El monstruo, entre nosotros
¿Por qué el femicidio de Giulia Cecchettin sacude Italia pero nos habla a todos? Crimen de honor y justificación de la violencia. Un poema conmovedor.
¿Vas a escribir sobre lo que pasó en Italia?, me pregunta Irene. No tengo idea de qué habla. Me cuenta: un caso de femicidio sacudió al país y lleva dos semanas causando revuelo. Como si el hecho en sí mismo no fuera suficiente, pregunto qué tiene de distinto este homicidio respecto de las otras 105 mujeres asesinadas este año en Italia (o de los que suceden a diario en todo el mundo).
Estamos hablando de un país donde abunda la expresión “fai l’uomo” (sé un hombre), con una sociedad tan proclive al drama y la tragedia y amante de la crónica negra como pocos, donde equivocadamente aún se utiliza demasiado la expresión “crimen pasional”.
En ese contexto, la hermana de la víctima reaccionó de un modo inesperado para un país donde el femicidio no es un delito previsto en el código penal, al contrario de lo que sí sucede, por ejemplo, en casi toda América Latina.
Giulia Cecchettin, asesinada a cuchilladas
Giulia Cecchettin, de 22 años, fue asesinada el 11 de noviembre a cuchilladas (más de 20) por Filippo Turetta (un año menor), un exnovio que no aceptaba el final de la relación. Unos días antes habían discutido fuertemente.
Giulia estaba por recibir su título en ingeniería biomédica en la Universidad de Padua pero a él le molestaba que ella terminara la carrera antes que él: “Temía que lo dejara para seguir sueños personales y profesionales”, dijeron amigos y familiares.
(Recién me doy cuenta de un detalle simbólico sobre el idioma del país donde nació Irene, mi pareja: en italiano se dice “l'impiegata (la empleada)”, “la parrucchiera (la peluquera)”, “l’infermiera (la enfermera)”, pero es incorrecto “la abogada”, “la ingeniera”, “la arquitecta”, etcétera: todas estas profesiones —y cargos como “la presidenta”— van en masculino).
Tras el homicidio, Turetta se fugó en su auto. En el camino dejó el cuerpo de Giulia, que fue encontrado el 18 de noviembre: estaba en un canal junto al lago Barcis, cubierto por bolsas de plástico negras, en la zona de los Alpes. Al día siguiente, Turetta fue detenido en una autopista alemana (estaba dentro de su auto, sin combustible).
Lo que sorprendió del caso fue que Elena, hermana mayor de la víctima, transformó un dolor personal en una causa política. No salió a pedir una condena ejemplar para Turetta ni a buscar consuelo en los medios sino que apostó a provocar una reacción en la sociedad, sobre todo en los hombres, para que haya un cambio.
“A Turetta se lo suele definir como un monstruo, pero no es un monstruo”, comienza la carta que escribió Elena, de 24 años. “Un monstruo es una excepción, una persona externa a la sociedad, una persona de la cual la sociedad no debe hacerse responsable. Y, sin embargo, hay responsabilidad. Los ‘monstruos’ no son enfermos, son hijos sanos del patriarcado, de la cultura de la violación”.
En la carta, donde expresa lo que había dicho en televisión previamente, Elena explica que la cultura de la violación es la que legitima cualquier conducta que dañe la figura de la mujer, partiendo de cosas a las que a veces ni siquiera se les da importancia pero que ciertamente la tienen, como el control, la posesividad: “Todo hombre es privilegiado por esta cultura” (También esos hombres que hacen todo bien).
Elena como Antígona
"Desde que murió su hermana, Elena Cecchettin está haciendo algo que se parece a lo que estudiamos en la tragedia griega. Habla como Antígona, haciendo con el cuerpo de su hermana eso que puede hacer porque no puede devolverle la vida: hacer que no mueran otras personas. Y lo hace con una modestia que no había visto en mucho tiempo", dijo Chiara Valerio, escritora y matemática.
