La importancia de hablar
El asesinato de Fernando Báez Sosa volvió a ocupar los primeros planos en los medios argentinos: ¿qué nos dice sobre la forma de ser hombres? Jane Fonda cuenta cómo se reconcilió con su padre.
La newsletter de hoy está dividida en dos partes que tienen un punto de contacto: la importancia de hablar. Son dos temas distintos pero unidos por ese hilo invisible.
En una sección comento una idea que no sé si prosperará (probablemente no, como la mayoría de los planes) pero que me sirve para compartir una anécdota de la mítica Jane Fonda y su padre.
Me gusta —me parece atractivo— cuando las personas que lograron cierto éxito cuentan experiencias íntimas que, en el fondo, no son tan distintas de las cosas que nos pasan a todos.
Luego, hablaré del asesinato de un pibe de 18 años en manos de un grupo de jóvenes a la salida de una discoteca. El hecho ocurrió hace tres años y desde hace unos días se está desarrollando el juicio.
Es uno de los temas del momento en los medios argentinos y me parece una buena oportunidad para reflexionar sobre la importancia de cómo somos socializados como seres humanos; en este caso, el camino al que los varones somos empujados a recorrer para convertirnos en hombres.
Jane Fonda y su padre reprimido
Estaba pensando que podría armar una sección en mi newsletter en la que famosos hablan de las relaciones con sus padres (tengo varios ejemplos guardados, entre ellos, uno de Barak Obama).
La idea (ya veremos en qué queda) se me ocurrió luego de leer una entrevista a la actriz Jane Fonda en la revista Vanity Fair que reprodujo El País.
Leyenda y mito del cine, Fonda contó que una de las experiencias más trascendentales de su vida fue producir la película El estanque dorado, en la que actuaban su padre, Henry Fonda —también leyenda—, y ella interpretando a un padre y su hija.
“Mi padre estaba enfermo y sabía que no iba a vivir mucho más tiempo. Hacer esa película fue una manera de abordar nuestra complicadísima relación”, dijo la ganadora de dos premios Oscar a la mejor actriz. “Trabajar con mi padre era como vivir con él: no recibías mucha información. No hablaba demasiado. No quería que le molestaran. Pero siempre notabas su presencia”.
“Ponte en mi lugar —sigue la actriz de 85 años—. Yo era una hija que veneraba totalmente a un padre que nunca verbalizaba amor ni afecto, que era extremadamente reprimido. Y entonces consigo producir su película y actuar a su lado. Y consigo que el guión nos haga decirnos cosas que jamás hubiésemos sido capaces de decirnos en la vida real. Y esa película nos reconcilia. Y no solo eso: esa película que yo produzco le acaba dando un Oscar. Estoy tan agradecida de haber tenido esa oportunidad. Murió cinco meses después, pero tengo esa película. Tengo esa experiencia con él”.
¿Qué nos sigue diciendo el asesinato de Báez Sosa?
“Nunca un asesinato estuvo tan filmado y a la vista de tantos testigos. No había policías ni adultos que detuvieran la matanza, pero sí celulares para registrarla. Podría haber sido una escena de Black Mirror, pero fue en una noche de verano en el centro de Villa Gesell, repleta de turistas”, escribí hace tres años en un artículo para la revista Rolling Stone titulado “El scrum de la masculinidad en crisis”.
El asesinato de Fernando Báez Sosa, el 18 de enero de 2020 en la puerta de una discoteca, estremeció a la sociedad. Causaban pavor y angustia las imágenes que se repetían en loop en los medios: una ráfaga de piñas y patadas en la cabeza a un pibe de 18 años, cuyo porte físico era notablemente menor que el de sus atacantes y al que nunca se lo vio defenderse. Todo había comenzado con una discusión de poca importancia dentro de la discoteca repleta de jóvenes en pleno verano.
Hace casi dos semanas, el pasado 2 de enero, empezó el juicio por este asesinato. Algunas preguntas siguen presentes: ¿Por qué un grupo de varones llegó a asesinar salvajemente a un pibe? ¿Por qué lo hizo delante de mucha gente en una popular zona balnearia de la provincia de Buenos Aires?
