Diario de la paternidad
Fragmentos del 2024. Preguntas, dudas y desafíos. Amigos imaginarios, habilidades lingüísticas, privilegios. Reflexiones y anécdotas. Altibajos de criar a los hijos.
Llevo casi seis años escribiendo sobre mis hijos. En parte, hablo sobre ellos para entender qué significa la paternidad para mí. Es un ejercicio de construir respuestas temporales. Un ensayo permanente. Una construcción de sentido que se suele desvanecer como los sueños al despertar, y que ayudan a seguir.
Ya lo sé: no hay un punto de llegada. Hoy digo eso, mañana capaz cambie de idea. Escribo en el teléfono o en libretas. Generalmente, lo hago con entusiasmo, como una necesidad de liberarme de lo que tengo adentro.
Suele suceder que eso que creo que me ocurre sólo a mí, le pasa a más gente. Hablo de algo que parece mío pero no me pertenece, ¿no? Y, aunque a veces me cause vergüenza sacarlo, mejor no quedarme con lo que no es propio.
Son diarios anárquicos y desordenados que rara vez volví a leer. Tal vez pueda publicar un libro con eso. Otra idea: organizarlos y publicarlos en Recalculando por entregas.
A veces (demasiadas) analizo o reflexiono en exceso una situación o una frase en mis anotaciones. No me cuesta, se volvió natural (también en la vida). Ok, debería hablar esto en terapia, ¿no? (Terapeutas, soy todo oídos).
No siempre es así. Otras veces, sólo busco conservar momentos, aromas, frases y sensaciones que no se pueden capturar en una foto.
Quedan tres semanas para que termine el año. Esta es la penúltima newsletter del 2024. Compartiré anotaciones de mi teléfono con un estilo de diario personal.
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Enero 2024
Lorenzo contó algo improbable: “La maestra de gimnasia me dijo que no le gusta cómo hablo griego”.
A sus cinco años, él maneja con una soltura que le envidio los cuatro idiomas en los que está inmerso: español, conmigo; italiano, con Irene; inglés, desde los dos años en el jardín de infantes; griego, tras cuatro años en Grecia.
Lorenzo me preguntó si debía decirle a la maestra principal lo que le había dicho la de gimnasia. “Claro, decile”, lo alenté, confiando que la conversación puede aportar claridad.
No me pareció algo que una maestra pudiera decir, menos en el sentido que él lo estaba manifestando: que no le gustaba porque no lo habla bien. ¿Cómo quitar esa presión que sienten los chicos por destacarse?
Nunca alenté a mis hijos a ser los mejores, los más fuertes, o a competir con otros. Mucho menos lo hizo Irene. Pero ahí está, un pibe de cinco años que se desvive por destacarse.
Los padres podemos intentar mucho, pero nuestra injerencia sobre los hijos es más limitada de lo que creemos.
Lo que creía que era posible es que la maestra de gimnasia le hubiera dicho que no le gustaba cómo había hablado, es decir, el modo. Igual que a mí no me gusta la manera que él me habla a veces (en español), con un tono imperativo, tal vez propio de su edad (en casa nadie habla así).
Ante un grito de “¡Aguaaa!”, parece que uno tiene que socorrerlo y darle la botella, como un auxiliar en el cuadrilátero con un boxeador.
Cuando tengo resto mental (físico y emocional), hago bromas o pregunto: “¿Hay agua en el techo?”. O juego: “Árbol, auto…”, palabras que empiezan con A, ¿no?”. A veces se ríe, otras se enoja. Las recetas no son infalibles, y fracasan rápido.
No tenía muchas herramientas para hablar de lo concreto que pasó. Su capacidad narrativa tiene los límites de su edad. En cambio, intenté abordar lo que Lorenzo sintió. A veces siente algo que no tiene relación con lo que efectivamente le dijeron (esto nos pasa a todos, ¿no?).
Intenté explicarle que también hay malentendidos. Creemos escuchar o entender algo pero eso no fue lo que nos dijeron ni lo que nos quisieron decir. Me sorprendió que no le pareció un embole sino que quiso escuchar más, como si le estuviera contando una historia.
Apelé a mis palabras y ensayé un ejemplo menos abstracto:
“Mirá, cabezón, fijate. Te puedo decir: ‘¡No te puedo creer!’. Eso puede ser una expresión de admiración y no pone en duda nada de lo que está pasando, es una manera de decir que no lo puedo creer porque es increíble. Como: ¡mirá el gol que hiciste, es un golazo!. O puedo decir: ‘No te puedo creer’, por ejemplo, que vas a lavarte las manos porque, muchas veces, lo decís pero no lo hacés.”
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Marzo 2024
Isidora, la niñera, viene una vez por semana desde septiembre de 2023 para que Lorenzo practique griego. Durante una hora, juegan en griego, lo que él también hace dos veces por semana en fútbol y en su nuevo jardín de infantes.
Hace poco más de un mes, Lorenzo no quiso que Isidora viniera más. Me pareció inexplicable, no sólo porque ella me parece paciente y muy cariñosa sino porque los veía jugar bien.
La semana pasada la llamé porque necesitábamos que Isidora viniera. Lorenzo jugó encantado durante dos horas. Cuando ella se fue, dijo: “¿Cuándo viene otra vez? Quiero que venga siempre”. Otra vez es inexplicable, ¿no?
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Abril 2024
Leo a
(en inglés) repetir lo que dicen todos los padres con hijos mayores de cinco años: “Tus hijos crecerán. Crees que no extrañarás estos momentos. Te prometo que lo harás”.Recuerdo que Lorenzo decía “mú-cala” en vez de música, o “Teté” para referirse a sí mismo.