¿Qué hay de distinto en el femicidio de Giulia Cecchettin? La revista Internazionale señala que “uno de los motivos, quizás el más importante, fue la voz de Elena Cecchettin, quien habló de la violencia y mostró lo que debemos saber: los femicidios son la punta del iceberg de la violencia y la opresión que afectan a millones de mujeres de todas las clases sociales y en todo el mundo, que todos conocen y temen desde que nacieron”.
Giulio Cavalli, actor y periodista, escribió que Elena no aceptó quedarse en el lugar “asignado a su género (tranquilizar)” sino que optó por “renunciar al papel de mujer afligida —tan tranquilizador para las sociedades patriarcales—, silenciosa y buena, señalando con el dedo al instigador histórico y cultural detrás de cada femicidio: la posesión que lleva al control, luego al abuso y finalmente al ‘matar’”.
“Si Filippo hubiese hablado con alguien, con un terapeuta, un padre, un amigo, esto tal vez no hubiera pasado”, dijo Elena, cuya carta finaliza así: “El femicidio no es un crimen pasional, es un crimen de poder. Necesitamos una educación sexual y emocional generalizada, necesitamos enseñar que el amor no es posesión. Hay que financiar centros contra la violencia y dar a quienes lo necesitan la oportunidad de pedir ayuda. Por Giulia, no hagan un minuto de silencio, por Giulia, quémenlo todo".
La última frase de la carta parafrasea al conmovedor poema que la activista peruana Cristina Torres-Cáceres publicó en 2017, y que yo recién descubrí ahora. Ojalá lo lean:
Crímen de honor
Elena, una joven blanca y de clase media (“una persona per bene”, como se dice en Italia), expresó de manera clara y lúcida ideas que fueron gritadas, descritas y discutidas durante años por los movimientos feministas y las asociaciones que se ocupan de las mujeres víctimas de violencia.
En vez de hacerlo en una manifestación callejera, ella lo hizo en un momento y lugar inesperados. “Se salió del guión: de un familiar al que consolar pasó a ser un sujeto político al que hay que demoler”, señaló Fanpage.
Porque de un momento a otro, el centro de la polémica fue escrutar —criticar y cuestionar— a la mujer que hablaba y no detenerse en el contenido de lo que estaba diciendo. Para desacreditarla, se juzgó a la hermana de la víctima por su vestimenta y su aspecto (“El patriarcado no existe, Elena Cecchettin recuerda el satanismo”, dijo un político).
Tal vez no debería sorprender que Italia aún no incorpore el femicidio en su código penal, considerando los grandes esfuerzos con los que se intenta minimizar un fenómeno que es aceptado en gran parte del mundo. ¿Acaso no hablamos de un país que defiende la familia tradicional por encima de todo y donde la educación sexual en las escuelas está ausente? Pero, en cualquier lado, la familia y el entorno están lejos de garantizar seguridad para una mujer.
Recordemos que Italia heredó del fascismo el “crimen de honor”, lo que privilegiaba al hombre al momento de ser juzgado porque consideraba si su honor era herido por un comportamiento “inapropiado” de una mujer. Hasta 1981, el Código Penal italiano consideraba como atenuante de homicidios lo siguiente:
“El que causa la muerte de un cónyuge, hija o hermana al descubrirla en relaciones carnales ilegítimas y en el calor de la pasión provocada por la ofensa a su honor o la de su familia será condenado de tres a siete años. La misma pena se aplicará a quien, en las circunstancias anteriores, causa la muerte de la persona involucrada en relaciones carnales ilegítimas con su esposa, hija o hermana”.
¿Quién mata a las mujeres?
Hasta el 19 de noviembre de 2023, en Italia se registraron 106 asesinatos de mujeres, de los cuales 87 ocurrieron en un contexto familiar/emocional; del total, 55 murieron a manos de su pareja/expareja.
Esta tendencia, entre otras cosas, destierra (una vez más) el mito de que el gran peligro es un tipo encapuchado que viola y mata en un rincón oscuro de la ciudad. No funciona así.
Como también pasa con el abuso infantil (UNICEF), la enorme mayoría de los femicidios se dan dentro del círculo de confianza, o sea, gente que es cualquier cosa menos un desconocido que aparece por sorpresa.