No hay una respuesta simple y unívoca para semejante paliza, ni tampoco se trata de “un grupito de animales” (spoiler: quedarse con ese argumento es un modo de sentirse más tranquilo y ajeno a la violencia estructural).
A partir del inicio del juicio, me resultó interesante y, sobre todo, importante la reflexión con un enfoque de género que planteó el doctor en sociología Luciano Fabbri, que preside el Instituto de Masculinidades y Cambio Social (Mascs) y es secretario de Formación y Capacitación para la Igualdad en la provincia de Santa Fe.
“La violencia entre varones como mecanismo de resolución de disputas es socialmente naturalizada; entre hermanos, en la canchita del barrio o del club, en el patio de la escuela, la calle, el pabellón o la tribuna, resulta ‘normal’ que los varones ‘se vayan a las manos’”, escribió Fabbri en un excelente hilo de Twitter que generó bastante repercusión (en el micromundo de las redes sociales).
Aquí se puede leer completo el hilo que empieza así:
Se trata de una dinámica estructural que se reproduce a diferentes escalas y que tiene una expresión extrema en casos como este y otros asesinatos que no son hechos aislados sino la consecuencia de un complejo entramado cultural que implica una enorme cantidad de decisiones y construcciones previas.
En una entrevista de 15 minutos en Radio Con Vos, para entender qué relación puede haber entre el asesinato y la masculinidad, Fabbri señala que a los varones desde muy pequeños nos dicen que tenemos que ser fuertes, racionales, competitivos, tener aguante, bancárnosla y devolverla si somos agredidos.
“En muchos casos, esto nos lleva a que la palabra, la conversación y la negociación no sea una herramienta a utilizar para dirimir estas disputas o conflictos sino que hay que irse a las manos. Sobre todo porque ese ‘irse a las manos’ es una forma de demostrar cuán hombres somos a nuestro grupo de pares, a quienes son espectadores y también a quien es destinatario de esa violencia”, señaló.
Todo esto, continuó Fabbri, tiene marcadas consecuencias en nuestras vidas, afectan a nuestra salud y condicionan nuestras formas de vivir, enfermar y morir.
“Los varones vivimos en promedio siete años menos que las mujeres, tenemos una tasa de suicidio tres veces mayor, progatonizamos la mayoría de los accidentes de tránsito letales y también somos los autores de muchos de estos hechos de violencia y de estos homicidios”, recordó.
Hay bastante literatura académica sobre los estudios de género, incluyendo la masculinidad. Pero veo que existe una distancia enorme entre la teoría —en sí misma es compleja—, lo que logramos absorber —requiere tiempo y esfuerzo— y lo que sentimos que podemos hacer —necesitamos ser educados y guiados de otra manera—. ¿Podemos, entonces, hacer algo? Sí.
Fabbri contó que en los talleres en los que trabajan ven que los varones llegan incómodos (¿de qué me van a hacer hablar?) pero dos horas después, cuando termina el encuentro, lo que ven en sus caras es alivio.
“La necesidad de generar esos espacios de conversación y de abrir la palabra es estratégica para empezar a exponer cómo estos mandatos (de masculinidad, la forma de ser hombres) afectan nuestra vida. La política de género no es solo para las mujeres y las diversidades sexuales sino también una oportunidad para que los varones podamos construir formas más saludables de ser y de relacionarnos”, explicó.
Es decir, hay algo fundamental y que nos pasa a todos: la dificultad de los varones para hablar de lo que verdaderamente nos preocupa y nos afecta. Me refiero a no hablar únicamente de “política, fútbol y minas”, sino abrirnos a compartir miedos, dudas y temores. A encontrar espacios para sentirnos y mostrarnos vulnerables.
“Hay que laburar en que los varones podamos romper el silencio para que cuando se empiezan a dar estas violencias tempranas en nuestros grupos de amigos, alguien se anime a decir ‘Che, no da’ y poder parar la pelota”, dijo Fabbri, autor de “Repensar las masculinidades, clave para prevenir la violencia”.
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Como siempre, espero tus comentarios y correos.
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Buena semana y hasta la próxima newsletter (en 15 días).
Un abrazo,
Nacho
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