fragilidad y resistencia. Reflejos de lo invisible: lo que nos define y une. Cuerpos, palabras y emociones. Lo olvidado, lo que queda.
Mis notas en el teléfono son anárquicas. Anoto con entusiasmo. A veces, al releerlas, no le encuentro sentido. Otras, quiero dialogar con lo anotado. Son apuntes sobre experiencias cotidianas que revelan tensiones, presiones culturales que nos afectan, informes sobre qué hacemos con nuestra salud (y emociones), y la importancia de la empatía, la vulnerabilidad y las relaciones humanas.
Todas las anotaciones provienen de algo que leí y tienen un enlace (link), excepto la primera: la escribí hace más de cinco años, como un diario, antes de empezar a publicar Recalculando.
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¿Dónde está la madre? (Agosto 2019)
Estacionar es un bardo, pero encuentro lugar. Intuyo una mañana incómoda, otra vez en lugares donde no me esperan. Lorenzo tiene seis meses, le toca la tercera dosis contra la poliomielitis.
No necesito tenerlo en brazos para darme cuenta de lo que hace dos minutos detecté por el espejo retrovisor. Una mueca inconfundible, juntando los labios y sus cachetes enrojeciendo de tanto hacer fuerza, es una señal inequívoca: hizo caca.
¿Dónde lo cambio? En la cafetería del hospital pregunto por el baño con cambiador de bebés: “Allá, al fondo”. Otra vez lo mismo: baño de mujeres. ¿Por qué será? Provocador, decido cambiarlo sobre una mesa. ¿Me van a reclamar algo?
Me anuncio en el primer piso y espero a la pediatra. Dentro del consultorio, le muestro el calendario de vacunas de Lorenzo: “Le toca la de la Polio, ¿no?”. La pediatra parece incómoda. Me mira, revisa la documentación, me vuelve a mirar.
—¿Pasa algo? —pregunto.
—¿Y la madre? ¿Dónde está la madre?
—Trabajando, ¿por qué?
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Leer a tantas mujeres
Desde que empecé a escribir, y sobre todo, desde que empecé a publicar y a hablar públicamente sobre mis lecturas, amigos, colegas, periodistas, críticos, me han hecho la misma pregunta: ¿por qué leés tantas mujeres? Una pregunta que siempre me perturbó tanto como para contestarla, apenas, con evasivas o subterfugios. Como si decir la verdad –una verdad de la que yo mismo era apenas consciente, a fuerza de no discutirla- pudiera exponerme al peor peligro.
Así empieza un texto de Leopoldo Brizuela, publicado en 2014 en el blog de la librería Eterna Cadencia (Me lo pasó mi amiga Cecilia). El escritor reflexiona sobre una pregunta recurrente (“¿Por qué leés tantas mujeres?”) y sobre cómo esta interpelación revela un sesgo cultural profundo.
Brizuela explora la construcción de la masculinidad en sociedades patriarcales, donde los varones se distancian de lo femenino en su formación identitaria, perpetuando dinámicas de exclusión y violencia simbólica. Sostiene que la lectura de escritoras ha sido una vía de resistencia y autodescubrimiento para quienes han quedado al margen de la masculinidad hegemónica.
“Leer a las mujeres fue un modo de transformar nuestras homéricas cargas de dolor, odio y violencia contenida en una fuerza productiva alternativa y nueva”, escribe Brizuela, que critica cómo el campo literario reproduce estructuras de poder masculinas.
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Las mujeres “se embarazan”, los varones se lesionan
El año pasado, la empresaria Narda Lepes contó en una entrevista que con su contador analizaron los datos de las licencias laborales en sus emprendimientos gastronómicos en Argentina.
La dueña de Narda Comedor (entre los mejores de América Latina según 50 Best Restaurants) descubrió que el 70% de las licencias fueron otorgadas a varones. De ese total, el 85% fue por lesiones jugando al fútbol. En contraste, el 80% de las licencias pedidas por mujeres fueron para cuidar a alguien.
“Prioridades, ¿no?”, comentó Lepes, subrayando la diferencia en los motivos de las ausencias. Además, cuestionó el argumento de que contratar mujeres es más costoso debido a la maternidad: “Ahí tenés a los que dicen: ‘No, porque se embarazan’. Lo más caro en mi vida profesional fueron las lesiones de fútbol de los varones”.