Otro dato: el hombre es abrumadoramente el responsable tanto en el asesinato de hombres (92,7%) como de mujeres (94,4%).
Italia no escapa a lo que ocurre en el mundo, donde casi 89.000 mujeres y niñas fueron asesinadas en 2022, informó la ONU, que indicó que la mayoría de las muertes se debieron a motivos de género.
Los datos apuntan que hubo un descenso mundial en el total de homicidios, pero el número de mujeres y niñas asesinadas en 2022 aumentó: es la cifra anual más alta en 20 años.
La ONU también indicó que “un asombroso 25 por ciento de las personas (en el mundo) cree que está justificado que un hombre golpee a su esposa”.
“Italia tiene índices especialmente preocupantes: el 61,5 por ciento de la población alberga prejuicios contra las mujeres y el 45 por ciento tiene creencias que pueden llevar a justificar la violencia física, sexual y psicológica por parte de la pareja”, remarcó Internazionale, que señala que en España, en comparación, la situación ha mejorado: el 50,7 por ciento de la población tiene prejuicios y el 29 por ciento justifica la violencia.
¿Qué hacemos los hombres?
Cuando un femicidio sacude la opinión pública y se habla de violencia de género, suele darse el lógico reclamo para que los hombres hagamos algo. Y la charla suele desviarse a lugares de desmarque.
Reaparecen como hongos después de la lluvia las mismas frases: “No todos los hombres” (lo que incluye el subtítulo “yo no soy como ellos, soy bueno”), “Los hombres mueren más que las mujeres” (¿adiviná quién los mata?), “¿Patriarcado? ¡Nah, son monstruos!”, “Es un problema de todos, también de las mujeres”, “Díganos qué hacer y lo hacemos”.
Estas afirmaciones —deconstruidas de mil formas— son una distracción que no desmiente el problema real de la violencia de género.
¿Cómo se hace para que los hombres salgamos de la trinchera defensiva y cambiemos la perspectiva para preguntarnos con sinceridad qué podemos hacer? Plantearnos: ¿Será que tengo algo que ver y, por lo tanto, puedo hacer algo? Spoiler: por poco que sea, hacer algo será incómodo, como mínimo.
“Se suele decir ‘no todos los hombres’. No todos los hombres, pero siguen siendo hombres. Ningún hombre es bueno si no hace nada para desmantelar la sociedad que tanto lo privilegia. Es responsabilidad de los hombres en esta sociedad patriarcal, dado su privilegio y poder, educar y llamar la atención a amigos y colegas tan pronto como escuchen el más mínimo indicio de violencia sexista. Díganle a ese amigo que controla a su novia, díganle a ese colega que hace catcalling (acoso callejero), vuélvanse hostiles a conductas de este tipo aceptadas por la sociedad, que no son más que la antesala del femicidio”, pidió Elena.
Lo difícil que es tomar nota de todo esto lo demuestra la reacción de la familia de Filippo Turetta: "Vernos descriptos como una familia patriarcal nos duele mucho, creemos que nuestro hijo se ha vuelto loco", dijo el padre respecto del asesinato de Giulia Cecchettin.
Es más fácil y menos doloroso pensar que alguien se ha vuelto loco o que es un monstruo, en vez de imaginar y aceptar algo más complejo como que, de algún modo, todos podemos ser parte de un crimen porque la responsabilidad es colectiva, generalizada.
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Gracias por llegar hasta acá.
Iba a prometer que voy a responder los mails que me quedan pendientes antes de fin de año pero no sé si voy a cumplir, así que no prometo nada. Pero sigan escribiendo (leo todo), que en algún momento me voy a poner al día.
Muchas gracias también a los que hacen circular la newsletter.
Nos vemos en dos semanas.
Mientras, te leo y nos escribimos.
Un abrazo,
Nacho
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Un gracias enorme 🙏 a Marta Castro por la generosa edición 🙌 de esta newsletter. Los errores son míos (sabrán perdonarme). Marta no tiene redes sociales: no le gustan. Pero si quieren contactarla, me avisan 😉