Recuerdo a sus amigos imaginarios Bandó y Baidui. El primero hacía todo bien. El otro hacía todo mal, incluso rompía los juguetes de Lorenzo, y su final fue drástico: terminó muerto debajo de un auto.
Hoy le pregunté a Lorenzo cómo estaban Bandó y Baidui. Sentí (¿o imaginé?) una electricidad recorriendo su cuerpo, una emoción en el brillo de sus ojos. “Baudui está muerto”, dijo, sonriendo. No sé qué significa todo esto para él, pero me gustó.
Sigue pendiente la idea de reunir en un documento frases y preguntas de Lorenzo —y de León, que ya habla más—. Mientras, las sigo dejando acá sueltas, como estas otras de Lorenzo:
“Antes de nacer, cuando era una estrella, ya te amaba”, “Después de nosotros no va a vivir nadie más, ¿no?”, “Quiero vivir siempre con vos, ¿puedo?”, “¿Quién fue la primera persona en el mundo?”, “Te amo más que el último número”.
Este consejo de Kevin Maguire funciona para padres y para la vida en general: “Por mucho tiempo que creas que necesitas para hacer algo, duplícalo. Ya sea la hora del baño, dormir, cenar, salir de casa, pasear o colorear un PDF de Marvel, descubrí que la mayor parte del estrés de la paternidad proviene de que mis hijos no hacen las cosas según mis tiempos. Siempre que puedo dejar de lado esto, soy un mejor padre y más feliz”.
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Junio 2024
Las clases del jardín de infantes terminaron. Hubo una muestra teatral de fin de año escolar. Cada nene decía algo, en inglés y en griego.
Al terminar la obra, saludamos a otros padres. Varios se sorprendieron: “¿Cómo puede ser que Lorenzo hable igual o mejor que mis hijos, griegos, si ustedes no hablan griego en casa?”
El primer sentimiento es el orgullo de padre: “¡Qué hijo maravilloso y genial tengo!, ¿o no?”. Dejando de lado, con esfuerzo, la vanidad y el ego paternal (¿si mi hijo es fantástico yo también lo soy?), honestamente pienso: no creo que mis hijos sean genios, ni que deban ser muy elogiados por su multilingüismo (Irene escribió de esto).
Cuando me felicitan por la destreza lingüística de nuestros hijos, suelo enfríar el cumplido y bromeo: “Lorenzo no es tan genial ni tiene tanto mérito por hablar cuatro idiomas. Más bien, está aprovechando que es un pibe hiper privilegiado”.
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Julio 2024
Irene viajó y nacieron nuevas preguntas: ¿cómo hará León, un bebé que no conoce la mamadera ni chupete, para dormir por primera vez sin su teta a los 21 meses? ¿Qué le pasará a Lorenzo, cómo se sentirá a sus cinco años, al tener que esperar que primero yo duerma a su hermanito León?
Contexto: desde que dejó la teta, llevo tres años leyendo y acompañando a Lorenzo a dormir cada noche, mientras Irene duerme a León.
Uno hace planes, se llena de preguntas, miedos y dudas. Y la paternidad quema los papeles.
León pasaba una hora y media amamantando con Irene hasta entregarse al placer onírico. Era un martirio incomprensible. ¿Mi temor y el de mi espalda? Tener que pasearlo a upa todo ese tiempo.
¿Qué pasó? Toda la semana, León se sentó en la cama, mansito, para ponerse el pijama. Luego me abrazó y se quedó dormido, a menudo sin que siquiera tuviera que caminar. Misterios de los bebés que destruyen teorías y presentan desafíos constantemente.
Algo es seguro. No olvidaré jamás las noches en que se durmió así, con la cabeza encajada en mi hombro y abrazándome fuerte el cuello. Me quedó una huella en la piel que me remite al momento preciso en que su cuerpito se entrega, se relaja, y uno sabe que se durmió. Este instante íntimo y hermoso, de alivio y gozo, merece un texto entero.
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Agosto 2024
Hoy, Lorenzo dice: “Estoy triste porque Alexis se fue y no lo voy a ver más”. Uno de sus más amigos se mudó a Italia, donde viven sus abuelos. Luego, añade: “Quiero poner un piano en casa”. Un deseo repentino, como ayer, cuando dijo: “Quiero que tengamos una pileta grande, que ocupe todo el jardín”.
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Octubre 2024
De regreso del jardín de infantes, el semáforo cambia a rojo. Lorenzo no entiende cosas que los adultos tenemos naturalizadas. Le explico que la persona junto a mi ventanilla está pidiendo plata.
— ¿No tiene plata porque no tiene una computadora para trabajar como vos? —pregunta Lorenzo.
Me recorda a
, autora de (en inglés), donde escribió sobre cómo responder a los niños sobre las personas en crisis.Zulkey consultó especialistas en trabajo social, pediatría, salud pública y psicología para saber qué hacen y aconsejan para guiar a los más chicos en un mundo a veces aterrador, triste e injusto.
Señala que los niños de 5 años pueden comprender los factores estructurales que impulsan las desigualdades: “Comprender estas desigualdades ayuda a los niños a eliminar las falsas narrativas sobre la culpabilidad individual que podrían estar impulsando resultados como la falta de vivienda o una crisis de salud mental”.
Dejo acá, en mi diario, el link al artículo de Zulkey para volver a leerlo.
Hasta acá llegamos.
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Nacho
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Batallitas de la paternidad
Hace una semana que León parece haber aterrizado en los “terribles” dos años (cumplidos hace un mes). La etiqueta no está buena, lo explicó muy bien Irene en su newsletter cuando Lorenzo —hijo mayor— tenía dos años. Y acá estamos, tres inviernos después, reviviendo una etapa similar, ahora con León.