La frase se volvió viral y generó debate en redes sociales: “¿Le empezarán a preguntar a los varones en una entrevista laboral si juegan al fútbol, así como a nosotras si tenemos o vamos a tener hijxs?” (Ahora Que Sí Nos Ven).
La periodista Mercedes Funes remarcó en un artículo a raíz de la frase de Lepes que, según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT), en Argentina las mujeres dedican en promedio 6.5 horas diarias a estas actividades, mientras que los varones 3.5 horas. Esto ocurre a pesar de que más varones participan del reparto de tareas, sobre todo los separados.
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¿Qué permanece en la memoria?
“Son temas recurrentes para mí, qué es lo que registran los chicos, qué fue lo que registré yo cuando era chico, qué graban ahora mis hijos en su memoria”, escribió
en su newsletter . Cualquier persona con hijos puede identificarse, ¿no?…
Lo que aprendí como entrenador de fútbol de mi hijo
El periodista Rory Smith, con tres décadas en el fútbol, contó en un artículo del New York Times sus aprendizajes y revelaciones en los tres meses como entrenador de su hijo en un equipo de menores de 7 años:
“Algo sucede cuando ves jugar a tu hijo —al saber que su felicidad depende, en cierta medida, del resultado; al saber que solo quieres que experimente placer y nunca dolor; al saber que no tienes forma de controlar lo que ocurra— que agudiza los sentidos. Quizá sea lógico. Quizá sea algo que la gente siempre ha sabido, que es en el deporte donde los padres vislumbran por primera vez lo que está por venir: un hijo o una hija, ahí fuera en el mundo, ya sin su protección, dependiendo sólo de sí mismos y de sus amigos para superar los retos que se interponen implacablemente en su camino”.
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Armaduras
El año pasado se estrenó Rivales, una comedia dramática ambientada en el tenis de élite dirigida por el italiano Luca Guadagnino. Al cineasta, figura de culto por Io sono l’amore (2009) y Call me by your name (2017), le preguntaron en una entrevista qué encontró en el tenis: “Una forma de control de uno mismo que me parece muy violenta. Y también algo más familiar, que es el modo en que la gente se construye armaduras para alcanzar sus metas, y para esconder las metas que quiere alcanzar”.
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Sufrí, sufrí otra vez, sufrí mejor
Nick Cave escribió en su newsletter:
Entiendo que debe ser doloroso sentir que esos “tiempos increíbles” quedaron atrás, pero no es así, hay muchos más por venir. También habrá más corazones rotos, pero los corazones se rompen más fuerte. No debemos retroceder ante nuestros sentimientos. Debemos enfrentarlos. Ensayarlos. Mejorar en ellos. Parafraseando a Samuel Beckett: sufrí, sufrí otra vez, sufrí mejor.
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Los machos y la salud
El ideal del ‘machote’ se convierte en un lastre para la salud cardiovascular, señala El País en relación a un estudio que advierte que los hombres que adoptan conductas alineadas con los estereotipos de género suelen ocultar los diagnósticos y tratamientos que reciben para tratar enfermedades como la hipertensión.
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Lo que realmente importa
No lloro fácil —es un defecto—, pero este texto de
me emocionó (y me hizo llorar). La autora reflexiona sobre cómo, al final de la vida, lo que importa no son los logros materiales o las apariencias, sino el impacto que hemos tenido en los demás. El amor, la bondad y las conexiones genuinas son lo que deja huella.Aunque suene cliché, Fay describe emotivamente cómo su madre, aún en sus últimos momentos y con Alzheimer, mostró amor y gratitud por sus cuidadores. Deja claro que ser amable y generoso es lo que perdura.
“Nunca he estado cerca de alguien que se estuviera muriendo. Nunca he estado cerca de la muerte. Ahora, he experimentado ambas cosas”, empieza el texto, que me conmovió por algunas semejanzas con la historia de mis padres, que hace más de diez años que ya no están; y también porque pensé en gente que quiero y que tiene relaciones conflictivas con sus padres. Aunque no me lo pidieron, quisiera decirles: “Che, quizás podés hacer algo con tus viejos antes de que se vayan, ¿no lo pensaste?”.

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Crítica a la brevedad, desde el hospital
El sábado pasado, Lorenzo se comió un frutito de una planta tóxica (Solanum elaeagnifolium o revienta caballos) y pasamos el fin de semana en el hospital de niños de Atenas. Le hicieron un lavado de estómago y se quedó dos noches en observación porque la reacción podía aparecer hasta 48 horas después.